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María León, cómo hacer la carajota y perder el juicio
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Javier Caraballo

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María León, cómo hacer la carajota y perder el juicio

El comportamiento de la actriz es un ejemplo de un mal social de estos tiempos, la degradación creciente del principio de autoridad. El caso lo conocemos por su popularidad, pero cada fin de semana se producen incidentes similares

Foto: María León llega al Juzgado de lo Penal número 12 de Sevilla. (Europa Press)
María León llega al Juzgado de lo Penal número 12 de Sevilla. (Europa Press)
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Hacer el carajote. En la Real Academia de la Lengua la expresión no está muy desarrollada, pero estamos ante una de las palabras más contundentes, redondas, para definir un estado de imbecilidad, que puede ser permanente o transitorio. Cuando uno se dice a sí mismo que ha hecho el carajote está flagelándose por no haber evitado aquello que, con absoluta claridad, sabía que acabaría perjudicándole.

¿A quién no le ha pasado? Sabes que no tienes que hacerlo, o que decirlo, pero lo haces, lo dices, y cuando te lamentas de las consecuencias es cuando lo dices: “He hecho el carajote”. O simplemente, “soy carajote”. Por eso es muy curioso que en la vida de la actriz sevillana María León haya coincidido la presentación de la nueva serie de televisión que protagoniza, Carlota, con la vista oral del juicio que se celebra contra ella, acusada de varios presuntos delitos de desobediencia, atentado contra la autoridad, lesiones y desobediencia.

En la serie, María León dice que interpreta a “un personaje total”, porque es un personaje peculiar dentro de la ficción, por eso ella la llama “Carlota, la carajota”. En la vida real, por el juicio contra ella, es muy posible que a ella le haya ocurrido lo mismo con su comportamiento y que podamos llamarla de la misma forma, “María, la carajota”. Todo lo que le está pasando podría haberlo evitado con el simple reconocimiento de una conducta inapropiada y con la humildad de pedir disculpas. Esa es, al menos, la sensación general que ha quedado tras la vista oral. El conflicto de fondo es muy común, un desvarío social muy de estos tiempos, la crisis del principio de autoridad y las consecuencias que acarrea.

Todo sucede hace tres años, exactamente a las 4.45 de la madrugada del sábado 1 de octubre de 2022. María León acababa de rodar en Sevilla la serie El hijo zurdo, que para ella mereció múltiples elogios por la profundidad de su personaje, el drama humano de una madre en el intento inútil de controlar la rebeldía mortífera de su hijo. Los actores transitaban por la acera de una de las zonas de copas de Sevilla, junto al parque de María Luisa, y la policía local que estaba por la zona, con los controles de alcoholemia habituales, le dio el alto uno de los acompañantes de María León, que les seguía montado en una bicicleta, con un vaso de cristal en la mano. Si ese hombre, simplemente, hubiera atendido la reclamación de los policías, no habría ocurrido nada.

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Estaba ebrio, no podía conducir en bicicleta y menos sosteniendo una bebida en una mano. Pero sucedió lo contrario: el grupo de trabajadores de la serie se acercan a los policías locales y comienzan a increparlos, “¿por qué hay tanta policía aquí? Esto es un abuso policial”. Alguno de ellos saca un móvil para grabar y, ante las peticiones de los agentes, el incidente va subiendo de tono: “¿Tú quién eres para ordenarme nada? Yo hago lo que quiera”, “tonto, ¿tú que te crees, que eres el sheriff?” Una agente, al oírlo, se acerca a María León y le pide que se identifique, pero la actriz se niega, “eres una zorra y una hija de puta”, le dice, y le propina una patada que hace que hasta ella misma se caiga al suelo. Una simpleza como la de ir en bicicleta con un cubata en la mano se convierte en un infierno que acaba con varios detenidos en la comisaría.

Evidentemente, todo lo anterior se corresponde con la versión ofrecida por los agentes de la Policía Local, pero es que no hay demasiados argumentos para pensar en la fidelidad de la versión de María León, negando todo lo anterior. Para empezar, en la vista oral se negó a contestar a las preguntas de los abogados de la acusación, de la fiscalía y hasta de la jueza que va a dictar sentencia. Su abogada justificó el comportamiento de la actriz aquella noche por su estado de “intoxicación plena por el consumo de bebidas alcohólicas” que le restaba capacidad para entender lo que estaba sucediendo.

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Además, recalcó que la actriz padece claustrofobia, que todo eso le provocó en ese momento un ataque de ansiedad. “No es la noche de la que más orgullosa me puedo sentir, pero no fui violenta con nadie”, dijo María León, aunque su abogada depositó 150 euros para indemnizar a la agente, que la acusa de haberle propinado una patada y un puñetazo. Con lo cual, y esa es la impresión de los periodistas que han cubierto la vista oral, todo hubiera sido más fácil para la actriz si, hace mucho tiempo, María León hubiera reconocido los hechos, hubiera pedido disculpas a los Policías, con el correspondiente pago de alguna indemnización. Pero se ha mantenido hasta el juicio con su versión, ha dicho que ahora siente “fobia” por la policía y se enfrenta a una posible condena de casi dos años de prisión, además de multas.

Ya veremos, en fin, en qué acaba todo, pero, sin necesidad de que llegue a sentencia, el comportamiento de María León es un clarísimo exponente de un mal social de estos tiempos, la degradación creciente del principio de autoridad. El caso de esta actriz lo conocemos por su popularidad, pero podemos estar seguros de que cada fin de semana se producen muchos incidentes más similares al que se ha narrado antes. Es muy probable, incluso, que todavía no seamos conscientes de cómo la crisis del concepto de autoridad ha ido calando en la sociedad, y que ese sea el origen de problemas tan diversos, tan distintos, como la vulnerabilidad de los adolescentes (ahí está la serie de moda, Adolescencia, como símbolo) hasta el deterioro de los sistemas democráticos, precisamente por el descrédito institucional.

Los romanos le otorgaban más importancia a la auctoritas que a la potestas, porque sabían que el ideal de una sociedad, de un gobernante, era la combinación de ambas, el poder ejercido por una autoridad respetada, reconocida, indiscutida. A partir de ese ideal, volvamos ahora la vista a la sociedad en la que estamos, sostenida por fuerzas tan antagónicas para el progreso como la infantilización y la quiebra del principio de autoridad. Una actriz, una noche, se planta ante la policía y no se da cuenta de que, al hacer la carajota, está representándonos a todos en esta vida que llevamos

Hacer el carajote. En la Real Academia de la Lengua la expresión no está muy desarrollada, pero estamos ante una de las palabras más contundentes, redondas, para definir un estado de imbecilidad, que puede ser permanente o transitorio. Cuando uno se dice a sí mismo que ha hecho el carajote está flagelándose por no haber evitado aquello que, con absoluta claridad, sabía que acabaría perjudicándole.

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