La insistencia en el mensaje del miedo a la ultraderecha, esperando la reacción de una sociedad que no lo ve como un peligro para sus intereses, es tan inútil como contraria a lo que se persigue
El presidente de Vox, Santiago Abascal, valora los resultados de las elecciones extremeñas. (Europa Press/Gabriel Luengas)
Ni ha sido el gran triunfadorde las elecciones extremeñas y va disparado como un cohete, ni la izquierda es la única que puede frenar a la extrema derecha, ni la sociedad está atemorizada con la posibilidad de que Vox pueda gobernar. En análisis políticos de radios y televisiones, pero también en conversaciones con nuestros amigos, solemos tomar estos tres errores como verdades absolutas. Y no es así. Como otras tantas afirmaciones fabricadas, apenas se sustentan tras una mera observación de la realidad, despojada de prejuicios. Pensemos, por ejemplo, en lo ocurrido en estas elecciones de Extremadura en las que Vox ha duplicado sus votantes y sus escaños y se ha convertido en la fuerza política que más ha avanzado con respecto a las últimas elecciones, en 2023. A partir de esos buenos datos, el error está en considerar que Vox es el triunfador de esos comicios, porque no está en mejor situación que en la legislatura pasada.
Para empezar, la candidata popular, María Guardiola, se ha desprendido en estas elecciones de los dos lastres políticos fundamentales de la anterior legislatura: por un lado, ha resultado con claridad la ganadora de las elecciones, con mucha ventaja sobre el segundo partido político, y, por otra parte, el PP tiene más diputados que toda la izquierda junta. Hasta ahora no sucedía así porque en las últimas elecciones el PP ni fue el partido más votado ni tenía más diputados que el PSOE y Podemos. Si en 2023 María Guardiola necesitaba los votos de Vox para ser investida presidenta de Extremadura, en esta ocasión le basta con la abstención de los diputados de la extrema derecha.
De forma general, y este análisis secundario podría extrapolarse al resto de España, lo que está claro es que Vox puede presumir de aumentar votos y escaños, pero lo que no consigue es acercarse al Partido Popular, que multiplica por dos veces y media los votos conseguidos por el partido de Santiago Abascal. Lo que ha sucedido en Extremadura, y puede seguir ocurriendo en las elecciones sucesivas, es que se impone el bloque de las derechas en su conjunto, a costa de las izquierdas, pero con un partido claramente dominante que es el PP y otro complementario que es Vox.
Si tenemos en cuenta que Vox es una escisión del Partido Popular y que la intención declarada de su líder ha sido siempre la de superar a "la derechita cobarde" y reemplazarla electoralmente, convendremos que Santiago Abascal está muy lejos de representar en España lo que otras formaciones y otros líderes de su misma identidad ideológica han conseguido ya. Desde Estados Unidos a Italia, pasando por Chile o Argentina. Santiago Abascal fundó su partido en 2013 y en estos doce años ha logrado consolidarlo, pero no puede ni soñar con adelantar al Partido Popular. El ‘sorpasso’, como dicen los italianos, está muy lejos. Ni siquiera se acercan cuando abandonan gobiernos para que no les afecte ante su electorado el más mínimo desgaste por la gestión.
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A lo que nos conduce este panorama en las derechas es a la necesidad de que los dos partidos acaben aceptándose como aliados naturales si pretenden que, gracias al elevado porcentaje de apoyos (entre el 50 y el 60 por ciento), las instituciones sean gobernables. Para que esto suceda, lo normal sería que los dos partidos acuerden todo aquello que comparten y aparquen lo que les diferencia. Ese es el ideal, pero la realidad es que no parece probable que eso suceda por el convencimiento de Vox de que cada pacto con el Partido Popular debe representar la sumisión de los populares a algunas de sus propuestas más radicales. Es lo que ha dicho Abascal en todos estos días y es lo que seguirá diciendo: "Si el PP de Extremadura quiere pactar con Vox tiene que pasar por el aro".
Cuando el objetivo es humillar al de enfrente, lo que se genera es un círculo vicioso en el que los contrarios, a su vez, acaban cerrándose a cualquier pacto de coalición. Es, de hecho, a lo que se comprometió, en julio pasado, el presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, cuando aseguró que nunca gobernará en coalición con Santiago Abascal. Pero añadió: "¿Vamos a establecer un cordón sanitario a Vox como nos pide la izquierda? ¡No! Vox es la tercera fuerza política de este país, sus votantes merecen un respeto, y no estoy dispuesto a arrinconarles".
Los cordones sanitarios, como se ha demostrado sobradamente, pueden ser útiles a las instituciones para justificar alianzas políticas, pero no valen para nada en la sociedad. Ese es el gran error en el que, una y otra vez, suele caer la izquierda. Al contemplar el ascenso de la extrema derecha, lo analizan como si se tratase de una plaga de fanatismo en la sociedad que debe erradicarse. Está claro que todos estos movimientos radicales atraen a fanáticos y antisistema, pero no es la única explicación de su ascenso. Si hace dos años el PSOE de Extremadura ganó en decenas de municipios extremeños en los que, ahora, ha sido superado por las derechas hasta llegar a caer a la tercera posición en muchos de ellos, es porque buena parte de la sociedad desatiende, o ignora por completo, los mensajes de miedo que se lanzan. Es más, es muy posible que sean hasta contraproducentes para el objetivo que se persigue, porque puede actuar de revulsivo en aquellos votantes que se sientan insultados o menospreciados. "Hazlo o lo harán", como rezaba el lema de campaña del PSOE de Extremadura.
En los mítines, Pedro Sánchez explicaba el eslogan con su razonamiento ideológico primario: "Las derechas gobiernan contra la gente de a pie y para cuatro que están arriba, sólo con un PSOE fuerte se garantiza un Estado del bienestar fuerte. Lo que está en juego en estas elecciones es qué modelo de sociedad queremos". "Hazlo o lo harán", decían, y los extremeños lo han hecho, ha quedado demostrado que no ven en el ascenso de las derechas ningún peligro para sus intereses cotidianos. La debacle enorme de los socialistas debería llevarlos a pensar que son otros miedos, preocupaciones y necesidades lo que hace que decenas de miles de ciudadanos abandonen al partido que siempre han votado en esta comunidad. Deberían pensarlo, sí, porque a la realidad nunca se le debe dar la espalda. Ni en la vida ni en la política.
Ni ha sido el gran triunfadorde las elecciones extremeñas y va disparado como un cohete, ni la izquierda es la única que puede frenar a la extrema derecha, ni la sociedad está atemorizada con la posibilidad de que Vox pueda gobernar. En análisis políticos de radios y televisiones, pero también en conversaciones con nuestros amigos, solemos tomar estos tres errores como verdades absolutas. Y no es así. Como otras tantas afirmaciones fabricadas, apenas se sustentan tras una mera observación de la realidad, despojada de prejuicios. Pensemos, por ejemplo, en lo ocurrido en estas elecciones de Extremadura en las que Vox ha duplicado sus votantes y sus escaños y se ha convertido en la fuerza política que más ha avanzado con respecto a las últimas elecciones, en 2023. A partir de esos buenos datos, el error está en considerar que Vox es el triunfador de esos comicios, porque no está en mejor situación que en la legislatura pasada.