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Mientras Tanto
Por
La feria de los tramposos o cómo el dinero no es necesariamente la única corrupción
Leonardo Boff, el gran teólogo brasileño, lo escribió tras desvelarse la trama de corrupción instalada en la dirección del Partido de los Trabajadores de Brasil.
Leonardo Boff, el gran teólogo brasileño, lo escribió tras desvelarse la trama de corrupción instalada en la dirección del Partido de los Trabajadores de Brasil. Corruptio optimi pessima est, dijo Boff en un célebre artículo publicado en su página personal de Internet, allá por el mes de julio. El latinajo quiere decir que la corrupción de los mejores es la peor de todas, y aludía a la trama de compra de escaños diseñada por el antiguo presidente del partido de Lula, José Dirceu, quien compró votos de rivales políticos para lograr que su jefe llegara al poder.
Si alguien tenía motivos para alegrarse de la llegada de Lula a lo más alto de la política brasileña ése era Leonardo Boff. El padre de la Teología de la Liberación fue condenado al ostracismo por el Vaticano por buscar la comunión entre miseria y fe cristiana. Su patria eran los pobres, los marginados y los excluidos. Exactamente los mismos parias que Lula reivindicó durante su toma de posesión. Boff y Lula compartieron territorio y trinchera durante años. Por eso, cuando el teólogo escribió que la peor de las corrupciones es la que afecta a los mejores, muchos se dieron cuenta de que las cosas no iban bien.
A menudo se suele vincular de una forma casi mecánica el término corrupción con la existencia de una trama económica. Y es cierto que en la mayoría de los casos el dinero lubrica la corrupción. Cuando un constructor compra a un concejal de Urbanismo para que aumenta la edificabilidad de su parcela lo que prima es la vertiente económica. Se trata de la corrupción más grosera y evidente. Sin embargo, como dice Boff, la peor de las corrupciones es la que apenas se ve, la ideológica, la que afecta, precisamente, a quienes han logrado prestigio social por su pretendida coherencia y consistencia intelectual.
Hace unas semanas, Manuela de Madre, la diputada socialista catalana, se preguntaba por el paradero de los intelectuales de fuera de Cataluña que defienden el nuevo Estatut. No los va a encontrar ni aunque utilice la lámpara de aceite con la que Diógenes buscaba un hombre honesto a plena luz del día. No es que no los haya. No los va a localizar porque el bipartidismo imperante se ha encargado de repartir prebendas entre los acólitos; mientras que los que discrepan son condenados a las tinieblas. Ese es el terreno en el que le gusta jugar a nuestra clase política. Los comportamientos de la opinión pública tienen mucho que ver con ese esquema, tan simple y tan perverso al mismo tiempo. La propia Manuela de Madre tendría que ver lo que pasa en Cataluña. Pero no sólo ella. No puede ser cierto que el 90% de los catalanes respalde el Estatut, como tampoco puede ser verdadero que el 90% del resto de españoles lo rechace. Algo falla. Sin darnos cuenta, en los últimos se ha colado en nuestras vidas una enorme trinchera desde las que se disparan dos formas de ver España. Ambas se necesitan. No pueden vivir la una sin la otra. Se atraen como dos campos magnéticos. La política convertida en un espectáculo mediático. Eso es corrupción ideológica.
La libertad de cátedra fue una vieja conquista de las Cortes de Cádiz nacida como un acto de rebeldía contra el absolutismo, pero ese sueño liberal –en el mejor y más sano sentido de la palabra- se ha ido deshilachando hasta límites insoportables. La endogamia universitaria ha acabado por provocar un auténtico suicidio de las ideas. Los intelectuales tienen sus pesebres y de ellos comen cuando su partido está en el Gobierno. Un programa de televisión, un puesto en el Instituto Cervantes, una embajada o el puesto de bibliotecario jefe son tan apetecibles que no hay quien se resista. Y ese es el drama de España. La inexistencia de pensadores capaces de sorprender por sus ideas, por sus artículos. Capaces de articular discursos matizados, llenos de tonalidades y no en blanco y negro. Críticos con el sistema y con el poder. Críticos con ellos mismos y siempre parapetados en el conocimiento y la razón.
Leonardo Boff lo ha dejado escrito. Ningún proyecto de poder, ninguna victoria electoral, justifica la desobediencia a la conciencia.
Leonardo Boff, el gran teólogo brasileño, lo escribió tras desvelarse la trama de corrupción instalada en la dirección del Partido de los Trabajadores de Brasil. Corruptio optimi pessima est, dijo Boff en un célebre artículo publicado en su página personal de Internet, allá por el mes de julio. El latinajo quiere decir que la corrupción de los mejores es la peor de todas, y aludía a la trama de compra de escaños diseñada por el antiguo presidente del partido de Lula, José Dirceu, quien compró votos de rivales políticos para lograr que su jefe llegara al poder.