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Matacán
Por
La agresión sexual y Robespierre
La paradoja mayor es que con los delitos relacionados con la libertad de la mujer, los primeros que han caído han sido los promotores de los excesos legislativos
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Al leer la sentencia del caso Rubiales, se me ha venido a la cabeza lo que pueden pensar de estos debates, las generaciones de dentro de cien o doscientos años. Y qué pensarían nuestros antepasados de hace menos tiempo, hace solo medio siglo, si supieran que en España acaban de condenar a un hombre por darle un beso en los labios a una mujer, en la celebración de un mundial de fútbol femenino. Tan grande es el contraste con ese pasado tan reciente que, probablemente, la primera pregunta no hubiera sido sobre el beso, sino sobre la mera existencia de un equipo de mujeres futbolistas: "¿Fútbol femenino? ¡Pero si todo el mundo sabe que el fútbol es un deporte de hombres!" No podemos saber cómo será el futuro, pero sí podemos hacernos a una idea con el cálculo proporcional de lo que hemos cambiado como sociedad.
Igual, dentro de doscientos años, cuando lean una sentencia como esta, la sorpresa mayor será comprobar que a inicios del siglo XXI el ser humano todavía conservaba hábitos primitivos tan insalubres como el de besarse en la boca. La misma perplejidad que puede producirnos a nosotros el 'beso malayo', resaltado por Darwin, y que se asemeja a una ceremonia tribal de apareamiento en la que la mujer se coloca en cuclillas, mientras el hombre se acerca para olfatearla y besarla. En el libro La ciencia del beso, es una científica norteamericana la que detalla todas las extrañezas y explicaciones de un acto tan extraordinario como el beso en los labios que, para empezar, no existe en toda la especie humana. Pero sí, en nuestra cultura, donde tiene un significado muy preciso, que es al que se remite el juez del caso Rubiales para resolver el debate mayor de esta polémica: ¿debemos que considerar que un 'piquito' es un acto sexual?
Ya se dijo aquí que la abogada defensora de Luis Rubiales, ese personaje grotesco, se remitió en su interrogatorio durante la vista oral a tres preguntas esenciales: "¿Cuándo usted coge la cara de la señora Jennifer Hermoso lo hace con el fin de que no se pueda zafar del beso que le iba a dar?" "¿Percibió algún gesto o actitud de rechazo cuando le dio el beso?" "¿Aprovechó la cobertura que le daba ese momento de euforia y de celebración para, al dar ese beso, satisfacer un deseo sexual?" Esta última es la que lleva al debate penal sobre el delito al que ha sido condenado: para que sea una agresión sexual, el acto por el que se le condena debe tener un contenido sexual.
Y no parece que ese beso, aunque fuera sin consentimiento, se realice en el contexto de un acto sexual. Pero, aunque así pueda parecernos, igual de evidente es que no es lo mismo un beso en la mejilla, que un beso en la frente o un beso en los labios. Y esa diferencia cultural es a la que se remite la sentencia para resolver penalmente la cuestión: "Esta acción de dar un beso en la boca a la mujer tiene una clara connotación sexual, y no es la forma normal de saludar a las personas con quienes no se mantiene una relación de afectividad". Tanto es así, que en la misma ronda de saludos a las futbolistas, Luis Rubiales va besando en la mejilla a todas las jugadoras menos a Jennifer Hermoso: solo a ella le coge la cara y la besa en los labios. Y sin su consentimiento, como también queda acreditado en la sentencia.
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Para quienes consideran que se trata de un matiz exagerado, desproporcionado, solo se les puede recomendar que atiendan, sin perder más tiempo a la mayor evidencia de todas, que los tiempos han cambiado. Como ya hemos subrayado en otras ocasiones, la relevancia social de este proceso es que nos pone delante de una infinidad de actos de micromachismo que, hasta hace muy poco, se podían considerar normales, habituales y hasta divertidos para algunos. Nada de eso forma ya parte de nuestra sociedad y es lo que tenemos que 'agradecerle' a Luis Rubiales, a su ostentosa grosería y soberbia, que hasta un 'piquito', como tantas veces ha dicho para quitarle importancia, puede tener consecuencias penales graves.
Que el respeto a la mujer, a la verdadera igualdad entre hombre y mujeres, también desciende a esos detalles de micromachismo que debemos erradicar como sociedad. Estamos ante la última gran revolución social de la civilización, que es el feminismo, como antes lo fueron la conquista de otros muchos derechos que han logrado hacer una sociedad más justa, y en torno a este movimiento se ha construido un marco legal que la va consolidando. Podríamos llamarlo, como en aquellos decretos de Felipe V, los 'delitos de nueva planta', en atención al concepto mismo de construcción de un nuevo edificio por la reforma o la demolición del anterior.
El caso Rubiales nos pone delante de una infinidad de actos de micromachismo que, hasta hace poco, se podían considerar normales
El mayor problema de todo esto, de estos avances sociales, es que como en toda revolución, siempre surgen los radicales de la guillotina, los 'Robespierre' que transitan a lo largo de toda la historia. Nos referimos, claro, a cómo un valioso movimiento de solidaridad ante la mujer maltratada o acosada o sometida, como puede ser el MeToo, acaba convertido en un detestable juicio sumarísimo en el que no se precisan ni juicios ni pruebas, porque con la simple denuncia ya se considera condenado y apestado al tipo que se haya señalado. Es también la barbaridad de quienes defienden que la palabra de una mujer en un proceso penal no necesita de más comprobación porque, "hermana, yo sí te creo". Y que quien la ponga en duda, no demuestra más que su atrofiada mente de machista feliz en el heteropatriarcado.
La justicia en defensa de la igualdad de las mujeres no escapa de los márgenes de la Justicia general, de las garantías y la proporcionalidad. Quienes más se destacaron en España por estos excesos fueron los dirigentes de Podemos, que hicieron bandera de todos ellos y forzaron la reforma del delito penal anterior para que no hubiese matices: todo es una agresión sexual. Quien da un 'piquito', como Rubiales, es un agresor sexual de la misma forma que lo son los de la Manada que violaron a la joven de Pamplona, aunque sus penas sean muy distintas.
La proporcionalidad de la ley está en la misma existencia del derecho, igual que está la presunción de inocencia. Lo paradójico ahora es que veamos a tantos de aquellos robespierres de Podemos, como Íñigo Errejón o Monedero, exigiendo para ellos lo que tantas veces negaron a otros. Es el summum de la hipocresía política. Por no atender a la historia, no cayeron en la cuenta de que también Robespierre acabó en la guillotina.
Al leer la sentencia del caso Rubiales, se me ha venido a la cabeza lo que pueden pensar de estos debates, las generaciones de dentro de cien o doscientos años. Y qué pensarían nuestros antepasados de hace menos tiempo, hace solo medio siglo, si supieran que en España acaban de condenar a un hombre por darle un beso en los labios a una mujer, en la celebración de un mundial de fútbol femenino. Tan grande es el contraste con ese pasado tan reciente que, probablemente, la primera pregunta no hubiera sido sobre el beso, sino sobre la mera existencia de un equipo de mujeres futbolistas: "¿Fútbol femenino? ¡Pero si todo el mundo sabe que el fútbol es un deporte de hombres!" No podemos saber cómo será el futuro, pero sí podemos hacernos a una idea con el cálculo proporcional de lo que hemos cambiado como sociedad.