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Los Goya, la islamofobia y la nueva inquisición
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Javier Caraballo

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Los Goya, la islamofobia y la nueva inquisición

Denunciar abusos del islam no puede ser islamofobia, salvo para el cinismo cruel de quienes practican la lapidación moderna en nombre del progresismo

Foto: La actriz española Karla Sofía Gascón. (EFE/Sáshenka Gutiérrez)
La actriz española Karla Sofía Gascón. (EFE/Sáshenka Gutiérrez)
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Bajaba desnuda por la Carrera del Darro, el medio kilómetro más bello del mundo, como lo definió Somerset Maugham, el escritor que tantas películas de intriga inspiró. Esta podría ser otra de ellas. En la Real Chancillería le esperaba el Tribunal de la Academia que la había condenado por islamofobia. La desprendieron de vestidos, la untaron de brea y plumas de gallina y así bajaba Karla Sofía Gascón, pisando descalza la calle empedrada que enjuga su silencio con el rumor del Darro.

Las despampanantes estrellas de los Goya no fueron conscientes ayer de la impresionante fuerza dramática que ha tenido este año la celebración de la Gala de entrega de premios en esta capital andaluza, Granada, como testigo de la lapidación de esa mujer que, hasta hace tres días, era el orgullo de todos ellos por su vida, por su coraje trans, por su calidad interpretativa en la película que tantas nominaciones tiene para los Oscar de Hollywood.

Trece nominaciones, entre ellos la de mejor actriz, para la gran ceremonia mundial del cine, después de haber arrasado en todos los festivales anteriores. Hasta su caída abrupta, brutal, en esta gala de los Goya a la que ya ni siquiera ha podido asistir. Es la nueva apestada, no existe otro precedente en el mundo del cine que se le parezca, ningún otro actor o actriz a lo largo de la historia ha pasado, en solo unos días, de recibir los mayores galardones de la profesión a quedarse eternamente sin empleo porque ya nunca nadie la va a contratar. Como en los legajos de algunas sentencias de la Inquisición que se conservan en la Real Chancillería de Granada, en el expediente de Karla Sofía Gascón ya no figura que es actriz, española, trans y luchadora. Solo dos palabras: "Herética condenada".

El vértigo de este tiempo de globalización es el que nos hace ver que, aunque pasen los siglos, existe un comportamiento salvaje del ser humano que nunca desaparece de la historia; que las atrocidades sumarísimas de la Edad Media se reproducen ahora con los juicios en redes sociales en los que la mera pregunta sobre qué ha sucedido realmente ya se vuelve sospechosa de connivencia con el hereje condenado. Solo existe una respuesta adecuada, que es la repiten todos como comprobará cualquiera que se detenga un instante a analizar la polémica. "Estoy muy decepcionado".

Foto: Karla Sofía Gascón. (Reuters/Etienne Laurent)

Con eso basta para justificar que todos ellos hayan pasado del elogio y la celebración al rechazo y la justificación de la condena. Como si en la biografía de Karla Sofía Gascón, casada con la mujer con la que tuvo una hija, se hubiera descubierto que su identidad oculta no es la de varón, sino la de colaborador de una dictadura sangrienta. De modo que quien se quiera sumar al abucheo y al escarnio, puede hacerlo sin más consideraciones ni juicios, pero quien quiera arriesgarse a ser acusado de xenófobo o de racista, que tenga osadía de pararse a leer si lo que escribió Karla Sofía Gascón es una atrocidad o encierra algunas verdades.

Fijémonos, por ejemplo, en uno de esos tuits en los que arremetía contra el islam. En el mensaje, se reproducía la foto de una escena de cotidianidad familiar. En torno a una pequeña mesa redonda, en el interior de una cafetería, una pareja comparte con su hijo un rato de ocio. Unos helados y una botella de agua. En el selfie, en primer plano, está el marido, sonriente, su hijo pequeño y, entre los dos, está la madre, completamente cubierta por un burka negro. Ni los ojos se distinguen, de estrecha que debe ser la abertura para poder ver.

Foto: La actriz Karla Sofía Gascón (EFE/Zipi)

Me gustaría saber cuánta gente en España piensa como Karla Sofía Gascón, que ese día escribió irónicamente en sus redes sociales, a propósito de esa foto: "El islam es maravilloso, sin ningún tipo de machismo. A la mujer se la respeta y cuando se la respeta mucho, le dejan un cuadrito en la cara para que se le vean los ojos y la boca. Pero sí se portan bien, aunque ellas se visten así por gusto".

Luego, en mayúsculas, añadió: "¡Qué asco más profundo de Humanidad!". En otro de los mensajes, la actriz reacciona tras el brutal atentado de Niza, en julio de 2016, en el que un inmigrante tunecino se lanzó, con un camión de 19 toneladas, contra una multitud de ciudadanos que celebraba el Día Nacional de Francia. Mató a 86 personas y dejó gravemente heridas a más de 400. Karla escribió, entonces, varios mensajes: "Nuevo atentado en Francia. Cuántas veces tendremos que expulsar de Europa a esos energúmenos hasta darnos cuenta de que su religión es incompatible con los valores occidentales. No escarmentamos". "El islam se está convirtiendo en un foco de infección para la humanidad que hay que curar urgentemente". "No se trata de racismo, se trata de islam".

Foto: La actriz Karla Sofía Gascón el pasado 3 de enero en el Festival de Cine de Palm Springs. (Reuters/Mario Anzuoni)

Ahora, volvamos a la pregunta. ¿Cuánta gente en España pensará igual que Karla Sofía Gascón? La repulsa del Islam, como una religión que justifica y promueve la represión y la marginación de la mujer, que llega a anularla completamente, a despreciarla como ser humano, no debería estar considerada como una muestra de racismo, sino de racionalidad. En este milenio que asiste a la última gran revolución social de la Humanidad, la revolución por la igualdad real de las mujeres, la incompatibilidad del islam con el progreso se pone de manifiesto más que nunca. Ya lo era, desde hace décadas, cuando un intelectual como Giovanni Sartori decía exactamente lo mismo: "El islam es incompatible con occidente". El filósofo italiano, que fue premio Príncipe de Asturias, no añadía ni exabruptos ni insultos como sí hizo la actriz condenada, fascinada por la basura y la agresividad de las redes sociales. Por supuesto que todo eso es un exceso despreciable, pero las conclusiones eran idénticas.

El fondo es lo que cuenta y el problema mayor de nuestros países es que nunca ha querido abordarlo. De todas las religiones que existen en el mundo, el islam es la única que mantiene una estructura atrasada de estados teocráticos. "A partir del siglo XVII, la res publica cristiana se fue disolviendo y secularizando gradualmente, mientras que el islam seguía siendo una religión teocrática", razona Sartori en uno de sus libros más divulgativos, La democracia en 30 lecciones.

Esa es la razón fundamental por la que el islam es incompatible con las democracias y con las conquistas sociales del Estado de Derecho, aunque cientos de millones de ciudadanos musulmanes formen parte de nuestras sociedades y estén en el polo opuesto a los integristas, a los fundamentalistas. Denunciar los abusos del islam no puede ser islamofobia, salvo para el cinismo cruel de quienes practican la lapidación moderna en nombre del progresismo. Nunca harán esa película, pero ha sucedido, la mujer trans, desnuda, bajando por la Carrera del Darro, cubierta de brea y de plumas.

Bajaba desnuda por la Carrera del Darro, el medio kilómetro más bello del mundo, como lo definió Somerset Maugham, el escritor que tantas películas de intriga inspiró. Esta podría ser otra de ellas. En la Real Chancillería le esperaba el Tribunal de la Academia que la había condenado por islamofobia. La desprendieron de vestidos, la untaron de brea y plumas de gallina y así bajaba Karla Sofía Gascón, pisando descalza la calle empedrada que enjuga su silencio con el rumor del Darro.

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