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El software que controla el rebaño
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Galo Mateos

Mensajes de Narnia

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El software que controla el rebaño

"La voluntad de la nación es una de esas expresiones que más profusamente han sido objeto de abusos por parte del astuto despótico de cada época”

"La voluntad de la nación es una de esas expresiones que más profusamente han sido objeto de abusos por parte del astuto despótico de cada época” (A. Tocqueville).

Hay quien afirma que España produce un millón de decretos al año, entre sus 18 ediciones del BOE. Añádase a esa cifra la actividad normativa desplegada por los 8.100 ayuntamientos y nos daremos cuenta de que vivimos en una especie de 'Legaland', un territorio en el que todo miembro electo está llamado a una producción compulsiva de normas que, por otra parte, solo los ciudadanos de a pie están obligados a cumplir.

La trampa consiste en conseguir que quienes imponen su santa voluntad a los demás hagan que parezca fruto de un deseo colectivo. Esa es la farsa que repetimos cada cuatro años, urdida por algunos gurús que finalmente cobran del Presupuesto y de la que disfrutan sin límite unos pocos.

Lo de elegirlos y después cortar por cuatro años con quien te elige, no es razonable. Que sepamos, ni están los mejores especialistas ni los mejores IQ en el hemiciclo, por lo que escuchar y debatir en foros especializados no estaría de más

Trasladando ese pensamiento a esferas técnicas, imaginemos que si Windows no se hubiese actualizado en 30 años sería inoperante. Y nada distinto en lo político, nuestra Constitución, para seguir viva, habría necesitado de las mismas actualizaciones, parches y nuevas aplicaciones para sobrevivir.

Personalmente me repele la idea de que un orador, con o sin papeles, recite estadísticas y gráficos, despreciando la posibilidad de proyectarlos en una pantalla. Es una prolongación más de ese mundo de grises abogados que tan mal se compadece con ideas de futuro. Entre esa vetusta imagen y las pantallas murales exhibidas en Minority Report hay puntos intermedios, como los de las brillantes presentaciones de TED.

¿Cómo podemos organizar la vida política de un país en un esquema interactivo? Pues abriendo a las opiniones de la sociedad los diez títulos de la Constitución más las prioridades y urgencias no resueltas. Físicamente podemos imaginar en ese gran espacio desaprovechado tras el orador, una pantalla transparente (grafeno, siliceno, lo que sea mejor). Y en esa pantalla, ver cómo se contabilizan las aportaciones de la sociedad a los distintos títulos y temáticas. Aunque sea solo ver cómo ese número de 'contribuyentes' crece en la medida en que el discurso progresa. De manera que quienes sientan por su país algo más profundo que el color de una camiseta, puedan enviar parches, actualizaciones o nuevas aplicaciones para el texto constitucional o para los asuntos lanzados al espacio internet en busca de soluciones un poco más allá del limitado alcance intelectual del hemiciclo. Por interesante que sea la opinión del ministro Montoro, para algunos temas podrían interesarnos otras opiniones, las de los muchos Amancio Ortega que no participan en los debates, pero que realmente tienen algo que aportar.

Conocen de sobra nuestras reivindicaciones, porque en todos los cursos de verano o debates televisivos aparecen como tópicos de moda, al igual que en los resúmenes de prensa de sus infinitos gabinetes de comunicación. Mientras no tienen que pedirnos el voto, nos ignoran

Ni que decir tiene que solo por compilación de inteligencia nuestra sociedad tiene mucho más que decir que nuestra representación popular, solo súbdita de la cúpula de su partido. No es que los electos tengan que ser remplazados por los electores, sería ridículo, sino que los electos deben aprovechar el caudal de inteligencia colectiva que les llega desde la calle para hacer suyas palabras e iniciativas. Porque lo de elegirlos y después cortar por cuatro años con quien te elige, no es razonable. Que sepamos, ni están los mejores especialistas ni los mejores IQ en el hemiciclo, por lo que escuchar y debatir en foros especializados no estaría de más.

En suma, terminar con el monólogo pomposo que caracteriza el discurso político presente y aceptar la interacción clasificada con la sociedad, junto con nuevas técnicas de comunicación más eficaces. Si la NASA o el MIT, con su concentración de saber, lanzan preguntas al mundo de la especialización, por qué un modesto Parlamento ha de ser menos.

Si vamos a tener que seguir la explicación del Presupuesto o de la balanza de pagos de oído, pudiendo desplegar una pantalla transparente entre el auditorio y el retro-escenario institucional,  seguiremos perdidos en el espacio. No será por falta de asesores que no se lleve a cabo, desde luego.

Lo que subyace en todas estas carencias no es otra cosa que, hagan lo que hagan y como quiera que lo lleven a cabo, (controlando los principales medios y teniendo comprados con subvenciones y publicidad a otra buena parte), una vez elegidos no necesitan a nadie para gobernar a su antojo. Es más, si pretendemos ayudar, les estorbamos en su antojosa arbitrariedad. Conocen de sobra nuestras reivindicaciones, porque en todos los cursos de verano o debates televisivos aparecen como tópicos de moda, al igual que en los resúmenes de prensa de sus infinitos gabinetes de comunicación (¡qué ruina!). Mientras no tienen que pedirnos el voto, nos ignoran.

Saben muy bien, que el software social que de verdad gana elecciones son sus televisiones. Y como vemos por la tardanza en meterles mano con la debida contundencia, va a seguir siendo así. Antes caerá la monarquía, que un ente autonómico o un partido renuncie a su aparato de propaganda.

Queremos participar, interactuar, hacer sugerencias a personas que deberían interesarse por nuestras opiniones, no en vano somos quienes los elegimos y financiamos sus fastuosas vidas. Pero mientras manejen ese sórdido programa para someter nuestras voluntades y disipar el saqueo (reciente caso FIBIC sin ir más lejos, sin difusión local), seguiremos asistiendo a un espectáculo que nos presenta como un rebaño satisfecho con un poder despótico, cleptocrático y partidista, frente al que precisaremos una gran unidad para erradicarlo.

"La voluntad de la nación es una de esas expresiones que más profusamente han sido objeto de abusos por parte del astuto despótico de cada época” (A. Tocqueville).