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Matacán
Por
El doble apagón de España
Resulta inexplicable que el Gobierno de España tarde cinco horas y media en reaccionar para tranquilizar a la gente cuando una sola voz de autoridad es imprescindible y necesaria
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Hubo en España una noche de transistores y, de pronto, este lunes, sobrevino una tarde de transistores. Un apagón de electricidad que se hacía más llamativo cuando, en plena calle, el esplendor azul del mes de abril flotaba sobre el inmenso caos de atascos, de angustias, de desesperación. Muchos periódicos, como El Confidencial, y muchas cadenas de televisión, mantuvieron la información actualizada, pero la inmensa mayoría de los incomunicados tuvo que recurrir a los transistores de pilas cuando el apagón se llevó por delante las comunicaciones de móvil, la señal de internet y hasta las redes sociales.
La tarde de los transistores es un símil oportuno porque al igual que en aquella ocasión, cuando el golpe de Estado de Tejero, la urgencia que se instala en todos nosotros es la de oír una voz autorizada que nos cuente qué está pasando. Los ciudadanos, especialmente los españoles, siempre muestran un comportamiento ejemplar en estas circunstancias, y son conscientes que no hay mucho que decir en los primeros minutos de una tragedia, o de un suceso inesperado que paraliza un país entero, como este apagón eléctrico de toda la península. Eso ya se sabe, no se exigen grandes explicaciones, pero la urgencia de la comunicación oficial no disminuye. Porque se espera un leve consuelo, tan elemental como saber que hay alguien a los mandos, ocupándose de que la normalidad vuelva lo antes posible. Ya presumimos que las explicaciones serán vagas, que no se podrán ofrecer detalles concretos de qué ha pasado y cuándo se va a solventar. Pero la voz de la autoridad es más necesaria que nunca en ese momento.
El silencio del Gobierno en ese momento supone un doble apagón. Y eso es inexplicable. Que durante cinco horas y media, nadie del Gobierno de España se dirigiera a los españoles no tiene disculpa alguna, sobre todo cuando el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, decidió comparecer a las cinco horas y media para decir, exactamente, lo mismo que habían dicho cuatro o cinco horas antes numerosos alcaldes y presidentes de comunidades autónomas. No usar los teléfonos móviles ni los vehículos privados, salvo casos de urgencia, y que no se atendiera a ‘bulos conspiranoicos’ porque aún se desconocía el origen del apagón. Había que palparse la ropa al oír cómo Pedro Sánchez nos recomendaba, cinco horas y media después, que son cinco horas y media de caos descomunal, que no se usaran mucho los móviles para no quedarnos sin batería…
Tiene este Gobierno varias vicepresidentas, ministros locuaces directamente afectados y una portavoz y ninguno de ellos creyó necesario comparecer para decir, simplemente eso, que estábamos padeciendo lo que jamás había ocurrido en España y que, desde que se apagaron las primeras luces, estaba trabajando para volver a la normalidad. Que ya estaban movilizados todos los recursos humanos y materiales del Estado para recuperarnos. Y pedirles paciencia y tranquilidad a los ciudadanos. Que somos un país desarrollado, que formamos parte de un club de países que nos brindan su solidaridad y su apoyo. En la tarde de los transistores, ese mensaje elemental de serenidad y de confianza no tiene excusas.
Si las vicepresidentas y los ministros, ninguno de ellos, decidió comparecer, tuvo que ser porque todo se supeditó a la comparecencia de Pedro Sánchez para decir nada. Es posible que una orden superior desautorizara cualquier comparecencia que no se limitara, a través de comunicados oficiales, a trasladar algunos mensajes de servicios, como la parálisis de todo el sistema ferroviario. Sabemos que en el complejo de la Moncloa hay medio millar de asesores, con lo que es fácil imaginar que en el primer instante de la crisis nacional ya habría una sugerencia de un mensaje a la ciudadanía, al margen de todo lo demás, como es la constitución de un gabinete de crisis para coordinar las tareas de recuperación de la normalidad. Eso forma parte de una reacción natural de todos nosotros, que ante situaciones extraordinarias se activan soluciones de emergencia. A un periodista de radio no hace falta que nadie le indique que, aunque se haya acabado su programa, un apagón nacional requiere la inmediata retransmisión de un programa especial, que no se sabe cuánto va a durar. Igual en las televisiones y en los periódicos, como se decía antes.
Pero fue una tarde de urgencia, urgencia de voz, de información, y todos ellos son conscientes de que los ciudadanos se sienten acompañados cuando oyen a una vecina que se ha quedado sin dinero para poder pagar la compra, al hombre que ha ayudado a rescatar a sus vecinos encerrados en el ascensor, a la mujer agobiada que ha salido corriendo a comprar un generador porque su marido está paralizado por la ELA y necesita que siga funcionando el respirador, si es que el apagón va a durar toda la noche. Se necesita saber que el caos nos mantiene unidos, que no estamos solos. Esa era la tarde de los transitores y, en todo ese tiempo, sólo pudo oírse el silencio del Gobierno, como un pitido agudo de vacío o un descontrol. Cuando avancen los días, quizá acabemos sabiendo si se ha decidido así por estrategia comunicativa, por ejemplo, una orden de no comparecer hasta que no comenzara a restablecerse el servicio en algunas zonas de España, o si el silencio se debía a un problema político mayor, un absoluto desconcierto y desinformación sobre todo lo que estaba ocurriendo. Lo que haya ocurrido, sea lo que sea, no tapa ese silencio en las horas más críticas.
Hubo en España una noche de transistores y, de pronto, este lunes, sobrevino una tarde de transistores. Un apagón de electricidad que se hacía más llamativo cuando, en plena calle, el esplendor azul del mes de abril flotaba sobre el inmenso caos de atascos, de angustias, de desesperación. Muchos periódicos, como El Confidencial, y muchas cadenas de televisión, mantuvieron la información actualizada, pero la inmensa mayoría de los incomunicados tuvo que recurrir a los transistores de pilas cuando el apagón se llevó por delante las comunicaciones de móvil, la señal de internet y hasta las redes sociales.