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Matacán
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Cinco días de abril. El enigma de una dimisión
Nadie que vaya a dimitir anuncia por carta cinco días antes que está pensando irse por amor, con lo cual sólo cabe pensar en un problema mayor que el presidente necesitaba evaluar
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"¿Merece la pena todo esto?" Esa era la pregunta del presidente Pedro Sánchez. La respuesta que le dio el propio Sánchez la conocemos de sobra, pero todavía sigue siendo un enigma el fondo de toda esa operación. ¿Qué encerraba esa expresión, "todo esto"? Lo único que parece claro es que nadie que esté pensando en presentar su dimisión hace público varios días antes su intención de dejar la presidencia del Gobierno de una de las democracias más importantes del mundo, uno de los principales socios de la Unión Europea, con las repercusiones inmediatas que provoca, dentro y fuera del país. Tampoco lo ignora Pedro Sánchez, salvo que consideremos que es un frívolo inconsciente, con lo que tenemos que pensar que si se diseña una estrategia así es, en realidad, porque se trata de un asunto muy distinto al que se expone.
Cinco días de reflexión, sí, pero no para meditar si le merecía la pena continuar como presidente del Gobierno de España, sino para evaluar en profundidad la gravedad de un problema que corría el riesgo de explotar y causarle un daño mucho mayor que una dimisión por cuestiones personales. Las que siguen, sin que ninguna de ellas haya sido contrastada ni verificada, son las tres posibilidades que se han manejado sobre un enigma sin resolver. Todo se sustenta en esa evidencia boba, o de lógica política, que se expresaba antes: nadie que quiere dejarlo todo por amor se pide cinco días para pensárselo, como un novio despechado a la salida de un verano apasionado.
Primera hipótesis: una crisis matrimonial. Quitando la abdicación por amor de Eduardo VIII de Inglaterra, para poder casarse con Wallis Simpson, no existen precedentes de líderes de países que hayan dimitido de sus cargos por amor a su pareja. Y eso es lo que decía Pedro Sánchez en su ‘carta a la ciudadanía’, emitida por redes sociales, a las siete de la tarde del 24 de abril de 2024: "¿Merece la pena todo esto? Muchas veces se nos olvida que tras los políticos hay personas. Y yo, no me causa rubor decirlo, soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer que vive con impotencia el fango que sobre ella esparcen día sí y día también". Ese era el lazo rojo con el que se envolvía su carta de dimisión, en la que obviaba algunos aspectos esenciales. Por ejemplo, que, en más de seis años de mandato como presidente del Gobierno, jamás se había mencionado a su mujer en el debate político. Nunca.
Todo cambia cuando El Confidencial publica, el 29 de febrero de 2024, la llamativa coincidencia de su vinculación con el "nexo corruptor" de una trama de corrupción investigada por la Audiencia Nacional. Tampoco mencionó que, de igual manera, lo único que ocurrió ese día, el 24 de abril de 2024, es que un juzgado admitió a trámite una denuncia contra su mujer, Begoña Gómez, que es lo habitual en toda denuncia que se presenta. No se archivan denuncias sin una mera investigación previa, salvo que se trate de falsos montajes que no se sostienen. Aunque aquellos días se repitió hasta la saciedad, con menosprecio y soberbia, que sólo se trataba de "tres recortes de prensa" (las informaciones de El Confidencial), tampoco era el caso. Por lo tanto, como no era verdad que existiera un acoso constante sobre Begoña Gómez, lo lógico es pensar que las revelaciones de El Confidencial provocaron en la pareja una crisis matrimonial inesperada. Tampoco Pedro Sánchez conocía todos los detalles de la actividad profesional de su mujer y necesitaba conocer qué había ocurrido exactamente y a qué se exponía judicialmente. Por eso, cinco días.
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Segunda hipótesis: conspiración internacional. Semanas antes de que estallara el caso Koldo, el primer gran caso de corrupción que afectaba al Gobierno de Pedro Sánchez, estalló una enorme crisis al desvelarse que los teléfonos de varios miembros del Gobierno, entre ellos el del propio presidente Pedro Sánchez y el de sus ministros de Defensa, de Interior y de Agricultura, habían sido intervenidos, ‘pinchados’, con el sofisticado programa Pegasus. Se trata de un 'software' de espionaje y vigilancia, desarrollado por Israel, con fines antiterroristas que sólo suelen adquirir los Gobiernos. No se sabía, por tanto, ni qué país había ordenado el espionaje del Gobierno español ni, sobre todo, qué información había obtenido.
Israel y Marruecos son los dos países que se citaron como probables, pero nada se supo más allá de algunas conjeturas. Por ejemplo, la extrañeza de que también se pinchara el móvil del ministro de Agricultura, que nada tiene que ver ni con la Defensa ni con las Fuerzas de Seguridad del Estado, aunque sí era relevante que Luis Planas hubiera sido embajador de España en Marruecos durante toda la etapa de gobierno de Rodríguez Zapatero. La Audiencia Nacional abrió una investigación, la archivó por "la absoluta falta de cooperación judicial" de Israel, pero justo un día antes de la ‘carta a la ciudadanía’, el 23 de abril, el magistrado que llevaba el caso decidió reabrirla a petición de Francia, que emitió una Orden Europea de Investigación. Ese giro inesperado pudo provocar también que el presidente Sánchez necesitara unos días para evaluar la situación. Por eso, cinco días.
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Tercera hipótesis: estrategia política extrema. De todas las hipótesis, quizá la mera estrategia política puede resultar la más verosímil, aunque, al mismo tiempo, tampoco es incompatible con ninguna de las anteriores. A fin de cuentas, estaríamos ante uno de los rasgos políticos más destacados de Pedro Sánchez, el de aprovechar cada momento de aparente dificultad, de zozobra, para revertirlo y convertirlo en un impulso definitivo que le conduce hasta la consecución de sus objetivos. El mismo día que el presidente Pedro Sánchez hizo pública su ‘carta a la ciudadanía’ comenzaba la campaña electoral de las elecciones en Cataluña, pieza fundamental del poder electoral del PSOE de Pedro Sánchez. El amago de su renuncia se iba a convertir de inmediato en el principal asunto político y el líder socialista, en el gran damnificado de una campaña de acoso contra su mujer.
Ni una cosa ni la otra, como se decía antes, pero ese fue el guion. En un insólito Comité Federal del PSOE, el 27 de abril, en el que no se debatió nada, apareció la ‘número dos’ de Pedro Sánchez, María Jesús Montero, para representar el drama: "Pedro, te defenderemos en la calle, en cada centro de trabajo, conjurados para luchar contra la desinformación. No hay derecho a que nuestros familiares, las personas a las que queremos también sean víctimas de la máquina del fango. Si toleramos algo así, si cerramos los ojos, que se destruya a personas a base de bulos, será la propia democracia la que se hunda en el fango. Nadie honrado querrá participar y eso es lo que persigue la derecha y la ultraderecha". Esa forma extrema de hacer política, que no repara en daños al país ni a la sociedad, ha obtenido los resultados apetecidos para el PSOE, en Cataluña y en España, como hemos visto después. Por eso, cinco días de abril.
"¿Merece la pena todo esto?" Esa era la pregunta del presidente Pedro Sánchez. La respuesta que le dio el propio Sánchez la conocemos de sobra, pero todavía sigue siendo un enigma el fondo de toda esa operación. ¿Qué encerraba esa expresión, "todo esto"? Lo único que parece claro es que nadie que esté pensando en presentar su dimisión hace público varios días antes su intención de dejar la presidencia del Gobierno de una de las democracias más importantes del mundo, uno de los principales socios de la Unión Europea, con las repercusiones inmediatas que provoca, dentro y fuera del país. Tampoco lo ignora Pedro Sánchez, salvo que consideremos que es un frívolo inconsciente, con lo que tenemos que pensar que si se diseña una estrategia así es, en realidad, porque se trata de un asunto muy distinto al que se expone.