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Matacán
Por
La factura de Mazón y otras trampas
Existe un interés miserable por desviar la atención de lo ocurrido, la mayor catástrofe natural seguida de una negligencia monumental
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Comencemos el 2025 con un propósito que jamás debemos abandonar: no tenemos que caer en las trampas que nos tienden ni embestir como miuras en los capotes engañosos que nos colocan delante. La catástrofe de Valencia no puede quedar reducida a la factura de la comida del presidente de la Comunidad y a los aplausos encendidos contra la inutilidad general de los políticos, con el tenebroso eslogan de que “el pueblo salva al pueblo”. Lo primero, la factura de la comilona de Mazón, es irrelevante, aunque no por los motivos que aduce torpemente el Partido Popular. Lo segundo, la soflama contra los políticos, es muy peligroso porque ese es el discurso de todo populista dictatorial. Así que andémonos con cuidado, que acaba de empezar un año que nos trae todo tipo de trampas. Las técnicas de manipulación de masas repiten, desde la antigüedad, los mismos mecanismos de control, con independencia de las épocas y de los regímenes. Una de ellas, quizá la fundamental, consiste en algo tan básico y efectivo como desviar la atención de la sociedad de los problemas importantes hacia debates de menor relevancia, pero de mayor apasionamiento. Nada como una discusión acalorada para taparlo todo. Esa es la misión que cumple la polémica del tique de la comida del presidente de la Comunidad de Valencia, Carlos Mazón, durante el funesto martes 29 de octubre.
El tique, en sí mismo, es completamente irrelevante porque no añade nada a la gravedad de la actuación del político valenciano; la enorme negligencia de Mazón, el ridículo patético de sus versiones atropelladas, no merecen más debate. Como hemos apuntado en otras ocasiones, Carlos Mazón es un político amortizado porque nadie se puede recuperar de un abandono como el suyo, la tarde en la que la comunidad que preside estaba en máxima alerta, él se fue a comer plácidamente, y cuando regresó a las cinco o a las seis horas, ya había ocurrido el mayor desastre natural de la historia reciente de España y de Europa. Punto final, no hay salvación posible a no ser que se confíe en un giro absoluto del personaje. Sería pedir tanto como que el afectado, Carlos Mazón, comenzara a actuar como el líder político que nunca ha sido, solvente, riguroso y serio. Lo de Mazón, por tanto, es un debate cerrado porque su culpabilidad política ya está sentenciada. Con lo cual, salvo que se persigan otros fines, morbosos o políticos, al interés común no le aporta absolutamente nada que conozcamos qué comieron, qué bebieron y cuánto dinero pagaron. ¿Fueron unos chupitos o una botella? ¿De verdad que alguien puede defender que todo eso tiene algún interés para esclarecer lo ocurrido en Valencia, con el coste de 223 muertos, que son los contabilizados hasta hoy? No, claro que no.
Lo que ocurrió en Valencia, a medida que se van conociendo más detalles técnicos sobre la DANA de aquel 29 de octubre, fue una catástrofe natural desconocida seguida de una negligencia política monumental. La secuencia es fundamental: catástrofe seguida de negligencia. Y lo que conviene es analizar cada una por su lado, sin vincularlas, porque eso es lo que nos lleva al despropósito mayor: el de propagar, como hacen tantos, que la desgracia de las muertes pudo evitarse si no tuviésemos una clase política tan inútil. Por eso van gritando lo de que “el pueblo salva al pueblo”, un lema de inquietante traslación a una sociedad democrática. Cada vez que se invoca al “pueblo” en circunstancias como esta, de deterioro del prestigio institucional y de descrédito de los dirigentes políticos, hay que echarse a temblar. No hay dictador en la historia que no haya invocado la defensa del pueblo, la representación del pueblo sin intermediarios, para cometer a continuación las mayores atrocidades, Así que vayamos con pies de plomo en estas cuestiones. En una democracia, el pueblo salva al pueblo cuando en unas elecciones libres elige a sus representantes para que gobiernen. En una democracia, lo fundamental es la existencia de una sociedad crítica, informada y exigente con sus gobernantes.
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Volvamos a datos conocidos, que siempre conviene repetir. La tragedia se produce en una hora. De las cinco y media a las seis y media de la tarde del martes 29 de octubre, se pasa del peligro de una inundación habitual por el desbordamiento de ríos a un fenómeno desconocido hasta entonces, el ‘tsunami de un río’. A las 17,35, el caudal del barranco de Poyo era de 500 metros cúbicos por segundo y a las 18,50 ese caudal se ha multiplicado hasta casi los 2.500 metros cúbicos por segundo. Así se mantendrá durante, al menos, cuarenta y cinco minutos más, aunque los medidores se rompen sobre las siete de la tarde y ya no existen datos. También se rompen los de la NASA, por cierto, porque esa cantidad de agua en una tormenta no estaba contemplada en ningún medidor, en ninguna tecnología.
Por mucho que se repita que las alarmas llegaron tarde, jamás dejará de ser una falsedad. Sencillamente, no existieron alarmas por ese tsunami en el barranco del Poyo; la alarma que siempre se menciona de las ocho de la tarde se refería al riesgo de ruptura de la presa de Forata, que finalmente no se produjo. Las preguntas que tenemos aún por resolver se pueden resumir en sólo dos, cada una referida a un momento de la tragedia. Primera: ¿Falló algo en los sistemas de detección de Valencia, que cuadruplica las estadísticas habituales de una DANA, o se trata de una catástrofe natural inevitable? Segunda: ¿Qué medidas adoptó el presidente de Valencia, por un lado, y el comité de crisis del Gobierno de España, por otro, tras conocer lo sucedido? Esto último es importante porque a las diez de la noche de ese martes se reunieron de urgencia en la Moncloa los ministros de Interior y de Defensa, junto con la vicepresidenta y titular de Presidencia, pero desconocemos qué medidas tomaron. Lo único que sabemos es que, a la mañana siguiente, el Gobierno presentó, como si tal cosa, su reforma de la RTVE en el Congreso de los Diputados. Y hacía más de doce horas que en Valencia había decenas de muertos en las calles y miles de viviendas inundadas, sin luz ni agua. Pero el Gobierno mantuvo su normalidad.
‘No existe la realidad, solo existe la realidad percibida’. El ser humano lleva dándole vueltas a esa formulación más de dos mil quinientos años, desde Platón. A lo largo de la historia, el poder siempre ha buscado la docilidad de sus administrados a través del control de sus estados de ánimo y de sus emociones. Comencemos el año con un propósito social que nos ayudará. El propósito es tan elemental como el de apartarse de quienes buscan en la sociedad un modelo de rebaño, de ciudadanos perfectamente polarizados que se comportan como borregos y van cambiando de establos para que balen donde más conviene. Así que repitamos el objetivo: no ser borregos. ¡Feliz propósito, Feliz Año nuevo!
Comencemos el 2025 con un propósito que jamás debemos abandonar: no tenemos que caer en las trampas que nos tienden ni embestir como miuras en los capotes engañosos que nos colocan delante. La catástrofe de Valencia no puede quedar reducida a la factura de la comida del presidente de la Comunidad y a los aplausos encendidos contra la inutilidad general de los políticos, con el tenebroso eslogan de que “el pueblo salva al pueblo”. Lo primero, la factura de la comilona de Mazón, es irrelevante, aunque no por los motivos que aduce torpemente el Partido Popular. Lo segundo, la soflama contra los políticos, es muy peligroso porque ese es el discurso de todo populista dictatorial. Así que andémonos con cuidado, que acaba de empezar un año que nos trae todo tipo de trampas. Las técnicas de manipulación de masas repiten, desde la antigüedad, los mismos mecanismos de control, con independencia de las épocas y de los regímenes. Una de ellas, quizá la fundamental, consiste en algo tan básico y efectivo como desviar la atención de la sociedad de los problemas importantes hacia debates de menor relevancia, pero de mayor apasionamiento. Nada como una discusión acalorada para taparlo todo. Esa es la misión que cumple la polémica del tique de la comida del presidente de la Comunidad de Valencia, Carlos Mazón, durante el funesto martes 29 de octubre.