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León XIV, el Papa de las mujeres
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Javier Caraballo

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León XIV, el Papa de las mujeres

El primer acto político de un pontífice es la elección del nombre porque al hacerlo nos señala a quien admira y a quien quisiera parecerse. Por eso es tan relevante la decisión del cardenal Prevost

Foto: Sao Paulo celebra una misa para celebrar la elección de León XIV. (EFE)
Sao Paulo celebra una misa para celebrar la elección de León XIV. (EFE)
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Dos gaviotas y su polluelo se posaron en el tejado de la capilla Sixtina a la hora a la que, según decían los corresponsales, la chimenea del Cónclave comenzaría a expulsar el humo de las votaciones. El polluelo caminaba con dificultad por las hendiduras del tejado y las gaviotas contemplaban la plaza de San Pedro, que comenzaba a llenarse de fieles. De pronto, la primera señal, un hilo fino que se consolidó al instante con una bocanada indiscutible de humo blanco. Un polluelo en el tejado de la Capilla Sixtina junto a la chimenea que anunciaba el nacimiento de un nuevo Pontificado. Sin más trascendencia, admitamos que no existe nada en este mundo que supere la perfección de las celebraciones de la Iglesia Católica, en todos los sentidos, desde cualquier punto de vista que queramos analizarlo.

El gran teatro del mundo, como dice mi compañero Rubén Amón, para resaltar con esa comparación admirativa la grandeza y la superficialidad de ese momento. El Conclave es un acontecimiento seguido por decenas de millones de personas en todos los continentes, el ritual grandioso del ‘Habemus Papam’ paraliza el mundo y se impone de forma abrumadora a cualquier otra noticia, pero, paradójicamente, todo ello sucede en el seno de una religión que, desde el último tercio del siglo pasado, se enfrenta a una grave crisis de vocaciones, sobre todo en Europa. Una crisis de vocaciones y de fe supone, por definición, una amenaza letal para una religión. La grandiosidad de los actos de la Iglesia, la belleza de cada detalle, la pulcritud deliciosa de cada elección, el rigor de todo formalismo; todo ese esplendor sucumbiría ahogado en su propia perfección si acaba convertido en el cascarón dorado de la nada. La brillantez sin alma ni espíritu.

El papa León XIV se ha presentado ante todos con la expresión nítida de lo que pretende que sea su Pontificado. Pensemos que la primera decisión política de un Papa —entendiendo ‘política’ en su sentido más amplio— es la elección del nombre para su Pontificado. Al señalar a uno de sus predecesores, un Papa nos está mostrando la admiración que le provoca su legado, el pontífice al que le gustaría parecerse, con quien pretende que lo comparen. León XIII, como ya hemos podido ver estos días, fue un Papa también de tiempos difíciles, en los años que hacen de bisagra entre dos siglos, con todas las convulsiones que suelen acarrear esas épocas. Las revoluciones industriales, primera y segunda, transforman por completo las sociedades de los países, la clase obrera comienza a tomar conciencia de su condición, de su opresión, y ese es justo el periodo de tiempo en el que León XIII es nombrado obispo de Roma. Se trataba de un tiempo nuevo, de una realidad nueva, ante la que la Iglesia no podía ser indiferente.

La encíclica Rerum novarum de León XIII estaba dedicada a esas "cosas nuevas" e instituyó la doctrina social de la Iglesia. Un siglo después, esa encíclica sirve aún de referencia a muchos católicos ante los problemas persistentes de la precariedad, la pobreza y la explotación en el mundo de estos días. Del papa León XIV no podemos esperar otra cosa que un discurso firme de defensa de los más oprimidos de este tiempo, los inmigrantes, cuando los vemos convertidos en objeto de odio o repulsa por parte de líderes populistas de extrema derecha, como el presidente de su país natal, Donald Trump. Apelaciones a la conciencia, a la compasión, a la humanidad, al respeto, a la dignidad del ser humano, porque sin esos sentimientos fundamentales no es posible pensar en la existencia del cristianismo. Esa es "la Iglesia misionera" que quiere construir León XIV; esa es "la Iglesia de la periferia" a la que ya se dirigía Francisco y que mantendrá su sucesor.

Foto: Nubes sobre la Plaza de San Pedro en el segundo día del cónclave, en la Ciudad del Vaticano. (EFE/Giuseppe Lami) Opinión
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Ha trascendido de quienes le conocían en Perú que Robert Francis Prevost Martínez (incluyamos siempre el apellido español) es un hombre progresista, "más progresista que el Papa Francisco", puntualizan. Es posible que sea así. Incluso podría añadirse, por alguna de sus primeras decisiones como la recuperación de la vestimenta tradicional de los Papas durante siglos para su presentación, que el papa León XIV es más progresista que el Papa Francisco y menos populista, con todo lo que ello puede significar para otra de las virtudes que se destacan de él: su capacidad para hacer de puente en el seno de la Iglesia. Y también para esperar que en su Pontificado se consolide la presencia de la mujer en la estructura de mando del Vaticano.

Como se decía antes, el papa León XIII supo mirar a las "cosas nuevas" que se producían en su época para reconocer las necesidades y las urgencias de la clase obrera. De la misma forma, lo que cabe esperar del León XIV es que sepa atender las demandas y el protagonismo que reclama la última gran revolución social de la humanidad, que es la de la igualdad efectiva de hombres y mujeres. Se trata, muy por encima de visiones pequeñas y sesgadas, de un sentimiento, una reivindicación que recorre el mundo entero. Con la excepción obvia de las dictaduras e imposiciones islámicas, la mujer de este nuevo milenio se siente protagonista de este tiempo de la historia y ese movimiento ya no habrá quien lo detenga.

Foto: El papa, en su primera misa ante los cardenales. (EP) Opinión

La Iglesia Católica es también consciente de ello y, por esa razón, el Papa Francisco comenzó a designar a mujeres para los cargos de responsabilidad que les estaban vetados. Los cambios que caben esperar son de esa naturaleza, que nadie aguarde posiciones muy distintas a las actuales con respecto a los matrimonios homosexuales o al aborto. Apertura hacia la mujer y, con ese movimiento interno, es posible incluso influir y paliar el grave problema de vocaciones, como se decía antes. El debate de las diaconisas volverá a abrirse y ya veremos hasta dónde llega. Tampoco es menor el problema de los sacerdotes casados (solo en España, superan los 6.000) que reclaman su reconocimiento para seguir ejerciendo.

Es posible que el debate de ambas cuestiones pueda realizarse de forma conjunta y, ante un Pontificado que se espera largo y fructífero, no debemos descartar que se puedan adoptar decisiones que hagan historia en la Iglesia. Y que algún día a León XIV lo puedan llamar "el Papa de las Mujeres" o "el Papa de la Mujer cristiana", de la misma forma que a León XIII pasó a la historia como "el Papa de los trabajadores".

Dos gaviotas y su polluelo se posaron en el tejado de la capilla Sixtina a la hora a la que, según decían los corresponsales, la chimenea del Cónclave comenzaría a expulsar el humo de las votaciones. El polluelo caminaba con dificultad por las hendiduras del tejado y las gaviotas contemplaban la plaza de San Pedro, que comenzaba a llenarse de fieles. De pronto, la primera señal, un hilo fino que se consolidó al instante con una bocanada indiscutible de humo blanco. Un polluelo en el tejado de la Capilla Sixtina junto a la chimenea que anunciaba el nacimiento de un nuevo Pontificado. Sin más trascendencia, admitamos que no existe nada en este mundo que supere la perfección de las celebraciones de la Iglesia Católica, en todos los sentidos, desde cualquier punto de vista que queramos analizarlo.

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