A la estación de Córdoba le han puesto el nombre del 'califa rojo' con el acuerdo de los principales partidos, a diferencia del acto miserable de los socialistas aragoneses con Javier Lambán
Estación de Córdoba-Julio Anguita. (EP/ Madero Cubero)
Al llegar a la estación, suena el nombre por megafonía, y al oírlo uno se sorprende de una rareza imposible en nuestros tiempos, aunque es verdad que en España se entierra muy bien. "Próxima estación, Córdoba-Julio Anguita", se oye por los altavoces del tren y lo extraño es que el Gobierno le haya puesto el nombre de este político comunista, de pura cepa comunista, a una estación de tren y no haya estado rodeada por una gran polémica. El nombre de la estación lo propuso el Colectivo Prometeo, del que el propio Julio Anguita era portavoz, recogieron cinco mil firmas en Córdoba y lo mandaron al Ayuntamiento. Aprobación asegurada porque lo apoyó el Partido Popular, que tiene mayoría absoluta, el PSOE y los concejales de Hacemos Córdoba, que es la denominación que tiene en esta ciudad la plataforma de partidos de izquierda que en su origen se llamaba Izquierda Unida.
Los únicos que se han opuesto son los ediles de VOX, la fuerza minoritaria de ese Ayuntamiento, por ese afán bronquista que llevan en su ser político. Podríamos entrar en debates sobre si con esta política de ponerle nombres contemporáneos a los espacios públicos, bibliotecas, estaciones o aeropuertos, no se está incurriendo en un evidente ejercicio de sectarismo histórico, incluso de paletismo, porque se olvidan grandes personajes de la historia de cada ciudad. Es evidente, sí, ese debate sería muy interesante aunque sepamos que es imposible porque afecta de pleno a lo políticamente correcto. Pero no es esa la razón por la que los ultras se oponen al nombre de Julio Anguita, sino porque consideran que, cualquier reconocimiento a una persona buena, honesta, como lo fue el ‘califa rojo’, es una traición y una incoherencia con sus propias ideas al tratarse "del mayor homenaje que se ha hecho nunca a un secretario general del Partido Comunista". El respeto, la grandeza y la deferencia suponen para este personal "una incoherencia" propia y, en ese sentido, no se les puede negar que tienen razón. Son así de cafres.
La cuestión es que la inmensa mayoría de los concejales (26 de 29 ediles) de Córdoba han respaldado esa propuesta y lo que tenemos que preguntarnos es qué tenía Julio Anguita como líder político para que se le siga recordando con cariño y con admiración, a pesar de que se pueda estar en las antípodas ideológicas. En la España actual, en este momento del nuevo siglo, la rareza es que exista una persona con la relevancia política que tuvo Anguita que no sea odiado y despreciado por sus adversarios.
Ahí está Donald Trump, espejo de tantos líderes ultras por todo el mundo, que hace unos días, en el funeral de Charlie Kirk, el activista de ultraderecha asesinado en Estados Unidos, dijo que su única diferencia con el fallecido era "que no odiaba a sus oponentes y quería lo mejor para ellos". Y entonces, añadió Trump: "Yo odio a mis oponentes y no quiero lo mejor para ellos". Julio Anguita no era así y, durante su liderazgo en el Partido Comunista y en Izquierda Unida, dejó muy claro que, por encima de las etiquetas ideológicas están las políticas concretas. Una propuesta no es buena, per se, porque la realice un partido de izquierdas ni una medida es mala porque la proponga un partido de derechas, o viceversa. Se debe trascender de la propia ideología para atenerse sólo al bien público. Esa praxis política es la que el ‘califa rojo’ sintetizó en una sola frase: "programa, programa y programa".
Lo contrario de lo que ha sucedido con el reconocimiento de Julio Anguita es lo que ha ocurrido esta misma semana en las Cortes de Aragón con Javier Lambán, el expresidente socialista de esta comunidad que falleció en agosto pasado. Se celebraba el debate sobre el estado de la Comunidad y, al inicio del pleno, el presidente actual, Jorge Azcón, del Partido Popular, anunció la concesión a Lambán, a título póstumo, del Premio Gabriel Cisneros a los valores constitucionales. Azcón dijo que se merecía ese reconocimiento por el legado político "de un servidor público honrado e infatigable, que antepuso Aragón absolutamente a todo, incluso a su propia salud" y, cuando los parlamentarios rompieron a aplaudir, los diputados del PSOE se cruzaron de brazos. No aplaudieron a su compañero muerto. Luego dijeron que no lo hicieron en protesta por la utilización que está haciendo el presidente popular de la figura de Lambán, pero hasta esa justificación es penosa. Es un acto miserable, no más. La realidad es que hace ya mucho tiempo que todos esos diputados socialistas de Aragón habían dejado de aplaudir a Lambán y es lo que siguen haciendo ahora.
Lambán, para todos ellos, se había vuelto un personaje incómodo, un incordio en el imperio sanchista al que consideraban un aliado de la derecha, Los valores constitucionales que defendía Lambán, y por los que recibe ese reconocimiento a título póstumo, no son algo etéreo, sino concreto, y lo incomprensible es que dentro del Partido Socialista, que fue uno de los principales protagonistas de la Transición española, defender la Constitución se haya vuelto un anatema.
Es tal el servilismo, que llamarse, definirse, como ‘constitucionalista’ conlleva el riesgo de que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, pueda malinterpretarlo. Javier Lambán hizo lo contrario, mantener hasta el último de sus días la defensa firme de sus principios, de sus valores, a sabiendas de que se estaba ganando la enemistad de los que ahora dirigen su partido. Cuando una persona ha fallecido, siempre es un ejercicio arriesgado, y a veces hasta contraproducente, especular con lo que hubiera dicho hoy de alguna cuestión de actualidad. Como, por desgracia, la muerte de Javier Lambán es tan reciente, podemos reproducir con total fidelidad lo que, ante esta última polémica, seguiría diciendo de su partido, el PSOE, de la Constitución y de España, a la que tanto amaba.
Esto lo dijo aquí, hace un año, y sigue valiendo igual hoy para contraponer la integridad y la grandeza con la sumisión y la bajeza: "Yo sigo manteniendo que el Partido Socialista no vino a este mundo para gobernar con populistas y extremistas, sino para combatirlos. Pedro Sánchez cambió todo eso y ha sido la gran quiebra interna del PSOE, obviando el contrasentido que tiene gobernar España con los que quieren acabar con España y con la Constitución".
Al llegar a la estación, suena el nombre por megafonía, y al oírlo uno se sorprende de una rareza imposible en nuestros tiempos, aunque es verdad que en España se entierra muy bien. "Próxima estación, Córdoba-Julio Anguita", se oye por los altavoces del tren y lo extraño es que el Gobierno le haya puesto el nombre de este político comunista, de pura cepa comunista, a una estación de tren y no haya estado rodeada por una gran polémica. El nombre de la estación lo propuso el Colectivo Prometeo, del que el propio Julio Anguita era portavoz, recogieron cinco mil firmas en Córdoba y lo mandaron al Ayuntamiento. Aprobación asegurada porque lo apoyó el Partido Popular, que tiene mayoría absoluta, el PSOE y los concejales de Hacemos Córdoba, que es la denominación que tiene en esta ciudad la plataforma de partidos de izquierda que en su origen se llamaba Izquierda Unida.