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Matacán
Por
Defensa desacomplejada de un portal de belén
Solo el necio puede pensar que en Navidad celebramos un ‘cumpleaños’ religioso, sin reparar en los valores, los sentimientos y la nostalgia de estos días
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En el portal de belén, no he puesto la mula y el buey porque son símbolos de explotación animal que tenemos que erradicar de nuestras vidas, en vez de interiorizarla. También he quitado a los pastores que, rodilla en tierra, se postraban ante el Niño Jesús porque estigmatiza a la clase trabajadora, como sumisa. De los Reyes Magos, por supuesto, ya había prescindido otros años porque es una institución anacrónica, símbolo del absolutismo. La principal novedad de este año es que he colocado a la Virgen y a San José de espaldas, para eliminar referencias estereotipadas del binomio hombre/mujer que ignora las diferentes opciones de género y modelos de familia; de espaldas son elles y nos representan a todes. Pero es bueno que sigan dentro del portal porque también ellos fueron ‘okupas’ en su tiempo, y eso está bien. Eso sí, la cuna estará vacía. Al Niño Jesús tampoco lo he puesto, por muchas más razones. La fundamental es que la centralidad del heteropatriarcado comienza en la cuna. Un amigo me ha sugerido que solo deje a un caganer, en medio del portal, defecando en la paja, pero no es un buen mensaje para la conservación del medio ambiente.
¿Quién no ha recibido en su móvil un mensaje como ese sobre la Navidad? Una broma, claro, una exageración, pero oímos tantos disparates oficiales que es imposible dejar de pensar que, para algunos, acabar con el belén, y el resto de las tradiciones de la Navidad, forma parte de la ideología. Sinceramente, no debemos tener ningún temor porque la pervivencia de las tradiciones, sobre todo de las de estas fechas, dependen de corrientes sociales ingobernables, como la nostalgia, la familia o los amigos. Pero que el intento de acabar con las tradiciones es evidente. Mi compañero Martí Blanch contó aquí hace unas semanas que este año, en Barcelona, ya no habrá ningún belén en la plaza de San Jaume. Comenzaron, como en los mensajes guasones, quitando referencias del belén clásico hasta que, en los últimos años, lo que organizaban en la representación de ‘poblados de invierno’. Esta Navidad ya no hay nada de nada: en el lugar donde estaba el belén, entre el Palau de la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona, se ha colocado una estrella de veinte puntas que simboliza el ‘big bang’. Se llama ‘Origen’.
Martí Blanch sostiene, y coincido con él en eso, que la desaparición del belén, incluso la anulación de todas las actividades navideñas en colegios e institutos, como ha sucedido, no presupone el final de las tradiciones navideñas en Barcelona, porque eso no depende de la izquierda que considera que esta debe ser una de sus señas de identidad. Pero en el envés de la ideología fabricada, está la realidad social. Y en la capital de Cataluña, la Navidad se sigue celebrando en los hogares con lo que “el belén de la plaza de San Jaume volverá porque las tradiciones mueren cuando dejan de tener sentido para la comunidad que las celebra”, dijo acertadamente mi colega.
La desconsideración de los valores de la cultura occidental, los cimientos judeocristianos de nuestra civilización, es una gota malaya que ignora peligrosamente tanto el pasado como las consecuencias en el futuro. No se dan cuenta de que nada de eso existe y que, fatalmente, generan un sentimiento de orfandad política en muchos ciudadanos que acaban aprovechando los peores populismos. Lo que resulta más difícil de determinar es el momento en el que la izquierda empezó a considerar que la eliminación de todos esos valores de nuestra sociedad debe ser un objetivo prioritario de sus políticas. Cuándo han pensado que lo que espera de ellos las clases más desfavorecidas es ese mensaje; que la sociedad española respalda la erradicación progresiva de las costumbres religiosas de tantas generaciones y que se divierte con la ridiculización de algunos de esos hitos. Esto último siempre llama la atención.
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Por fortuna para nosotros, los cristianos católicos, que es una identificación que comparte el 60% de la sociedad española, saben que pueden identificarse con la Iglesia de muy distintas formas, sin que ninguno de ellos se sienta discriminado. Muchos españoles participan de la Iglesia porque forma parte de la estructura social de nuestras vidas y jamás serán repudiados porque no vayan todos los domingos a misa o no sepan rezar el rosario. Esta noche, se sientan a cenar en la misma mesa, celebrando el nacimiento de Jesucristo, quienes no recuerdan la última vez que fueron a la misa del gallo y quienes no faltarían jamás a la homilía. Frente a esa iglesia abierta, lo llamativo es el activismo de sus detractores. Con una mirada menos sectaria, más culta, más sincera, menos fetichista, esa izquierda pegatinera caería en la cuenta de que, antes que intentar combatir los valores de la cultura occidental, lo que tendría que hacer es reivindicarla. Como dice el filósofo francés Luc Ferry, un referente de la izquierda europea de finales del siglo pasado, los valores republicanos son los mismos que los valores cristianos. Los principios de la propia democracia, conceptualmente, tienen su origen en la cultura judeocristiana. “¿Qué son los derechos humanos sino la religión de los laicos? La igualdad ante los ojos de Dios se ha convertido en la igualdad ante la ley”, sostiene Ferry.
El cristianismo es una filosofía, además de una religión que consagra la existencia humana a la idea de la salvación divina. Desde el punto de vista de la trascendencia filosófica y de la importancia en el desarrollo de nuestras sociedades democráticas, lo menos relevante, o lo más superficial, son estas tradiciones de montar un portal de belén o un árbol de Navidad. Pero, aun así, en la sencillez de un nacimiento podemos encontrar muchas de las referencias esenciales que nos identifican y nos confortan como seres humanos, como la defensa de los más humildes, la solidaridad, la sencillez, la familia, la ternura… Al margen de eso, que la Navidad que celebramos es una idealización, casi infantil de lo ocurrido hace dos mil años, de la verdadera historia de Jesucristo, nadie lo niega. Por eso son tan inútiles y absurdas, por innecesarias, las polémicas sobre la ‘verificación’ del belén que montamos en casa. Hasta el papa Benedicto XVI se metió en uno de esos charcos cuando cuestionó el papel de la mula y el buey en el portal. Su Santidad escribió un ensayo sobre la ‘Infancia de Jesús’ y, al afirmar que los Evangelios no mencionan que en el pesebre hubiera una mula y un buey, se generó una gran polémica. En fin…
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Sabemos bien que la tradición de montar un belén comenzó mil doscientos años después del nacimiento de Jesucristo, por una idea de San Francisco de Asís, que fue quien pensó en esa imagen de la cuna de paja y el aliento de la mula y el buey junto al recién nacido. Y, por supuesto, todos somos conscientes de que la Iglesia retoma con estas fiestas las antiguas celebraciones del solsticio de invierno, a partir del momento en el que los días comienzan a ser más largos y las noches, más cortas. El triunfo del sol sobre las penumbras. Pues claro que lo sabemos, que ni siquiera Jesucristo, que es una figura histórica y real, nació cuando lo festejamos, sino seis o siete años antes. Pero ¿qué importancia tiene todo eso? Solo el necio puede pensar que en Navidad celebramos un ‘cumpleaños’ religioso, sin reparar en la extraordinaria riqueza de valores y principios, de sentimientos y nostalgia, de estos días. De modo que, sí, nosotros seguiremos con la costumbre navideña y que sean otros los que celebren el Big Bang y se deseen un feliz solsticio de invierno. ¡Feliz Navidad!
En el portal de belén, no he puesto la mula y el buey porque son símbolos de explotación animal que tenemos que erradicar de nuestras vidas, en vez de interiorizarla. También he quitado a los pastores que, rodilla en tierra, se postraban ante el Niño Jesús porque estigmatiza a la clase trabajadora, como sumisa. De los Reyes Magos, por supuesto, ya había prescindido otros años porque es una institución anacrónica, símbolo del absolutismo. La principal novedad de este año es que he colocado a la Virgen y a San José de espaldas, para eliminar referencias estereotipadas del binomio hombre/mujer que ignora las diferentes opciones de género y modelos de familia; de espaldas son elles y nos representan a todes. Pero es bueno que sigan dentro del portal porque también ellos fueron ‘okupas’ en su tiempo, y eso está bien. Eso sí, la cuna estará vacía. Al Niño Jesús tampoco lo he puesto, por muchas más razones. La fundamental es que la centralidad del heteropatriarcado comienza en la cuna. Un amigo me ha sugerido que solo deje a un caganer, en medio del portal, defecando en la paja, pero no es un buen mensaje para la conservación del medio ambiente.