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Matacán
Por
Aproximación china al silencio de Sánchez
El presidente se ha parapetado tras un muro de silencio mientras sigue su acercamiento a la China de Zapatero y prepara un giro político radical que convulsione la segunda parte de la legislatura
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Pedro Sánchez se ha desconectado del fragor de los escándalos que surgen a su alrededor. Desde hace un mes y medio, exactamente desde el 29 de abril, ha levantado a su alrededor un muro de silencio -otro muro- y sólo asoma la cabeza de cuando en cuando para que se le pueda fotografiar colgado de su sonrisa. Pero sin decir nada de todo lo que sucede. La única persona que ha tenido la oportunidad de hacerle una pregunta ha sido el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, en la última sesión de control del Congreso de los Diputados de este periodo de sesiones, y el presidente le ha contestado como si tuviera delante a la niña de la curva. Manzanas traigo, como siempre, aunque esta vez sus evasivas se pueden interpretar como un mensaje de desprecio.
Feijóo le preguntó por su respaldo al fiscal general del Estado y a su secretario de organización y el presidente contestó con una tortilla fría de datos y de cifras. Ni abrazos, ni saludos ni miradas; una señal nítida de alejamiento aunque se trate de quienes ahora se encuentran en graves apuros, judiciales y políticos, por haberle defendido en el pasado. De ese comportamiento surge la primera explicación de este silencio: Sánchez jamás se implicará en una causa que pueda perjudicarle, aunque ello suponga sacrificar sus mejores y más fieles colaboradores.
Por el conocimiento que hemos acumulado sobre la personalidad de Pedro Sánchez, nadie debe tener dudas al respecto. Nada lo explica mejor que la anécdota que ha contado el primer sacrificado del presidente socialista, el exministro de Cultura, Máximo Huertas, al que forzó a dimitir por un escándalo nimio, a la semana de haber tomado posesión. Se reunieron en la Moncloa para valorar la importancia de la denuncia contra Máximo Huertas -un conflicto antiguo con Hacienda, de 200.000 euros, que acabó saldando- y cuando el afectado esperaba que el presidente oyera su versión, que le preguntara por su estado de ánimo, que le mostrara su cariño, su apoyo político; cuando el escritor, apesadumbrado, se sentó frente al presidente, su sorpresa fue que Pedro Sánchez "empezó a hablar de él, de cómo le vería la historia en el futuro (…) porque mira cómo acabó Zapatero, Aznar, González... todos acaban mal en política".
Si ahora, al preguntarle por su apoyo al fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, o al secretario de organización del PSOE, Santos Cerdán, que nadie tenga la menor duda de que Pedro Sánchez los dejará caer, como peones de ajedrez que se retiran del tablero, en cuanto sea necesario para su único fin en esta partida: su propia supervivencia. Ante la duda, detengámonos un instante más en ese detalle: si en 2018, tan sólo una semana después de formar Gobierno, ya estaba preocupado por cómo pasaría a la historia, imagínense hoy. Pues eso.
En todo caso, puede ocurrir también que este silencio de Sánchez obedezca a una estrategia que ya ha puesto en marcha en otros momentos críticos, como cuando El Confidencial desveló, el último día de febrero del año pasado, la vinculación de su esposa, Begoña Gómez, con el comisionista del caso Koldo, Víctor de Aldama. Esa información provocó un cambio radical en Pedro Sánchez. De ahí surgió el presidente que vemos ahora, dispuesto a arrasar con todo para defenderse de los escándalos que se conocen. Nunca el Estado de derecho ha estado más amenazado en España, como vienen repitiendo desde hace meses los más destacados representantes de la judicatura y de la fiscalía.
Ayer mismo, miles de jueces y fiscales se concentraron ante la puerta de audiencias y juzgados de toda España en protesta por las reformas que, como ya se dijo aquí, supone un verdadero atropello inconstitucional contra la separación de poderes y una cacicada inasumible en democracia. Esa deriva autocrática es, precisamente, la que nos lleva a pensar que este silencio de ahora se parezca al de los cinco días de abril del año pasado, cuando Pedro Sánchez protagonizó aquel espectáculo de su dimisión virtual y su posterior regreso "para combatir la desinformación", que es el eufemismo cínico que utiliza para justificar sus ataques a jueces, fiscales, guardias civiles y periodistas.
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No debemos perder de vista, en este sentido, que en una mente como la de Pedro Sánchez puede causar una gran atracción la realidad de un país como China. La ‘dictadura (im)perfecta’ como la denominan algunos cuando destacan los logros de progreso económico de las últimas décadas -850 millones de chinos han salido de la pobreza en los últimos 40 años, según el Banco Mundial-, a pesar de la brutal restricción de derechos y libertades de los ciudadanos. La atracción que ejerce China en Pedro Sánchez se demuestra con la intensidad de sus relaciones con este país, aconsejado y guiado por el lobista José Luis Rodríguez Zapatero. En los últimos diez meses, el presidente español ha mantenido al menos ocho encuentros con altos dirigentes del Partido Comunista Chino y con representantes empresariales, el último de ellos ayer, cuando se reunió con el vicepresidente chino, Han Zheng. Una reunión, claro, al estilo de China, sin presencia de periodistas ni de preguntas, sólo fotos. En este enroque de silencio táctico de Pedro Sánchez, lo único que no debemos descartar es que esté pergeñando un nuevo giro político, con el impulso de proyectos extremistas que convulsionen por completo la actualidad y consigan sepultar todas las polémicas de la actualidad.
El director de El Confidencial, Nacho Cardero, ya adelantó en marzo pasado el regreso de Iván Redondo al entorno de influencia del presidente Sánchez y, como a este Rasputín ambicioso le gusta aparentar, esta misma semana ya ha indicado, en su artículo en La Vanguardia, las claves de la segunda parte de la legislatura. Después de vanagloriarse de que, tras las elecciones de julio de 2023, vaticinó que se aprobaría la amnistía, ahora anuncia que en los dos años que quedan debe aprobarse un referéndum de independencia para Cataluña, y se supone que para el País Vasco después, utilizando un artículo genérico de la Constitución, el artículo 92, que dice que "las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos". Es evidente que se trata de un disparate constitucional de una ignorancia colosal, porque el artículo 2 afirma que "la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles", pero qué le puede importar a quien quiere hacer constitucional una autoamnistía.
¿Es ese el panorama, entonces? ¿Una reforma judicial, ya en marcha, referéndums de independencia, ya esbozados, y una reforma electoral para perpetuar el poder de la ‘España Frankenstein’? De momento, lo que está claro es que a Pedro Sánchez le encanta China y que sus silencios son inquietantes.
Pedro Sánchez se ha desconectado del fragor de los escándalos que surgen a su alrededor. Desde hace un mes y medio, exactamente desde el 29 de abril, ha levantado a su alrededor un muro de silencio -otro muro- y sólo asoma la cabeza de cuando en cuando para que se le pueda fotografiar colgado de su sonrisa. Pero sin decir nada de todo lo que sucede. La única persona que ha tenido la oportunidad de hacerle una pregunta ha sido el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, en la última sesión de control del Congreso de los Diputados de este periodo de sesiones, y el presidente le ha contestado como si tuviera delante a la niña de la curva. Manzanas traigo, como siempre, aunque esta vez sus evasivas se pueden interpretar como un mensaje de desprecio.