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2024, el éxito del desgobierno
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Javier Caraballo

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2024, el éxito del desgobierno

Paradójicamente, la inacción de Pedro Sánchez, el imposible de su mayoría inventada tras perder las elecciones, le sienta bien al país

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Chema Moya)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Chema Moya)
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Las democracias occidentales tienen demostrado desde hace años el éxito de una formulación política paradójica: en épocas de desgobierno, de vacío de poder, los países progresan a más velocidad. Se trata de sociedades consolidadas, como las europeas, en las que, por fortuna, la solidez y el vigor de la sociedad no depende del poder político para su desarrollo. Lo esencial es que el Gobierno en cuestión, instalado en la precariedad, no tenga capacidad legal para alterar la seguridad jurídica ni para plantear medidas económicas que perturben la marcha de la economía.

Como en esas economías el sostenimiento de los servicios públicos y de la inversión del Estado está garantizada, y como existe un marco fiscal y jurídico supranacional, la Unión Europea; como existe toda esa red de seguridad, la economía puede vivir periodos de expansión llamativos, sorprendentes, aunque no haya gobierno. Ha sucedido en países como Italia en tiempos de convulsión política y ocurrió más recientemente en Bélgica: en 2016, el país estuvo 541 días sin Gobierno, un récord mundial de parálisis institucional, y la economía creció más que la media europea. Si nos produce perplejidad que España vaya a cerrar el año con tan buenas cifras económicas, la única explicación posible es que nos hemos instalado en la misma lógica del desgobierno, gracias a que el Gobierno de Pedro Sánchez solo ha podido aprobar una gran ley en este primer tramo de la legislatura, la ley de amnistía.

Gracias al estricto corsé de contención de gasto de la Unión Europea y de las ayudas comunitarias que se siguen recibiendo tras la pandemia, la economía respira y crece. Porque al frente del país hay un Gobierno maniatado por su propia incapacidad parlamentaria, con lo que no puede estropear nada aunque lo intente. Eso es lo que le ocurre a la mayoría parlamentaria inventada por Pedro Sánchez para simular que había ganado las elecciones generales, que le vale para seguir de presidente, pero para nada más. Ni menos… El engendro parlamentario que conocemos como Frankenstein está compuesto de miembros diversos, irreconciliables entre sí, que sirven de sostén para lograr el poder, pero no llega para que se pongan de acuerdo para gobernar.

Tenemos un ejemplo reciente de desgobierno o, si se prefiere, de simulación de gobierno: el impuesto a las energéticas. En el último Consejo de Ministros del año, el Gobierno de Pedro Sánchez aprobó el ‘famoso’ gravamen a las energéticas y, tanto el presidente en su valoración del año como los propagandistas del Gobierno ofrecieron ese acuerdo como una muestra “de un último acelerón del programa legislativo”. Nada más lejos de la realidad porque ese decreto nunca será aprobado. Y porque de lo único que puede presumir el Gobierno es de su capacidad para mantenerse en el poder, aunque no tenga capacidad ni para aprobar unos presupuestos generales del Estado. Pura simulación. O un “purito paripé”, como le dijo a Sánchez el portavoz del PNV, uno de los socios parlamentarios del Gobierno que está radicalmente en contra de ese gravamen que sí le exigen los socios del otro extremo.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en el Congreso de los Diputados. (Europa Press/Fernando Sánchez)

Esa es la realidad y, como decimos, lo paradójico es que a España le sienta bien. O mejor, que esta parálisis gubernamental es preferible a lo contrario, un presidente del Gobierno cuyo programa político principal consiste en su propia supervivencia, dispuesto a ceder a todo lo que se le pida si de esos votos depende su continuidad en el cargo. Por esa razón, al presidente le molesta tanto lo que suponga un obstáculo para sus pretensiones, todo lo que escapa de su control, como el Poder Judicial, los organismos independientes o los medios de comunicación. Pero gracias a ese equilibrio externo, en el que sí se delimita un espacio democrático en el que no todo vale, se genera un marco de seguridad jurídica que es el mínimo exigible para que la economía del país salga adelante.

Es evidente, que nada de esto quiere decir que una situación de parálisis como en la que nos encontramos sea lo que se necesita. Lo podemos plantear al revés: si España va mejor que la media europea en esta etapa de desgobierno, cómo no iría si se adoptaran las reformas estructurales que se vienen demorando desde hace veinte años. La mejora de los datos macroeconómicos puede constituir, de hecho, una especie de burbuja que nos oculta la realidad sociolaboral del país.

Foto: Un camarero trabaja en una terraza de Santander. (EFE/Román G. Aguilera) Opinión
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Como vienen advirtiendo algunos economistas de izquierda, el error más grave que se comete es el de celebrar los buenos datos de producto interior bruto, el incremento de las exportaciones o la bajada del paro, sin fijarse en que el crecimiento español tiene sombras preocupantes como la precarización del empleo o el incremento de los niveles de pobreza.

Desde hace 20 años, España es un país sin rumbo político, sin grandes objetivos ni metas. Flotamos en el cálido magma europeo, sin más, y apenas se presta atención a las verdaderas causas de esos desequilibrios sociales, como el hundimiento de la productividad, la falta de competitividad o el altísimo porcentaje de absentismo laboral, que este año ha vuelto a crecer. Y eso que 2023 se cerró con un aumento del 20% de absentismo, lo que supone un coste de casi 13.000 millones de euros para las empresas. Nada de eso se aborda, como sí ocurrió en el pasado a partir de la Transición, principalmente con los gobiernos de Felipe González, primero, y con los de José María Aznar, después.

Para el Gobierno actual, mucho más importante que cualquier reforma es un discurso que señale a unos culpables de todo: las empresas y las energéticas. Toda reforma supone un conflicto, un riesgo de desgaste social, y eso es lo que ningún Gobierno ha querido afrontar en España en las últimas décadas. Con el Gobierno actual, la prioridad es el mantenimiento de la polarización política, que es el sustento de la división actual en la que Pedro Sánchez encuentra su futuro. De modo que sí, en esas circunstancias penosas, celebremos el mínimo común del ‘éxito’ del desgobierno que ha certificado este 2024. Y vivamos con la esperanza clásica de que, sobre todo en un país tan resiliente como España, “el tiempo es un gran maestro que arregla muchas cosas”. ¡Feliz Año Nuevo!

Las democracias occidentales tienen demostrado desde hace años el éxito de una formulación política paradójica: en épocas de desgobierno, de vacío de poder, los países progresan a más velocidad. Se trata de sociedades consolidadas, como las europeas, en las que, por fortuna, la solidez y el vigor de la sociedad no depende del poder político para su desarrollo. Lo esencial es que el Gobierno en cuestión, instalado en la precariedad, no tenga capacidad legal para alterar la seguridad jurídica ni para plantear medidas económicas que perturben la marcha de la economía.

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