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La globalización según Sevilla
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Javier Caraballo

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La globalización según Sevilla

Limitémonos a describir lo que está ocurriendo y que cada cual deduzca si es una preocupante degeneración o un ilusionante fenómeno de recuperación de valores en la sociedad

Foto: Varios nazarenos se dirigen a la Iglesia Parroquial de San Bernardo para realizar su estación de penitencia el Miércoles Santo. (Europa Press/María José López)
Varios nazarenos se dirigen a la Iglesia Parroquial de San Bernardo para realizar su estación de penitencia el Miércoles Santo. (Europa Press/María José López)
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Dado que no es posible concebir Sevilla sin sevillanos, como ansiaba irónicamente Antonio Machado, habrá que pensar que en esta ciudad magnética todo ocurre porque no es posible separar lo uno de lo otro; que sólo juntos hacen posible la maravilla y la jartera. El pensamiento es recurrente durante muchos días del año, pero es en días como estos, en Semana Santa, cuando más agudas y sobresalientes se presentan esas dos sensaciones, lo sublime y lo empalagoso. La grandeza y la vulgaridad. Todo elogio se queda pequeño y todo hartazgo se multiplica ante el friquismo sevillano.

Aparecen la cara y la cruz de la Semana Santa de Sevilla y es entonces cuando con más claridad comprendemos que es del todo inútil pretender formular una teoría, o de alcanzar una conclusión. Podemos intentar entenderlo, pero renunciemos a pontificar ni a calificar nada. Es lo mejor para no resbalar. Limitémonos a describir lo que está ocurriendo y que cada cual deduzca luego si se trata de una preocupante degeneración o, por el contrario, debemos contemplarla como un extraordinario fenómeno de recuperación de grandes valores cristianos, especialmente reseñables en este mundo descreído y deshumanizado. No se trata, de hecho, de ningún debate nuevo. Todo lo contrario. Podemos remontarnos muchos años atrás, incluso siglos, y encontraremos referencias diversas de grandes hombres y mujeres que, al llegar a la ciudad en días como estos se han visto deslumbrados y desconcertados.

Fue un escritor francés, por ejemplo, Joseph Peyré, quien acuñó la expresión que se sigue usando, “la pasión según Sevilla”, cuando visitó la ciudad en una Semana Santa de la primera mitad del siglo pasado. En su libro, ' La Passion selon Séville', se contienen descripciones como esta, propia de un éxtasis: “La Macarena surge al fin, en su estela de luz, con su rostro donde las lágrimas apenas acaban de secarse, y brilla, y se anima con el calor de tanto amor. La aclamación llega a su paroxismo. Ella pasa en su aureola y, como una lenta cometa, deja detrás la cola de pavo real de su manto verde ocelado, con su arrastre de fuego, antes de desvanecerse en las tinieblas de la Catedral”. Unas décadas antes, un compositor de la talla de Igor Stravinski resumió lo que tenía delante con una sola frase: “Estoy escuchando lo que veo y estoy viendo lo que escucho".

Un sacerdote mexicano, afincado en Galicia, el padre Ramón Cué, publicó en 1947 un libro, ' Cómo llora Sevilla', y cambió para la lírica de la Semana Santa sevillana. “Mi tesis es que Sevilla ha sabido hacer una síntesis dificilísima dentro de la Iglesia cristiana. Sevilla ha sabido unir dolor y gloria, sufrimiento y alegría, y los abraza en una visión única, revolucionaria, para muchos, contradictoria e inaceptable”. Tiene razón. Atención a una de las mayores contradicciones: que la misma ciudad en la que decenas de miles de personas abarrotan las calles para acompañar a las imágenes sagradas de las Cofradías sea, al mismo tiempo, una de las provincias de España, junto a Cádiz, con un porcentaje más bajo de participación en la misa dominical.

Foto: Costaleros de la Hermandad de Cerro del Águila (G.V)

Este interesante contraste lo incluye en una de sus múltiples publicaciones un afamado antropólogo andaluz, Isidoro Moreno, que lleva décadas intentando explicar este fenómeno. Su teoría es que la Semana Santa en Andalucía adquiere un rango social distinto a todas las demás, se convierte en un “hecho social total”. Eso es lo que hace posible que nos expliquemos que la religiosidad no sea un factor determinante para la participación en la Semana Santa sevillana. Hace casi dos siglos, en la primera mitad del XIX, un viajero francés, hispanista y escritor, Antoine de Latour mostraba exactamente la misma perplejidad que se puede retratar hoy: “Me temo que no es por el sentimiento religioso por lo que toda España se siente atraída ante el espectáculo de la Semana Santa de Sevilla. [...] En Sevilla, el espíritu del país con esa fiebre de diversión que invade toda Andalucía, se ha apoderado incluso de las fiestas religiosas y de sus más conmovedoras ceremonias, y he advertido con pena cómo cada día es menor el poder del catolicismo en la exhibición popular de ese drama de la pasión de Cristo, representado en la calle y en el templo, delante del espectador cada vez más indiferente”.

Hace algo más de un año, y todavía se arrastra, en Sevilla se generó una gran polémica por unas declaraciones del alcalde de la ciudad, José Luis Sanz (PP), en las que advertía de la saturación de procesiones de Semana Santa. Hizo los cálculos y salía una media que desbordaba el año, más de 450 procesiones extraordinarias. Es decir, que, en todas las épocas del año, ya sea con los fríos de diciembre en puertas de la Navidad o en pleno agosto, con los termómetros instalados en los 45 grados, es posible encontrarse con el paso de una Virgen o de un Cristo, recorriendo las calles de Sevilla, envueltos en una nube de incienso.

Foto: Cofradía del Señor Resucitado y María Santísima de la Victoria. (EFE/José Manuel Pedrosa)

El alcalde le pidió al arzobispo que intercediera, que prohibiera procesiones extraordinarias, incluso insinuó la posibilidad de aprobar una tasa municipal para que las hermandades corrieran con los gastos que originan (seguridad, limpieza, tráfico…), pero tuvo que desistir al poco tiempo. Nadie se atreve. Todo se queda en la insinuación, como esta misma Semana Santa, en la que el propio presidente del Consejo de Hermandades y Cofradías ha realizado una insólita petición: que no venga nadie más a Sevilla estos días: "La Semana Santa de Sevilla no necesita más turismo, no caben más personas”. Igual que pueden verse procesiones todo el año, también es posible encontrar en todo momento conferencias, conciertos, pregones y, sobre todo, programas de tertulianos televisivos de Semana Santa que han derivado hacia un género periodístico propio, con una jerga peculiar de lugares comunes y piropos manidos, mitad melaza de pregones y mitad tertulias periodísticas.

“Repasar la historia de Sevilla es repasar la historia espiritual del mundo, porque su alma estuvo siempre abierta a todas las sugestiones, sin perjuicio de pervertirlas y desnaturalizarlas a su antojo. De ahí, tanto parásito de la virtud. Parásitos del virtuosismo sevillano, la sistemática exaltación de la gracia”, dejó escrito Manuel Chaves Nogales, seguro, por otro lado, de que cualquier otro sistema social o político, incluso cualquier otro criterio estético, acabaría sucumbiendo al canon sevillano. “Háganse vivir en la ciudad y no los conocerá el cerebro que los parió”.

Todos los excesos de la Semana Santa de Sevilla, todas las críticas que puedan hacerse, siempre se verán compensadas por la potencia inmensa de los dos parámetros fundamentales que la sustentan. La belleza indescriptible, la perfección puesta en escena, y la solidaridad de una estructura social construida en torno a las hermandades y cofradías, que irradian valores cristianos, aunque no se participe de la liturgia. Hay quien piensa que, en lo teológico, el fenómeno debería entenderse como una especie de ‘globalización, según Sevilla’. La globalización que logra aunar la religiosidad y el ateísmo, que no excluye a nadie. Tal y como están los tiempos, con tanta polarización, sin necesidad siquiera de compararla con las otras formas de religiosidad que fomentan el odio y la muerte, podemos contemplar ‘la globalización, según Sevilla’ como un referente necesario.

Dado que no es posible concebir Sevilla sin sevillanos, como ansiaba irónicamente Antonio Machado, habrá que pensar que en esta ciudad magnética todo ocurre porque no es posible separar lo uno de lo otro; que sólo juntos hacen posible la maravilla y la jartera. El pensamiento es recurrente durante muchos días del año, pero es en días como estos, en Semana Santa, cuando más agudas y sobresalientes se presentan esas dos sensaciones, lo sublime y lo empalagoso. La grandeza y la vulgaridad. Todo elogio se queda pequeño y todo hartazgo se multiplica ante el friquismo sevillano.

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