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Matacán
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Los pertinaces enemigos del 'café para todos'
Medio siglo después, el mismo lema sigue enervando tanto a los independentistas como a los partidarios de un Estado centralista en España
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El ‘café para todos’ es una expresión insólita en la democracia española: subleva por igual a los dos extremos del sistema autonómico. Irrita tanto a los nacionalistas más radicales como a los españolistas más intransigentes, si por esto último entendemos el regreso a un Estado centralista. Quizá por esa razón, el ‘café para todos’ sigue teniendo una vigencia inusitada en el discurso político, aunque podemos vaticinar que la mayoría de quienes lo invoca desconocen por completo el origen del aserto.
Esta semana, por ejemplo, quien ha utilizado la expresión ha sido Mónica Sales, la portavoz de los independentistas de Puigdemont en el Parlamento de Cataluña, que nació tres años y medio después de que se celebrase en Andalucía el referéndum del 28 de Febrero de 1980, que podemos considerar como la apoteosis y el triunfo del ‘café para todos’. Por esa razón, en Andalucía, en esta Andalucía autonómica, se estableció que el día de la comunidad se celebraría el 28-F, en recuerdo de aquella jornada que cambió el rumbo de la historia de España, en cuanto al modelo territorial y a muchos de los agravios que, en el doble sentido que se expresaba antes, aún persisten. ¿Saben unos y otros lo que, realmente, significa el ‘café para todos’? Es muy probable que lo desconozcan, pero la esencia de sus protestas se mantiene inalterable. Podría decirse que se mantienen los odios aunque se olviden los motivos.
La literalidad del ‘café para todos’ es de un gran político de la Transición democrática, Manuel Clavero Arévalo, fallecido en 2021. El diseño constitucional que se planteó en España, tras la muerte del dictador, sólo reconocía dos autonomías con competencias plenas, Cataluña y el País Vasco (también Galicia, pero en menor grado), mientras que para todas las restantes se reservaba una descentralización competencial y administrativa más lenta y limitada. Por esa razón, la Constitución habla de “nacionalidades y regiones”, que fue una diferenciación que se introdujo en la Constitución por exigencia de la minoría catalana. Las tres nacionalidades se guiarían por el artículo 151 de la Constitución, que era la vía rápida, y las restantes por los artículos 143 y 148, que era la vía secundaria, más lenta. Ese fue el acuerdo inicial entre los dos grandes partidos de la época, la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez, que era presidente del Gobierno, y del PSOE de Felipe González, que era el líder de la oposición. Con lo que no contaba ninguno de ellos es que ese modelo asimétrico se iba a quebrar en Andalucía, por la irrupción de una movilización extraordinaria de “una autonomía de primera”, como se dijo entonces.
La certeza de que el PSOE defendía, inicialmente, la autonomía plena sólo para Cataluña y el País Vasco está en la hemeroteca de la época: “Es falso decir que por el artículo 151 se consigue una autonomía de primera clase y por el artículo 143 una autonomía de segunda. Eso es insostenible y estoy dispuesto a demostrarlo” (Alfonso Guerra, El Correo de Andalucía, 17 de noviembre de 1979). Ocurre, sin embargo, que la movilización andalucista sigue en aumento y los dirigentes socialistas perciben que deben cambiar de opinión. Para su estrategia política del momento, era doblemente beneficioso: por un lado, impedían que la movilización la capitalizase Alejandro Rojas Marcos, líder andalucista, y por otro, hacían tambalear al Gobierno de Adolfo Suárez. Los dos objetivos los consiguió el PSOE y, gracias a que cambió de opinión, la movilización andalucista tuvo éxito.
La certeza de que el PSOE defendía, inicialmente, la autonomía plena sólo para Cataluña y el País Vasco está en la hemeroteca de la época
En ese contexto es en el que Clavero Arévalo dimite como ministro de las Regiones del Gobierno de UCD y reclama ‘café para todos’, una autonomía por igual para todas las comunidades; sin diferencia de nacionalidades y regiones. Se convoca el referéndum con una pregunta que, todavía hoy, 45 años después, sigue causando estupor: “¿Da usted su acuerdo a la ratificación de la iniciativa prevista en el artículo 151 de la Constitución a efectos de su tramitación por el procedimiento establecido en dicho artículo?”. Vincular que esa consulta estaba relacionada con “autonomía” y con “Andalucía” constituía, y constituye, un ejercicio de ciencia infusa. La cuestión es que la autonomía plena para Andalucía, con numerosas controversias paralelas, sale para adelante y, con ella, se desploma todo el modelo territorial previsto en la Constitución. Se impone el ‘café para todos’ y todas las comunidades aspiran al mismo nivel competencial, esta España de la actualidad que se asemeja a un Estado federal, por las competencias atribuidas a las autonomías.
La reacción inmediata del nacionalismo catalán fue la misma que permanece hoy: la igualdad entre todos los territorios es un agravio para Cataluña. “¡Cómo va a ser Cataluña igual que Murcia!”, como le reprochó Tarradellas a Clavero Arévalo. Casi medio siglo después, esta semana, la portavoz de Puigdemont conserva la misma indignación, que saca a relucir cuando supo que el Gobierno estaba dispuesto a condonarle la deuda a todas las autonomías, de la misma forma que se había comprometido con Cataluña. “Que no nos quieran dar gato por liebre porque este pacto consolida el café para todos. Este dinero es de los catalanes, por lo que no tenemos que dar las gracias a nadie”, como dijo la portavoz independentista.
La reacción inmediata del nacionalismo catalán fue la misma que permanece hoy: la igualdad entre todos los territorios es un agravio
Lo llamativo, como se decía al principio, es que, de forma paralela, la sola mención del ‘café para todos’ enerva igualmente a los detractores del modelo autonómico, tanto a los que, razonablemente, defienden las ventajas de un Estado centralista como a los nostálgicos del régimen franquista. Sobre estos últimos, no cabe hacer ninguna consideración porque el debate es otro. Son facciones de ultraderecha con objetivos distintos; involución, sin más. La defensa política de un Estado centralizado como ocurre en otras democracias europeas, sí es más interesante de analizar, sin prejuicios ni complejos. Si tantos lo asocian al despilfarro y a las duplicidades inútiles, lo mejor es estudiar el fenómeno.
¿Por qué decae el apoyo en España al Estado de las Autonomías? Pensemos, por ejemplo, en la elaboración de un ‘libro blanco’ de las autonomías que nos mostrase qué servicios públicos funcionan mejor con la descentralización, cuáles han empeorado y cuántos de ellos podrían optimizarse con algunas reformas. O la necesidad de fortalecer la presencia del Estado, y la propia conciencia de España, sin mermar la competencia autonómica. Hasta ahí, la crítica a las autonomías es aceptable. Pero en todo este tiempo lo que ha quedado demostrado igualmente es que el estado autonómico es el modelo que mejor le sienta a España, a los pueblos de España, a su diversidad y a su riqueza histórica. Necesitaríamos un debate amplio, que nos reconforte con el modelo, pero ese debate, ni siquiera parece interesar. Por eso andamos dándole vueltas a un lema de hace tanto, el café para todos, que debió quedar atrás en aquellos años de la Transición.
El ‘café para todos’ es una expresión insólita en la democracia española: subleva por igual a los dos extremos del sistema autonómico. Irrita tanto a los nacionalistas más radicales como a los españolistas más intransigentes, si por esto último entendemos el regreso a un Estado centralista. Quizá por esa razón, el ‘café para todos’ sigue teniendo una vigencia inusitada en el discurso político, aunque podemos vaticinar que la mayoría de quienes lo invoca desconocen por completo el origen del aserto.