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Yolanda Díaz y el comunismo individualista
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Yolanda Díaz y el comunismo individualista

Mantienen intacto el propósito angelical de caminar todos juntos y siempre con nombres que expresan lo contrario de lo que consiguen. Ni acaban unidos, ni logran sumar; 'podemos' se queda en 'pudimos'

Foto: Yolanda Díaz sale del hemiciclo. (EFE)
Yolanda Díaz sale del hemiciclo. (EFE)
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Algún día, los politólogos tendrán que reconocer a Yolanda Díaz y estudiar lo insólito de su caso. Es una líder política construida al revés que todos los demás líderes de la historia, porque empezó en la meta que todos se marcan como objetivo y, sin salir de ahí, no ha logrado siquiera comenzar la carrera. Empezó en el Gobierno y ha sido incapaz de formar un partido político. Es, por tanto, una mujer de récord, eufemismo amable para describir su fugacidad.

En un año, solo en un año, ha completado el ciclo vital de un partido político y de un liderazgo. Del orto al ocaso en un pestañear de ojos. En la primavera de 2024, se celebró la asamblea fundacional de Sumar que la eligió por una abrumadora mayoría como coordinadora general y se publicaron encuestas, en medios afines a la coalición, que decían que era la política mejor valorada de España. Tan solo unos meses después, sin embargo, se celebraron las elecciones al Parlamento Europeo y el descalabro fue tal que Yolanda Díaz decidió dejar su liderazgo en Sumar, aunque de una forma ambigua.

Se fue, pero sin marcharse, como si renunciara para mantenerse. Es decir, exactamente igual que en una de esas parrafadas de Yolanda Díaz en las que no se consigue entender absolutamente nada. Dimitió como coordinadora general y, un año después, ha sido elegida como coordinadora institucional. Cuando le preguntan, lo que suele afirmar es que está reflexionando. Son de esas intervenciones de esta mujer en las que comienza a hablar de sí misma en tercera persona: “No tengan preocupación por Yolanda Díaz, porque Yolanda Díaz no deja la política. Lo que está haciendo Yolanda Díaz es política de la buena”.

La ‘política de la buena’ a la que se refiere la vicepresidenta del Gobierno es el intento antiguo de unificar a todos los grupos políticos y asociativos que se sitúan a la izquierda del PSOE. La ecuación, que hemos hecho otras veces, es muy fácil de entender. El primer líder comunista que lo intentó fue Julio Anguila, el aclamado 'califa de Córdoba', cuando, hace más de treinta años, impulsó la creación de Izquierda Unida. En aquella época, el objetivo era unir a los cuatro o cinco partidos existentes a la izquierda del PSOE; en la actualidad, ese espacio lo ocupan no menos de quince formaciones políticas.

Foto: El rey Juan Carlos. (Europa Press/José Ramón Hernando) Opinión

Lo único elogiable de todo este proceso es la perseverancia, la fe ciega de todos ellos en que serán capaces de unirse sin propinarse puñaladas en el costado a los cinco minutos de haberse abrazado en el escenario de un acto político. Saben que esto segundo es lo que sucederá, lo que siempre les ocurre, pero mantienen intacto el propósito angelical de caminar todos juntos. Y siempre con nombres que expresan lo contrario de lo que consiguen. Ni acaban unidos, ni logran sumar; ‘podemos’ se queda en ‘pudimos’.

¿Por qué ocurre? Esa es la parte más compleja de analizar porque coexisten dos fenómenos dispares, uno de ellos es propio de ese espacio político y el otro es común a todas las formaciones políticas. Lo general de todos los políticos es la descarnada disputa por el poder, el ambiente de traiciones y deslealtades que se genera siempre para conseguir mandar y dominar sobre los demás. Es aquello de "al suelo que vienen los nuestros", que dijo Pio Cabanillas, uno de los políticos más astutos de la Transición española. Cualquier político de la actualidad, en cualquier país democrático en el que los dirigentes pugnan por el control de las candidaturas que dan acceso a las instituciones, podría repetir lo mismo. En la izquierda, en la derecha o en el centro, que es donde militaba Pío Cabanillas.

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Eso es, por tanto, lo común, pero existe, además, un vicio añadido de separación y enfrentamiento que solo se genera en las fuerzas políticas que se ramifican en torno al Partido Comunista. Por las razones que sea, por su pasado histórico o por la radicalización de las ideas, en el seno de todas esas formaciones se genera un grado de sectarismo y de exclusión que es muy superior al de otras ideologías. Y cuanto más se avance hacia la extrema izquierda, mayor es el cainismo.

Los mayores representantes son los 'trotskistas', porque de ellos nace, precisamente, el virus de la división. Surgió en los primeros años del movimiento comunista, en la década de los años 20 del siglo pasado, cuando Leon Trostki comenzó a promover en el seno de la internacional comunista una alternativa política al modelo de partido comunista que habían desarrollado Lenin y Stalin. Acabó, como sabemos, preso en Siberia, expulsado de la Unión Soviética y asesinado por un militante comunista español, Ramon Mercader, cuando se exilió en México. De ese desgarro interno, en los primeros años del movimiento comunista, nace el virus de la división y el sectarismo que se conserva vivo en la actualidad. Si existiera un ADN ideológico, los científicos encontrarían una mutación entre los comunistas que explicaría por qué tienden a aniquilarse entre ellos mismos.

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Todo esto, obviamente, resulta mucho más paradójico si tenemos en cuenta que ese virus del sectarismo se produce en un movimiento político que predica la colectivización, la renuncia de los bienes personales, la igualdad de todos los hombres en una sociedad sin clases. Como dijo Carlos Marx, “la teoría del comunismo se reduce a una oración: abolir toda propiedad privada”. La lucha descarnada, despiadada, por el poder no debería existir en una ideología así porque, en teoría, es radicalmente contraria al espíritu general. No puede ser que la mayor crueldad, el mayor sectarismo, entre todas las ideologías, se produzca, precisamente, en aquella que contempla la condena de la explotación del hombre por el hombre como principio fundamental, pero es lo que ocurre. Y a la vista está. Por el egoísmo y la intolerancia que oculta el comportamiento de muchos de ellos, se podría hablar de un ‘comunismo individualista’, un oxímoron que tiene como autor, por razones muy distintas a las anteriores, a un comunista ilustre, Juan Ramón Jiménez.

Al poeta de Moguer, ya estando en el exilio tras la Guerra Civil española, le preguntaron si era comunista y él contestó con una afirmación matizada: "Yo soy comunista individualista". Años más tarde, visiblemente desengañado de tantos excesos, de tantas barbaridades, dijo algo más: "yo no puedo ser comunista en el sentido que hoy se llama comunista a Rusia, porque soy un individualista moral. Yo no soy, insisto, comunista, ni Stalin tampoco por dos razones diferentes. Stalin es un imperante y yo no soy ni un imperialista, ni un imperable, ni un imperiado. Creo que la cosa está bien clara". Pues eso. Un imposible.

Algún día, los politólogos tendrán que reconocer a Yolanda Díaz y estudiar lo insólito de su caso. Es una líder política construida al revés que todos los demás líderes de la historia, porque empezó en la meta que todos se marcan como objetivo y, sin salir de ahí, no ha logrado siquiera comenzar la carrera. Empezó en el Gobierno y ha sido incapaz de formar un partido político. Es, por tanto, una mujer de récord, eufemismo amable para describir su fugacidad.

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