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Lo que va de Felipe González a Pedro Sánchez
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Javier Caraballo

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Lo que va de Felipe González a Pedro Sánchez

Comienza a emitirse una serie documental, ‘La última llamada’, que retrata perfectamente la degeneración de España en las últimas cuatro décadas por tantos esfuerzos y recursos dilapidados

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), y el expresidente Felipe González conmemoran en 2022 el 40 aniversario de la victoria electoral del PSOE. (EFE/Archivo/Julio Muñoz)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), y el expresidente Felipe González conmemoran en 2022 el 40 aniversario de la victoria electoral del PSOE. (EFE/Archivo/Julio Muñoz)
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La biografía presidencial de los últimos cuarenta años es la de la degeneración de España en ese periodo. Y no porque no se haya avanzado, que lo hemos hecho, sino por el tiempo y los esfuerzos dilapidados. Se trata, simplemente, de pensar cómo estaría este país sin tantos recursos despilfarrados en apasionadas batallas estériles. Tampoco, al hablar de degeneración, debemos caer en el error histórico de pensar que todo tiempo pasado fue mejor, porque ese es un ejercicio inútil de nostalgia que la historia ha desmentido en cada generación. La cuestión es más objetiva, menos apocalíptica: en lo que va de Felipe González a Pedro Sánchez se aprecia la degeneración sostenida de los objetivos de Gobierno. Los proyectos colectivos de país se han sustituido por proyectos políticos de poder. Esa es la gran diferencia entre las distintas etapas y la degeneración se aprecia con mucha claridad en la nueva serie de Álvaro de Cózar, que emite Movistar esta semana, ‘La última llamada’.

Un buen grupo de ministros, asesores y colaboradores analizan las cuatro últimas presidencias ya finiquitadas (Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy) y el resultado es, como se decía antes, que al verlas una detrás de otra aparece con nitidez la radiografía de esa degeneración. El título de la serie surge de una de las conversaciones que Felipe González mantenía en la bodeguilla de la Moncloa, el lugar de esparcimiento que encontró para quedar con intelectuales y artistas. Estaba en compañía de García Márquez y Álvaro Mutis y este último le pidió que le explicara "en qué consiste la soledad del poder". Felipe señaló un teléfono que había a su izquierda y le dijo: "Mira, este teléfono es el último que suena. Cuando lo hace, tienes que tomar una decisión y no la puedes transferir a ninguna otra parte. Tienes que decidir. Ese es el momento de la soledad del poder".

González, que es el presidente más longevo de la democracia española, al menos hasta ahora, resolvió con esa última llamada algunos momentos cruciales de nuestra historia reciente. Por encima de consideraciones sobre el acierto o el error en cada una de las medidas adoptadas, se trata de decisiones y reformas que han marcado el futuro de España, como la reconversión industrial, la entrada en la OTAN y en el Mercado Común europeo y la universalización de la sanidad y la educación pública. Todas esas medidas, y otras muchas no exentas de polémicas, incluso dentro del propio PSOE, tenían en común que formaban parte de una idea de España. Un programa tan simple como aquel lema socialista de la época que resumía el cambio prometido en una sola frase: "El cambio consiste en que España funcione".

Había que consolidar la democracia, y se logró; había que modernizar el país, y la Expo 92 de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona mostraron ese cambio a todo el mundo; y había, finalmente, que colocar a España en Europa, y también se logró. En realidad, sobre todo en este último aspecto, lo que hizo el Gobierno del PSOE fue continuar, y culminar, el impulso anterior de los gobiernos anteriores de UCD, tanto con Adolfo Suárez como con Leopoldo Calvo Sotelo. Pero esa continuidad en el progreso de un país es uno de los mejores síntomas de la salud democrática.

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Tras Felipe González, llegó a la presidencia del Gobierno José María Aznar y mantuvo, con sus políticas diferenciadas y nuevas reformas estructurales, la misma determinación de participación plena de España en la Unión Europea. También lo consiguió. Cuando Aznar llegó a la Moncloa, España no cumplía ni uno solo de los requisitos para poder entrar en el euro, en cuanto a déficit público, inflación o deuda pública. Produce hasta escalofríos pensar qué hubiera sido de España si las distintas crisis económicas internacionales o la pandemia mundial del covid-19 nos hubieran sorprendido sin la espectacular cobertura del euro. Esa línea de continuidad en el progreso de España, a pesar de las diferencias políticas de cada cual, se quiebra con la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a la Moncloa, en 2004, tras los terribles atentados de Atocha. Ahí es cuando se pasa de presidentes del Gobierno con una idea de España en la cabeza a presidentes del Gobierno con una idea de poder en la cabeza.

Quien mejor lo explica, quizá sin pretenderlo, es la asesora personal y de prensa del presidente Zapatero, Angélica Rubio, cuando habla de la aceleración de proyectos puestos en marcha al llegar a la Moncloa. Y dice: "No dejó ni un callo que pisarle a la derecha". La prioridad para Zapatero ya no eran los proyectos que pudieran transformar España, sino los que más perjudicaran a la oposición. El más grave de todos ellos fue la Ley de Memoria Histórica que, como dijo en alguna ocasión Felipe González, más que memoria, lo que buscaba era la desmemoria. Entre los episodios que se fueron despreciando y olvidando, está la propia Transición y los valores máximos de aquel periodo para pasar página de la dictadura y de la Guerra Civil, y cambiar el enfrentamiento por la tolerancia, el odio por el respeto. Esa cultura política de la destrucción se mantiene hoy.

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Es innegable que Zapatero protagonizó algunos avances sociales notables, pero ignoró por completo el progreso del país en aquello que puede garantizarnos la financiación del Estado del Bienestar. De hecho, cuando se le presentó la crisis financiera de 2007, la única medida que adoptó fue negarla. Ridículamente, hasta se negaba a pronunciar la palabra ‘crisis’ y seguía diciendo que España estaba ‘en la Champions de la economía". También eso lo reconoce Miguel Sebastián en ‘La última llamada’, cuando dice: "No podíamos hablar de crisis porque era evidente que estábamos en crisis". Cuando se fue, vapuleado por las urnas y por su propio partido, Zapatero dejó el país al borde de la quiebra y a su sucesor en la Moncloa, Mariano Rajoy, le tocó uno de los periodos más problemáticos: tuvo que evitar la intervención de ‘los hombres de negro’ de la Unión Europea, la crisis de la Jefatura del Estado por la abdicación del rey Juan Carlos, envuelto en escándalos, y la declaración de independencia de Cataluña.

¿Tenía Rajoy una idea de España en la cabeza? Es posible, pero no llevó a cabo ninguna de las reformas estructurales que anunció, y disponía de una amplísima mayoría absoluta. Cuando a Rajoy lo botaron con la moción de censura de junio de 2018, llegó Pedro Sánchez... Sobre la idea personalista del poder de este presidente no será necesario extenderse. Como ya se dijo alguna vez, la agenda política se confecciona con los intereses y las obsesiones de una persona. Un país al servicio de una persona. A Sánchez ni siquiera le preocupa que pueda apalancarse durante una legislatura entera sin poder aprobar presupuestos. Cualquiera diría que es una situación política límite, imposible de empeorar, pero esto es España. No se olvide.

La biografía presidencial de los últimos cuarenta años es la de la degeneración de España en ese periodo. Y no porque no se haya avanzado, que lo hemos hecho, sino por el tiempo y los esfuerzos dilapidados. Se trata, simplemente, de pensar cómo estaría este país sin tantos recursos despilfarrados en apasionadas batallas estériles. Tampoco, al hablar de degeneración, debemos caer en el error histórico de pensar que todo tiempo pasado fue mejor, porque ese es un ejercicio inútil de nostalgia que la historia ha desmentido en cada generación. La cuestión es más objetiva, menos apocalíptica: en lo que va de Felipe González a Pedro Sánchez se aprecia la degeneración sostenida de los objetivos de Gobierno. Los proyectos colectivos de país se han sustituido por proyectos políticos de poder. Esa es la gran diferencia entre las distintas etapas y la degeneración se aprecia con mucha claridad en la nueva serie de Álvaro de Cózar, que emite Movistar esta semana, ‘La última llamada’.

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