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Matacán
Por
Francisco, su inmenso legado y su gran ausencia
Si no ha querido venir a España, ni tampoco a Argentina, es porque quería dejar ese mensaje a su muerte. Nada es casual en el pontificado de uno de los Papas más reformistas
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Se ha muerto el primer Papa hispanoamericano de la historia y no ha querido visitar ni España ni Argentina. Una renuncia expresa a pisar como sumo pontífice la tierra del país que lo vio nacer y a besar el suelo de la nación a la que tanto le debe históricamente la Iglesia que ha representado este papa Francisco. Sus predecesores visitaron España en numerosas ocasiones, cinco veces Juan Pablo II y tres veces Benedicto XVI, pero Francisco, ninguna... Nada en la Iglesia suele ocurrir por casualidad ni todo es explícito, por esa maestría sinuosa de escribir recto con renglones torcidos. Una inercia de gobierno que acumula la experiencia de dos mil años de historia y que sabe medir los tiempos, madurar los mensajes.
El papa Francisco no ha sido ajeno a nada de ello. Si no ha visitado Argentina, si no ha querido venir a España, ha sido porque ese ha sido el mensaje que ha querido dejar en su pontificado, por distintas razones que veremos. La trascendencia de esas decisiones debemos contemplarlas, además, en el entorno de un pontificado muy exigente, con gravísimos problemas que amenazaban con la propia supervivencia de la Iglesia. Es decir, el papa Francisco ha debido ser consciente en todo momento de lo que suponía para los católicos españoles y argentinos que no haya querido ir a sus países, la decepción, la incomprensión y hasta el malestar, que podía causar su decisión, pero ha preferido esa distancia fría. Conocía al detalle la realidad de los dos países y se la exponía a todo aquel que lo visitaba en el Vaticano, acaso para subrayar que sus decisiones no estaban motivadas por el desdén o el menosprecio, sino por todo lo contrario.
La importancia del legado reformista del papa Francisco, que tantas veces se trivializa, surge del momento en el que su predecesor, el papa Benedicto XVI, es consciente de la gravedad de los problemas que están pudriendo a la Iglesia y se declara incapaz de afrontarlos. Ratzinger no se veía con fuerzas para acometer esa tarea y por eso renunció al Papado, el primero en hacerlo en seiscientos años. Internamente, la Iglesia se estaba pudriendo por la oscuridad de sus finanzas y, externamente, se estaba hundiendo por la ocultación durante decenios de miles de casos de abusos sexuales que fueron silenciados y negados sistemáticamente. El papa Francisco afrontó los dos problemas desde el primer día y lo hizo con enorme determinación. En sus 12 años de pontificado, los avances promovidos por Bergoglio han sido extraordinarios. Tengamos en cuenta que Juan Pablo II estuvo casi 27 años como sumo pontífice y que Benedicto XVI renunció cuando se acercaba al octavo año de pontificado.
Hasta pocos días antes de que lo ingresaran en un hospital, esta primavera, llegaban periódicamente noticias del Vaticano sobre reformas financieras estructurales. Muchas de ellas procedentes de la Autoridad de Supervisión e Información Financiera, creada por Francisco para fomentar la transparencia económica y abordar el creciente déficit financiero del Vaticano, que han sido sus dos grandes obsesiones: transparencia y austeridad. Cada uno de nosotros puede imaginarse qué supone, en una institución como la Iglesia, en un Estado como el Vaticano, que un obispo argentino llegue al trono de San Pedro y comience a tomar decisiones que remueven hasta los cimientos de la Basílica de Miguel Ángel. Bergoglio lo ha hecho y sólo cabe esperar en este momento que haya dejado reconducida la elección de su sucesor para que ninguna de esas reformas puedan detenerse. Entre otras cuestiones, porque esos cambios son los que hacen creíble y perdurable la insignia principal de su pontificado, la humildad y la sencillez. “La fe no necesita ostentación, sino humildad”, como ha repetido tantas veces y ha practicado muchas más. Hasta en el ceremonial de su propia muerte.
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En todo caso, si la reforma de la estructura financiera del Vaticano era una tarea de enorme complejidad, más aún lo era la urgencia de destapar y perseguir décadas de abusos sexuales en el seno de la Iglesia. Vivimos en un mundo en el que son frecuentes los ‘gestos de valentía’ de muchos líderes mundiales cuando piden perdón, solemnemente, por hechos que sucedieron hace cientos de años, pero son incapaces de mirar a su alrededor y tratar de resolver las graves injusticias que sí les afectan a ellos directamente. El papa Francisco afrontó el cáncer de la pederastia en la Iglesia desde el primer instante. No hacía ni un año que había sido elegido Papa cuando recibió la carta de un joven de Granada en la que le denunciaba los abusos de los que había sido objeto. El Papa, en un gesto histórico, por inusual, por significativo, descolgó el teléfono, se puso en contacto con aquel hombre, le pidió perdón y le prometió justicia.
“Las verdades son verdades y no pueden esconderse”, dijo entonces el Papa Francisco. “Me siento obligado a hacerme cargo de todo el mal que algunos sacerdotes han hecho por los abusos sexuales con los niños. La Iglesia es consciente de este daño. Es un daño personal, moral, hecho por hombres de la Iglesia. Y no vamos a dar un paso atrás”. Al cabo de los años, aquel caso de Granada, el ‘caso Romanones’, acabó desinflándose en los tribunales de Justicia, entre la prescripción de algunos delitos y la dificultad para sustentar otros, pero la verdad judicial no eclipsó la determinación papal de seguir adelante. Todo lo contrario de lo que ha ocurrido en la Conferencia Episcopal Española que, desde 2014, ha estado negando la existencia de casos de pederastia. Al fin, el año pasado, diez años después, el informe ‘Para dar luz’ admitía la existencia de un millar de casos de pederastia en la Iglesia española.
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Es muy probable que la resistencia de la jerarquía eclesiástica española ante los abusos sexuales, para desterrarlos y para sanear con la verdad y con el perdón un pasado de ocultaciones, pueda estar en el epicentro de la decisión del papa Francisco de no visitar España. Igual que en los principales medios argentinos, como Clarín, se afirma que el motivo de no haber visitado su país natal ha sido el interés superior de Bergoglio de no convertirse en un polo de controversia añadida, de disputas y divisiones entre argentinos, cuando algún gesto suyo pudiera malinterpretarse o manipularse en la siempre visceral política argentina. Es posible y hasta comprensible, aunque durante su vida se le pudiera censurar una renuncia que hacía pagar a todos por igual, a sus fieles cristianos y los obispos díscolos.
Dicen que la única visita que podría haber realizado el papa Francisco a España era a las islas Canarias y, con toda probabilidad, la habría realizado porque de esa forma reforzaba doblemente su mensaje de no visitar España. La crueldad de la inmigración es lo que ha movido su conciencia, junto al desprecio por quienes han querido tapar la pederastia. Descanse en paz Jorge Mario Bergoglio, al que con justicia están llamando ‘el Papa de los pobres’. Un título humilde para un legado inmenso.
Se ha muerto el primer Papa hispanoamericano de la historia y no ha querido visitar ni España ni Argentina. Una renuncia expresa a pisar como sumo pontífice la tierra del país que lo vio nacer y a besar el suelo de la nación a la que tanto le debe históricamente la Iglesia que ha representado este papa Francisco. Sus predecesores visitaron España en numerosas ocasiones, cinco veces Juan Pablo II y tres veces Benedicto XVI, pero Francisco, ninguna... Nada en la Iglesia suele ocurrir por casualidad ni todo es explícito, por esa maestría sinuosa de escribir recto con renglones torcidos. Una inercia de gobierno que acumula la experiencia de dos mil años de historia y que sabe medir los tiempos, madurar los mensajes.