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Si Hayek y Keynes levantaran la cabeza
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Carlos Sánchez

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Si Hayek y Keynes levantaran la cabeza

El economista José Luis Feito escribió hace ya algún tiempo un delicioso opúsculo* sobre la célebre controversia  protagonizada hace ahora 70 años por dos gigantes de

El economista José Luis Feito escribió hace ya algún tiempo un delicioso opúsculo* sobre la célebre controversia  protagonizada hace ahora 70 años por dos gigantes de la economía: Hayek y Keynes. Feito -profundo admirador del enorme pensador austriaco- reconoce, sin embargo, que Hayek se equivocó en el diagnóstico de la situación, lo que explica la enorme influencia de Keynes sobre las generaciones posteriores. Keynes, sostiene Feito, percibió rápidamente de que lo que estaba ocurriendo en los años 30 era algo excepcional en el funcionamiento del capitalismo y modificó sus modelos y recomendaciones de política económica. Por el contrario, Hayek, admite Feito, tardó “fatalmente” demasiado tiempo en comprender “el carácter singular de la oleada depresiva de aquellos años”.

 

Comparar tanto a Hayek como a Keynes con nuestra clase política (salvo excepciones) sería una ignominia, pero no estará de más reflexionar sobre algunos  errores de bulto que todavía se cometen a cuenta de las características  de la actual recesión. El primero de ellos, considerar que se está ante una simple crisis de demanda, y que por lo tanto sólo se saldrá de ella con estímulos al consumo a través del gasto público dejando actuar libremente los estabilizadores automáticos (desempleo). En este error se encuentra una parte de la izquierda incapaz de entender el tiempo que le ha tocado vivir.Defienden públicamente a Keynes, pero están dispuestos a cometer los mismos errores que Hayek.

Si algo está claro es que detrás de la crisis económica actual hay mucho más que el estallido de la burbuja financiera o incluso la voracidad de los tiburones de Wall Street. La crisis ha acabado por fracturar hasta casi romper un determinado modelo de crecimiento que ha funcionado en Europa occidental desde 1945. Y que en buena medida explica los altos niveles de bienestar que todavía disfruta Europa.

La dos crisis petroleras de los años 70 amenazaron en su día con quebrar el sistema económico, pero tanto las liberalizaciones como las privatizaciones y en general las reformas económicas de los años 80 y 90 (muchas de ellas impulsadas por políticos socialdemócratas) permitieron enderezar la situación. Eso sí, con un indudable coste social. El posterior crecimiento económico, sin embargo,asentó un renovado Estado de bienestar sobre bases más sólidas. Existe, sin embargo, una gran diferencia. Por entonces, la Unión Europea era todavía dueña de su destino ante la inexistencia de otros competidores en el mercado mundial de bienes y servicios, salvo EEUU y Japón, con modelos económicos similares. Ese  escenario es el que ahora ha cambiado de forma radical y al que hay que enfrentarse para salir del colapso.

 

Economías avanzadas y emergentes

Un vistazo al último World Economic Outlook señala la naturaleza del problema. El peso de las economías avanzadas respecto del PIB mundial ha bajado hasta situarse ya en el 55,1%. Es decir, que el 44,9% restante de la producción mundial de bienes y servicios corresponde a naciones emergentes. Incluso una subregión como es la que forman los países más desarrollados de Asia (fundamentalmente China e India) pesa ya más en el PIB del mundo que EEUU, un 21% frente al 20,6%.

La crisis ha acabado por fracturar hasta casi romper un determinado modelo de crecimiento que ha funcionado en Europa occidental desde 1945

A las economías más avanzadas del mundo, sin embargo, les sigue salvando su extraordinaria capacidad exportadora como consecuencia de su elevando nivel tecnológico e innovador en productos de alto valor añadido. Y eso explica que todavía el 65% de las exportaciones mundiales tenga su origen en esas economías, diez puntos más que su peso en el PIB mundial, cuando su población apenas representa el 15% del total del planeta. Ni que decir tiene que la cuota de los países más avanzados en el comercio mundial ha ido decreciendo a medida que se ha elevado el nivel de vida de los países emergentes y aumentado su capacidad de competir. Hace apenas una década, el 80% de las exportaciones mundiales era obra y gracia de los países ricos.

¿Y qué pasa con España? Pues para echarse a llorar. España supone el 2% del PIB mundial y su peso en las exportaciones mundiales es del 2,2%. Se podrá pensar que es un buen dato, pero si se compara con las naciones de nuestro entorno económico, el resultado es desalentador. El peso de Francia en el PIB mundial es del 3,1%, pero sus exportaciones representan el 3,9%; en Italia, se pasa del 2,6% al 3,4%; mientras que el Reino Unido pesa un 3,2%, pero sus exportaciones suponen el 4% del total. Y eso sin contar con Alemania, que pese a suponer el 4,2% de la economía mundial, sus exportaciones representan nada menos que el 8,7% del total.

El caso español es todavía más sangrante. El Producto Interior Bruto supone el 3,7% del PIB de las economías avanzadas, pero el peso de sus exportaciones tan sólo representa el 3,3%, lo que da idea de la escasa capacidad para competir.

Lo curioso es que este asunto -las exportaciones- continúa estando fuera de la agenda gubernamental. Sorprende que se haya cerrado la cacareada Conferencia de Presidentes sin perder un minuto en algo crucial para el futuro económico de este país en las próximas décadas. Porque si algo está meridianamente claro es que la demanda  interna ya no da más de sí, y sólo ensanchando el potencial de crecimiento de España (mejorando la economía desde el lado de la oferta) este país podrá salir del largo periodo de estancamiento que se avecina si no se hacen las cosas bien.

Como un país subdesarrollado

Bien visto, sin embargo, es lógico que en la Conferencia de Presidentes nadie hablara de exportaciones ni pidiera explicaciones. Pocas regiones pueden sacar pecho. El Instituto Nacional de Estadística (INE) publicó recientemente un trabajo de esos que debería haber provocado una crisis gubernamental, aunque sea a nivel autonómico. Dice el INE que el gasto en I+D en el conjunto del Estado representó en 2008 el 1,35% del PIB, pero lo que sorprende es el papel de algunas regiones españolas, incapaces de sumarse al carro de las nuevas tecnologías y por ende al comercio mundial. Excluyendo a Ceuta y Melilla, nada menos que seis comunidades autónomas (Asturias, Baleares, Canarias, Castilla-La Mancha, Extremadura y Murcia) destinan menos del 1% de su PIB a investigación y desarrollo, la mitad que Madrid, que es junto al País Vasco y Navarra la comunidad que más dinero destina a I+D. Es decir, estamos hablando de niveles de inversión en la economía más productiva dignos de país subdesarrollado.

A la vista de estos datos, es curioso que el debate continúe planteándose en términos estrictamente ideológicos, cuando lo relevante es qué hacer para crear empleo, la clave de bóveda de la recuperación. Precisamente con la vista puesta en poder financiar servicios públicos de calidad, que en última instancia es como mejor se define y defiende el Estado de bienestar moderno. Parece evidente que existe una estrecha relación entre comercio exterior y la capacidad de producir bienes y servicios de alto valor añadido. Sin duda que Keynes y Hayek hubieran coincidido en este punto.

*Causas y remedios de las crisis económicas. El Debate económico Hayek-Keynes, 70 años después. Editorial Faes.

El economista José Luis Feito escribió hace ya algún tiempo un delicioso opúsculo* sobre la célebre controversia  protagonizada hace ahora 70 años por dos gigantes de la economía: Hayek y Keynes. Feito -profundo admirador del enorme pensador austriaco- reconoce, sin embargo, que Hayek se equivocó en el diagnóstico de la situación, lo que explica la enorme influencia de Keynes sobre las generaciones posteriores. Keynes, sostiene Feito, percibió rápidamente de que lo que estaba ocurriendo en los años 30 era algo excepcional en el funcionamiento del capitalismo y modificó sus modelos y recomendaciones de política económica. Por el contrario, Hayek, admite Feito, tardó “fatalmente” demasiado tiempo en comprender “el carácter singular de la oleada depresiva de aquellos años”.