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Sobre la incompetencia: el Principio de Peter de los países
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Galo Mateos

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Sobre la incompetencia: el Principio de Peter de los países

Hace algún tiempo, Lawrence J. Peter, describió con una buena dosis de humor y agudeza, su observación sobre el nivel de incompetencia alcanzado por las personas

Hace algún tiempo, Lawrence J. Peter, describió con una buena dosis de humor y agudeza, su observación sobre el nivel de incompetencia alcanzado por las personas promocionadas en una organización. La verdad, es que esa acertada ocurrencia, bien pudiera trasladarse a la evolución de los países.

En esa visión, no sería difícil de concluir que tal vez a España, como posiblemente a Italia, Portugal o Grecia, le haya alcanzado su Principio de Peter. Parece que en cada nueva etapa, necesariamente más compleja, de nuestro devenir económico y social, hemos ido reclutando los más incompetentes, incapaces voluntaria o involuntariamente, de interpretar las situaciones en un contexto dinámico y comparativo con su entorno.

En las empresas, no hay consideraciones más persistentes, que saber lo que hace la competencia, recortar los gastos y reclutar nuevos managers con perfiles cada vez más exigentes para nuevos retos. Pero nuestra España, se rige por otros criterios de progreso, vive sin copiar nada de su competencia, ampliando sin cesar los gastos de su proceso político y administrativo, contratando cada vez perfiles profesionales más insolventes, cuando no, con menos escrúpulos, y anulando o expulsando de los círculos de poder a los más competentes y estrictos.

Durante años, se ha exhibido un aldeano y electorero orgullo, de ser la octava potencia industrial, al tiempo que nuestra entrada en el euro, con la supresión de aranceles, constituía un pasaporte para el traslado de nuestra capacidad industrial a Asia, un incentivo descomunal para desmontar la potencia de nuestro sector agropecuario, a cambio de nada, o de trasladarlo, y una amenaza para el sector turístico, con precios en divisa fuerte, que nos llevó a invertir más en nuevas instalaciones y resorts fuera que dentro.

Todo eso, a cambio de unas subvenciones para infraestructuras y abandonos de producción, que aplicadas sobre inversiones no recurrentes, generaron nuevas clases pasivas y Administración abundante para llevarlas a cabo. Pero hubo urgencias político-electorales más poderosas que la prudencia de no desnudar nuestra vulnerable economía ante la incertidumbre de un proceso sin retorno.

Más que fijarnos en el PIB global, comparándonos con un mundo en el que un 60% vive bajo unas condiciones políticas y sociales miserables, habríamos de fijarnos en el PIB per capita. Por delante tenemos, a 2009, unos 14 países de cierto relieve en términos de comparación: Noruega, USA, Suiza, Irlanda, Holanda, Australia, Austria, Canadá, Suecia, Islandia, Dinamarca, UK, Alemania, Bélgica , Francia y Finlandia. Y por debajo, Japón, Italia, Grecia, Corea, Portugal  y todas las del Este.

Si extraemos el factor común de las que nos preceden, diríamos que son de cultura protestante, con poblaciones anglófonas o bastante bilingües, con índices muy altos de competitividad, salarios base elevados, con una calidad democrática notable, alto número de patentes, baja dependencia energética, escasa economía sumergida, administraciones en general, livianas y tecnificadas, sin divisiones territoriales costosas, unidad de mercado y lingüística, bajo nivel de corrupción, separación efectiva de poderes, independencia de los medios del poder político e inferior coste por m2 de vivienda en municipios comparables, aun a pesar de nuestro menor coste de construcción.

Es obvio, que a través de la política, no podemos superar que nuestra laxitud de conciencia no coincida precisamente con la cultura protestante. Desde 1959, no generamos un solo Nobel para las ciencias, frente a muchas conquistas en lo deportivo y artístico. Lo que da una idea, de que hay más dinero para anestesiarnos que para curar nuestras limitaciones. Y a nadie parece tan imposible, importar un principio de separación de poderes de otra legislaciones donde es la norma fundamental. Bien es verdad, que si aquí la hubiera, estos que nos gobiernan, no podrían seguir haciéndolo.

Consecuencia de nuestra pertenencia a ese segundo escalón, son nuestros peores salarios, baja renta disponible, nuestro desequilibrio en la balanza comercial, nuestro menor valor añadido imponible y nuestro secular déficit en i+d. Pero sorprende que las retribuciones globales y compatibilidades de nuestros políticos, junto a sus ventajas de jubilación, estén al mejor nivel o por encima.

La conclusión más sencilla, es que cuantos nos han gobernado, han sido hábiles para lo suyo, cuando no, directamente corruptos (hemos dado firma y capacidad de gasto a miles de personas que no la merecían), e incompetentes para hacernos pertenecer con hechos a ese primer grupo. Tanta era la ambición, que sin prudencia ninguna, permitieron la expansión de la oferta monetaria durante 3 años, por encima del 100%, lejos de nuestro potencial crecimiento ‘orgánico’, que apenas sumó un 10%. Razón por la que ahora debemos casi un ejercicio completo de PIB (91%) al exterior, sin haber aprovechado para transformar nuestra economía y generar una recurrencia con la que pagar ese endeudamiento. Estamos con una población ocupada equivalente a la de hace una década, pero con más población improductiva que nunca, a la que de un modo u otro hay que sostener.

Pero lejos de un discurso derrotista, el español medio, debe fomentar día a día, la desafección a la clase política existente. Aunque cueste años, hay que vaciar de apoyo popular a la partitocracia, permitiendo que nuevas personas con mayores competencias y menos conflictos de interés, se hagan cargo del futuro del país. Nuevos partidos e impulso de la política a través de redes sociales, son las dos tareas pendientes de la sociedad civil, para acabar con este Principio de Peter que nos asola y acabar con este sucio juego de intereses, que nos sumirá en la segunda división internacional por muchos años.

No obstante, hemos de asumir con dignidad la realidad que vivimos. De acuerdo en pertenecer a una modesta segunda división, nos ajustaremos a lo que hay, no hay otro remedio, pero exigiéndonos el suficiente  coraje colectivo para acabar con quienes derrotaron nuestros legítimos sueños de democracia y prosperidad. En eso estamos de acuerdo con nuestros acreedores internacionales: hay que echar a estos, como en cualquier empresa en la que tuviésemos un gestor de dudosa capacidad y probidad. No podemos equipararnos a quienes fueron mejor gobernados, a quienes su cultura de origen antepuso esos firmes principios que inspiraron tan envidiables procedimientos para su convivencia y progreso. Pero si nos lo proponemos con verdadera voluntad y sabiendo recompensar el talento, tal vez podamos recortar las distancias que nos separan. Muchas de ellas, serían solo transcripción de formulaciones legales ya probadas.

Da igual qué número seamos en el ranking final, probablemente eso no sea un salvoconducto para la felicidad. Pero sea cual sea la posición, no toleremos que nadie nos camufle la realidad para seguir viviendo a nuestra costa. Disfrutar de una vida mejor, depende solo,  de la inteligencia que apliquemos para comprender situaciones tan complejas como las que nos aquejan, y, muy especialmente, de nuestros principios y nuestra determinación para imponerlos.

Hace algún tiempo, Lawrence J. Peter, describió con una buena dosis de humor y agudeza, su observación sobre el nivel de incompetencia alcanzado por las personas promocionadas en una organización. La verdad, es que esa acertada ocurrencia, bien pudiera trasladarse a la evolución de los países.