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Enrique Fuentes Quintana o el triunfo de la libertad frente a la autarquía
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Carlos Sánchez

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Enrique Fuentes Quintana o el triunfo de la libertad frente a la autarquía

Enrique Fuentes Quintana hablaba a gritos. Pero nunca levantó la voz a nadie. Y eso le alejó de la mayoría de los hombres y mujeres de

Enrique Fuentes Quintana hablaba a gritos. Pero nunca levantó la voz a nadie. Y eso le alejó de la mayoría de los hombres y mujeres de su generación: los vencedores de la Guerra Civil. Aquellos que impusieron el ordeno y mando como código de conducta.

Su estrategia fue justamente la contraria. Hablar mucho y en voz alta, pero a sus alumnos. Dentro de las cuatro paredes que componen el escenario perfecto para el conocimiento. No soltaba proclamas dirigidas a las cohortes de recios falangistas que a mediados de los años 40 poblaban la universidad madrileña en defensa de la autarquía como algo casi consustancial a la idiosincrasia española. “Desengáñese, Pemán, Europa está equivocada”, le decía Franco al poeta del Régimen.

Ni que decir tiene que en aquel tiempo la estrategia del economista palentino era descabellada, y hasta suicida. Pero tenía su razón de ser. Sin Fuentes y otros economistas agrupados en torno a la revista Información Comercial Española (una bella idea convertida hoy en un vulgar producto burocratizado y oficialista) es seguro que este país nunca hubiera dado el gran salto adelante del progreso y del desarrollo económico.

Pero como en el cuento de Monterroso, cuando Fuentes despertó del Plan de Estabilización del 59 (con aquella formidable batalla entre falangistas y tecnócratas), el dinosaurio seguía allí. Fuentes no pudo poner en marcha los sueños de la razón y de la libertad económica hasta la recuperación de la democracia. Pero para entonces, y como a él le gustaba recordar, o la democracia acababa con la crisis económica o la crisis económica acabaría con la democracia. Así de fácil y así de terrible para un tiempo convulso en el que la ideología -algo que siempre ha detestado- lo dominaba todo. O casi todo.

Su gran error fue, precisamente, eso. Pensar que el mundo es mejor sin ideologías, haciendo buena la célebre frase de Milton Friedman, para quien no hay economistas de derechas o de izquierdas. Simplemente los hay buenos o malos.

La falta de ideología o, mejor dicho, la ausencia de valores democráticos (que al fin y al cabo también son ideología) fue precisamente lo que le obligó a dimitir. Los lobbys pudieron más que la razón de Estado. Los intereses de unos pocos frente al interés general. Pagar impuestos o no pagarlos. Esa era la cuestión. Entrar en la modernidad o continuar enfangados en el cieno del pasado. Eso es lo que se ventilaba a mediados de los 70 en la España de la democracia. El nuevo Estado democrático frente al Antiguo Régimen.

Cuando tuvo que dimitir por la presión de algunos de los que proclaman hoy su compromiso con las ideas liberales, su obra estaba hecha. Cimentada de forma sólida. Santiago Carrillo fue, probablemente, el primer político que llevó el término consenso al Parlamento, pero sin Fuentes y aquel pequeño grupo de hacendistas surgidos de las tripas del Plan de Estabilización, es seguro que la mayor contribución de España a la teoría política no hubiera pasado de una mera anécdota. Los Pactos de la Moncloa son los que dar razón de ser al término consenso, y gracias a ellos pudo alumbrarse la Constitución de 1978.

Esa es la fuerza del economista palentino. Haber convertido los diezmos en impuestos.

Enrique Fuentes Quintana hablaba a gritos. Pero nunca levantó la voz a nadie. Y eso le alejó de la mayoría de los hombres y mujeres de su generación: los vencedores de la Guerra Civil. Aquellos que impusieron el ordeno y mando como código de conducta.