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Churchill, Kennedy y la mediocre (y juvenil) política española
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Carlos Sánchez

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Churchill, Kennedy y la mediocre (y juvenil) política española

Dice José María Aznar, y con razón, que “aquí se jalea mucho” a quien no sabe nada, a quien no tiene idea de nada y a

Dice José María Aznar, y con razón, que “aquí se jalea mucho” a quien no sabe nada, a quien no tiene idea de nada y a quien no ha demostrado nunca nada. ¡Chapeau! por el ex presidente. El problema radica en que él mismo nunca se aplicó esa doctrina, y eso explica algunos de los lamentables nombramientos que hizo durante sus ocho años en Moncloa, realizados sin ningún rigor intelectual o profesional. Aznar, sin embargo, ha tenido ahora la lucidez de abrir un debate sobre la experiencia de nuestra clase política y, en general, sobre los criterios de selección.

Aznar no ha sido, desde luego, el único en plantear la cuestión. Juan Carlos Rodríguez Ibarra o Joaquín Leguina, han criticado sin paliativos -y también con lucidez- la deriva del Partido Socialista, donde parece primar más ser joven (y preferiblemente mujer) que la experiencia profesional, el curriculum académico o la capacidad de liderazgo en movimientos sociales. En una palabra, el buen hacer en la cosa pública (o privada).

Lo absurdo del caso es que quienes sostienen que la renovación de nombres es la piedra filosofal de la democracia basan sus argumentos en la edad, lo cual es simplemente absurdo. Se puede ser joven y, al mismo tiempo, extremadamente reacio a cualquier cambio político. Al contrario, hay líderes políticos que con la edad han ganado en cordura y sensatez. Vale la pena recordar el caso de Rodrigo Rato, que estudió en plena movida hippy en la universidad californiana de Berkeley durante los años 60, pero que cuando volvió a España se hizo de la Alianza Popular que comandaban por entonces Manuel Fraga y los ‘siete magníficos’. Como se sabe, un prodigio de modernidad. Y qué decir de Alberto Ruiz-Gallardón, conocido ultra de la facultad de Derecho durante los años 70, y que hoy se sitúa en la izquierda de su partido.

Ser joven, por lo tanto, no es sinónimo de renovación, salvo que en la práctica política lo haya acreditado. Winston Churchill había ganado ya a los 26 años su acta de diputado (de forma directa, y no metido en unas listas cerradas), y a los 37 era ya primer lord del Almirantazgo británico, todo ello después de una azarosa vida como periodista que le permitió conocer medio mundo. John F. Kennedy fue elegido presidente de EEUU con sólo 43 años, después de haber ganado un Pulitzer por un libro de memorias políticas, y tras haber vivido una intensa carrera militar durante la II Guerra Mundial en el frente del Pacífico.

Quiere decir esto que la juventud en si mismo no es nada, como tampoco lo es la edad de la madurez. Hay quien ya peina canas y su CV cabe en medio folio escrito a doble espacio. Lo que debe contar, por lo tanto, es la valía y la experiencia profesional, a no ser que se pretenda recuperar a los viejos Politburó de la Unión Soviética, donde había miembros titulares (los que decidían) y suplentes, que eran simplemente oyentes del discurso oficial. Los primeros tenían derecho de voto y los segundos, no, lo que da idea del nivel democracia interna.

Los miembros suplentes del Politburó eran, por lo tanto, una especie de coartada necesaria para demostrar que la renovación era un hecho. Todo el mundo conocía sus nombres, pero lo cierto es que la URSS cayó víctima de su propia gerontocracia, pese a esos ‘recambios’ generacionales.

Cabe sospechar, por lo tanto, que tras la tan cacareada renovación en los partidos políticos -más formal que de fondo- lo que hay en realidad es una especie de conservadurismo feroz, toda vez que los recién llegados, por falta de preparación y experiencia profesional, son incapaces de actuar con voz propia, no vaya a ser que el ‘jefe’ se enfade, sobre todo en sus sistema electoral de listas bloqueadas, como es el español.

En una palabra, que diría el clásico, ‘algo debe cambiar para que todo siga igual’, que decía Don Fabricio Corbera, Príncipe de Salina y figura central de El Gatopardo, la célebre obra de Lampedusa.

Dice José María Aznar, y con razón, que “aquí se jalea mucho” a quien no sabe nada, a quien no tiene idea de nada y a quien no ha demostrado nunca nada. ¡Chapeau! por el ex presidente. El problema radica en que él mismo nunca se aplicó esa doctrina, y eso explica algunos de los lamentables nombramientos que hizo durante sus ocho años en Moncloa, realizados sin ningún rigor intelectual o profesional. Aznar, sin embargo, ha tenido ahora la lucidez de abrir un debate sobre la experiencia de nuestra clase política y, en general, sobre los criterios de selección.

Joaquín Leguina José María Aznar Botella