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Matacán
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¿Elegir entre Estados Unidos y China? No, gracias
La gravedad de las acciones del botarate americano no cambia nuestro lugar en el mundo, así que alejémonos de los intereses 'zapateriles' para aprovechar las aguas revueltas
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La trampa a la que algunos pretenden conducirnos en esta crisis de los aranceles es tan burda como peligrosa. Pretenden que tengamos que elegir entre Donald Trump y Xi Jing Pin y no, claro, no es el momento de que nadie aproveche la coyuntura para que vayamos de lo malo a lo peor. De forma que, para evitar que sigamos avanzando hacia ese dilema tramposo, lo mejor es comenzar llamando a las cosas por su nombre. Estados Unidos sigue siendo nuestro aliado principal, en todos los aspectos, cultural, económico y militar, por muchas trapacerías y barbaridades que esté cometiendo el presidente que han elegido. Aunque Donald Trump, y su camarilla de multimillonarios, intenten implantar en el mundo un nuevo orden mundial que hace peligrar la convivencia y las libertades conquistadas, la sociedad norteamericana es la que nos puede salvar de esa deriva. Quien nos ha metido en el problema, con la elección de Trump, es quien debe sacarnos, y las protestas que ya se están produciendo son la principal esperanza. Porque Estados Unidos sigue siendo una democracia consolidada y ningún sátrapa puede sentirse a sus anchas, como ocurriría en otros países del mismo continente americano. O como en China, que no va a camuflar su régimen con todo este revuelo internacional. Aunque sumemos todas las antipatías que suscita el presidente de Estados Unidos y todo el miedo que producen sus soflamas, nada de eso convierte a la República Popular China en una amable democracia. Era y es una dictadura comunista, desde que la proclamó Mao Zedong en 1949, y se siguen vulnerando derechos humanos elementales. La inmensa paradoja de las últimas décadas radica precisamente en ese giro inesperado de la historia, que una dictadura comunista haya desarrollado el sistema capitalista más severo de todo el mundo. Esa es la distorsión enorme que subyace en esta guerra comercial desatada por Donald Trump, con la sutileza del elefante en la cacharrería.
Con solo un ligero repaso de algunos gráficos se llega a la conclusión inmediata de que, en efecto, el nuevo orden mundial tiene que ajustarse, con reglas nuevas, si no queremos que nuestros países occidentales caigan en una depresión definitiva. En la actualidad, la producción industrial de China es mayor que la producción combinada de Estados Unidos, Alemania, Japón, Corea del Sur y Reino Unido. En The New York Times, un periódico nada sospechoso de alabar y de justificar a Donald Trump, sino todo lo contrario, se publicó hace unos días un reportaje demoledor sobre esta realidad, que, en muchos aspectos, es como si la hubiéramos descubierto de repente. Como si occidente hubiera estado dormido durante las últimas décadas en las que China ha construido un imperio económico y financiero que la va a convertir en la primera potencia del mundo dentro de unos años. El reportaje ofrecía algunos detalles que, por sí mismos, son más elocuentes que las gráficas de datos macroeconómicos. Decía, por ejemplo, que, durante décadas, la mayor fábrica de automóviles del mundo era la de Volkswagen en Wolfsburgo, en Alemania. Pero a ese liderazgo le queda ya muy poco tiempo: el fabricante chino de coches eléctricos BYD está construyendo dos fábricas en China, cada una de ellas capaz de producir el doble de coches que en la fábrica alemana. Otro detalle más: Huawei, un conglomerado que fabrica artículos tan variados como celulares y piezas de automóviles, acaba de abrir en Shanghái un centro de investigación para 35.000 ingenieros que tiene 10 veces más espacio para oficinas y laboratorios que la sede central de Google en Mountain View, California.
EEUU sigue siendo nuestro aliado principal, por muchas trapacerías y barbaridades que esté cometiendo el presidente que han elegido
El reportaje de The New York Times llevaba como título algo tan inquietante como el anuncio de un tsunami que va a terminar arrasando todas nuestras economías. La literalidad se corresponde con el vaticinio que hace Katherine Tai, una famosa abogada estadounidense, con padres originarios de China, que fue nombrada representante de comercio de Estados Unidos en la anterior administración de Joe Biden. “El tsunami va a llegar para todos”, pronostica esta mujer atendiendo a que la maquinaria industrial de China va a inundar el mundo entero de productos de toda naturaleza con los que ningún país occidental puede competir. “Las inversiones y los avances de China en la fabricación están produciendo una oleada de exportaciones que amenaza con provocar cierres de fábricas y despidos no solo en Estados Unidos, sino también en todo el mundo”. Todo eso, volvamos a insistir en la paradoja, bajo una dictadura comunista que no tiene que preocuparse de la inestabilidad institucional tras unas elecciones ni de que los trabajadores puedan convocar una huelga general por las condiciones de trabajo, porque los sindicatos y los partidos políticos están prohibidos, obviamente. En China no se tienen que preocupar por las horas perdidas por conflicto laborales, que es un serio problema en Europa, ni por el auge de fuerzas políticas antisistemas, nacionalistas, independentistas y radicales, que tienen como objetivo destruir el país en el que viven. No, todo lo contrario. El país, junto con India, más poblado del mundo (1.425 millones de habitantes), a disposición del mayor patrón capitalista de la historia, el Partido Comunista Chino, con los bancos estatales a su disposición para financiar durante décadas la investigación y el desarrollo empresarial.
En esa realidad inquietante, como el monstruo que estaba en la habitación, es en la que tiene que desenvolverse con agilidad e inteligencia la Unión Europea. Ya sabemos que, inexplicablemente, una buena parte de la izquierda española y europea siempre ha apoyado y justificado a las dictaduras comunistas, como si los derechos humanos de esos países fueran sólo un efecto colateral, como si la tortura y el asesinato tuvieran otros nombres en las cárceles de los regímenes comunistas. Nada más revelador en este momento que pararnos a mirar dónde se encuentra el expresidente Rodríguez Zapatero y qué intereses defiende. Ya lo dijo en una Conferencia del Grupo Puebla, como recordaba aquí hace unos días Ignacio Cembrero. “Tenemos que hacer que China —dijo Zapatero—, y ojalá la Unión Europea pongan a Estados Unidos en una situación imposible. Muchos trabajamos en esa dirección”. Eso lo dijo Zapatero en 2021 y lo que constatamos es que, desde entonces, el interés del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, por visitar China ha ido creciendo. Y también conocemos por El Confidencial algunos detalles del lobby chino del expresidente socialista. Ni Zapatero ni Pedro Sánchez deben desconocer, igualmente, que en la izquierda española existe un estado de opinión mayoritario para que España se acerque a China y se aleje de Estados Unidos, aprovechando esta crisis. Hasta un 69 % de los votantes del PSOE y un 83 % de los de Sumar. Pero no, esa sería la mayor tragedia. La gravedad de las acciones del botarate americano no cambia nuestro lugar en el mundo, así que alejémonos de los intereses ‘zapateriles’ para aprovechar las aguas revueltas. Como en esos eslóganes de tantas reivindicaciones. ¿Elegir entre Estados Unidos y China? No, gracias.
La trampa a la que algunos pretenden conducirnos en esta crisis de los aranceles es tan burda como peligrosa. Pretenden que tengamos que elegir entre Donald Trump y Xi Jing Pin y no, claro, no es el momento de que nadie aproveche la coyuntura para que vayamos de lo malo a lo peor. De forma que, para evitar que sigamos avanzando hacia ese dilema tramposo, lo mejor es comenzar llamando a las cosas por su nombre. Estados Unidos sigue siendo nuestro aliado principal, en todos los aspectos, cultural, económico y militar, por muchas trapacerías y barbaridades que esté cometiendo el presidente que han elegido. Aunque Donald Trump, y su camarilla de multimillonarios, intenten implantar en el mundo un nuevo orden mundial que hace peligrar la convivencia y las libertades conquistadas, la sociedad norteamericana es la que nos puede salvar de esa deriva. Quien nos ha metido en el problema, con la elección de Trump, es quien debe sacarnos, y las protestas que ya se están produciendo son la principal esperanza. Porque Estados Unidos sigue siendo una democracia consolidada y ningún sátrapa puede sentirse a sus anchas, como ocurriría en otros países del mismo continente americano. O como en China, que no va a camuflar su régimen con todo este revuelo internacional. Aunque sumemos todas las antipatías que suscita el presidente de Estados Unidos y todo el miedo que producen sus soflamas, nada de eso convierte a la República Popular China en una amable democracia. Era y es una dictadura comunista, desde que la proclamó Mao Zedong en 1949, y se siguen vulnerando derechos humanos elementales. La inmensa paradoja de las últimas décadas radica precisamente en ese giro inesperado de la historia, que una dictadura comunista haya desarrollado el sistema capitalista más severo de todo el mundo. Esa es la distorsión enorme que subyace en esta guerra comercial desatada por Donald Trump, con la sutileza del elefante en la cacharrería.