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De cómo Solbes se ahoga en sus propias contradicciones: “Creo que a Pedro lo han vuelto a engañar”
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Carlos Sánchez

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De cómo Solbes se ahoga en sus propias contradicciones: “Creo que a Pedro lo han vuelto a engañar”

Un viejo amigo de Solbes me decía el otro día: ‘Creo que a Pedro lo han vuelto a engañar”. La fuente se refería a la asombrosa

Un viejo amigo de Solbes me decía el otro día: ‘Creo que a Pedro lo han vuelto a engañar”. La fuente se refería a la asombrosa defensa (un tanto numantina, algo atropellada y perfectamente incoherente) que ha realizado el vicepresidente segundo del polémico cheque de 400 euros que el presidente Zapatero se ha comprometido a devolver a los asalariados y pensionistas que declaran el IRPF. Este veterano y entrañable economista no salía de su estupor con la posición de Solbes, para lo cual esgrimía un sólido argumento: no es posible que alguien con una sólida formación profesional sea capaz de acatar sin rechistar una medida que no resiste el más mínimo análisis técnico.

Ningún economista con dos de frente y algo de rigor sería capaz de articular una rebaja de impuestos a través una rocambolesca vía que a estas alturas el Gobierno sólo es capaz de esbozar ante la complejidad de su desarrollo. Es legítimo que un gobernante quiera rebajar (o incluso elevar) la carga fiscal de los contribuyentes, pero lo que sorprende es que en vez de plantear abiertamente esa opción política (es lo que tiene la democracia), se opte por un sistema que pretende un único objetivo: bajar los impuestos pero sin que se note. Hacerlo por la puerta de atrás en aras de demostrar a mes y medio de las elecciones que mientras la derecha baja los impuestos (se supone que para beneficiar a los ricos), la izquierda no sólo no los recorta, sino que, al contrario, dándole la vuelta al argumento, se presenta la rebaja del IRPF como una especie de subvención a las familias agobiadas por tanta subida del Euribor. Eso sí que es hacer de la necesidad virtud.

Los intereses electorales del PSOE

Es evidente que estamos ante una rebaja de impuestos, pero los socialistas son conscientes de que a cinco semanas de las elecciones una parte de su electorado no lo vería con buenos ojos, lo que explica que se haya optado por esa vía. No hay nada peor para los intereses electorales del PSOE que presentarse con una estrategia fiscal similar a la del PP, lo que explica esta engorrosa forma de abordar una bajada de la carga fiscal que tiene un único objetivo: inyectar 5.000 millones de euros a la economía para reflotar el consumo de los hogares

La idea, según parece, partió de Economía, pero lo que parece increíble aceptar es que sus técnicos la hayan planteado en los términos en los que hoy la conocemos. De ahí la sorpresa de nuestro interlocutor, que sospechaba que tras el ‘si, quiero’ dado por Solbes para ir en las listas socialistas por Madrid el vicepresidente tendría una posición de fuerza dentro del Gobierno y de su partido.

No ha sido así y a las primeras de cambio el ministro de Economía se ha venido abajo. No es ninguna novedad. En el asunto E.On-Endesa fue ninguneado por la Oficina económica del presidente y puso cara de póker. Tampoco creo que les guste mucho la idea de subir el salario mínimo interprofesional de 600 a 800 euros en medio de una profunda ralentización de la actividad económica, pero no ha dicho esta boca es mía. Solbes, que hace menos de un mes despotricaba contra los planes de choque que tanto le gustaban a Rato (probablemente con mucha razón), lanza ahora un balón de oxígeno en forma de 5.000 millones de euros. ¿Hay quien lo entienda?

Ya Max Weber advirtió de la distancia que hay entre el político y el científico. Mientras que el político es un hombre de acción al que sólo le interesa el poder (aunque sea en el sentido más noble del término), el científico encuentra su razón de ser en el estudio, en el conocimiento. En la verdad de la ciencia. Por coherencia con esta idea, el ensayista alemán insistía en que ningún acto político podía revestir la dignidad de una verdad científica, ya que era imposible favorecer a un grupo sin perjudicar a otro. Weber, al mismo tiempo, admitía las debilidades del científico. Ninguna ciencia estaba en condiciones de demostrar empíricamente que el mejor sistema de gobierno es la democracia. Y que, por lo tanto, los hombres debían actuar como demócratas y en contra de cualquier totalitarismo.

Weber, con este razonamiento, quería poder de manifiesto que política y ciencia son cosas distintas, pero necesarias. Solbes no es, desde luego un científico social. Sus aportaciones intelectuales a la ciencia económica son nulas, pero parece fuera de toda duda que su papel dentro de los distintos gobiernos socialistas (antes con Felipe González y ahora con Zapatero) tiene más que ver con el rigor y el conocimiento que con las peripecias de un hombre de acción. Con el científico, que diría Weber.

Ahora, no se sabe muy bien por qué, ha decidido cambiar de piel y jugar a lo que no es. Se ha ganado un mal político y se ha perdido un buen científico.

Un viejo amigo de Solbes me decía el otro día: ‘Creo que a Pedro lo han vuelto a engañar”. La fuente se refería a la asombrosa defensa (un tanto numantina, algo atropellada y perfectamente incoherente) que ha realizado el vicepresidente segundo del polémico cheque de 400 euros que el presidente Zapatero se ha comprometido a devolver a los asalariados y pensionistas que declaran el IRPF. Este veterano y entrañable economista no salía de su estupor con la posición de Solbes, para lo cual esgrimía un sólido argumento: no es posible que alguien con una sólida formación profesional sea capaz de acatar sin rechistar una medida que no resiste el más mínimo análisis técnico.

Pedro Solbes