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Salarios, productividad y la ley del embudo
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Carlos Sánchez

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Salarios, productividad y la ley del embudo

Decía Gómez de la Serna que en Madrid a las siete de la tarde si nos das una conferencia, te la dan. Y da la impresión

Decía Gómez de la Serna que en Madrid a las siete de la tarde si nos das una conferencia, te la dan. Y da la impresión de que eso mismo sucede con las polémicas y tormentas en un vaso de agua que a menudo riegan el quehacer diario de la clase política y mediática. Es imposible zafarse de ellas. Unas veces se pone de moda hablar del ‘modelo austriaco’, otras de la flexiseguridad en el mercado de trabajo, y, de forma periódica (cada vez que hay una reforma laboral), del despido. Ni que decir tiene que la logorrea dura lo mismo que un par de tertulias. 

Ahora, y tras la visita de la canciller Merkel a Madrid, se ha puesto de moda hablar de la economía alemana. O mejor dicho,  de sus virtudes en cuanto a  modelo de negociación colectiva. Se pone en valor, sobre todo, el hecho de que los salarios crezcan en Alemania como la productividad, e incluso Malo de Molina, el conspicuo director del servicio de estudios del Banco de España, ha llegado a decir que ligar los salarios al IPC es un ‘residuo’.

El debate no daría más de sí si no fuera porque  pone de manifiesto hasta qué punto los diagnósticos que se hacen sobre la economía española -y son muchos-  se basan en apriorismos y un cierto oportunismo político. El Banco de  España, que se sepa, nunca ha puesto en marcha entre sus trabajadores un modelo similar de negociación colectiva como el que plantea, pese a tener autonomía para ello. ¿Por qué será? Ni siquiera la CEOE entre sus cientos de trabajadores. Ni el propio Botín, que ha dicho que los salarios deben crecer como la productividad; lo cual, dicho sea de paso, hubiera hecho ricos a sus 21.000 empleados. Probablemente, porque una cosa es predicar y otra dar trigo.

Sorprende que se reivindique el modelo de revisión salarial alemán, pero obviando que la actualización de las nóminas está incardinada en un modelo de relaciones laborales que entre sus virtudes está la cogestión de las grandes fábricas

Pero lo más curioso del caso es cómo se escogen los argumentos de forma torticera y se ofrecen sesgadamente. Ni que decir tiene que la negociación colectiva en España es manifiestamente mejorable. Principalmente porque su mala arquitectura institucional (con comités de empresa escasamente profesionalizados –en el mejor sentido del término-) ha acabado por empobrecer las relaciones laborales en las empresas. Los convenios se limitan en la mayoría de los casos a regular el salario y algunas mejoras sociales de menor cuantía, pero sin abordar los problemas de fondo de la empresa (flexibilidad interna, formación y cualificación profesional, modalidades de contratación o participación de los trabajadores en la gestión de la compañía).

Los riesgos de hacer copias mecánicas

Desde luego que esto no ocurre en los grandes convenios colectivos que afectan a miles de trabajadores, como reflejan los criterios de negociación colectiva de CCOO para 2011; pero sucede que más del 95% del tejido productivo de este país está formado por empresas de menos de 10 trabajadores, y este es un factor que habría que tener en cuenta antes de imitar de forma mecánica lo que ocurre en Alemania.

Y en este sentido no deja de sorprender que se reivindique el modelo de revisión salarial alemán, pero obviando que ese procedimiento de actualización de las nóminas está incardinado en un modelo de relaciones laborales (70.000 convenios colectivos) que entre sus virtudes está la cogestión de las grandes fábricas entre trabajadores y empresarios o la existencia de comités de vigilancia paritarios en los que unos y otros (no los hunos y los hotros, que decía Unamuno) deciden cuestiones empresariales de carácter estratégico. Por ejemplo, la política de retribuciones, las inversiones o, incluso, operaciones corporativas.

Como consecuencia de ello, en las empresas con más de 2.000 trabajadores, la representación en el consejo de administración es casi paritaria, mientras que la representación se reduce a un tercio en las empresas con menos de 2.000 trabajadores (o con menos de 500 en el caso de las sociedades limitadas). Como señala este documento que resume el modelo de relaciones laborales en Alemania,  los comités de empresa disfrutan de derechos de información y participación, así como de cogestión en temas sociales (en particular ordenación laboral, jornada laboral, salarios y rendimiento), y están obligados a colaborar con los empleadores, por lo que no está permitida la conflictividad laboral entre empleador y comité de empresa.

Salarios y productividad

En España, sin embargo, se ha decidido coger el rábano por las hojas y sólo se habla de la relación entre salarios y productividad (una cuestión sin duda esencial), pero sin tener en cuenta que lo importante es tener un sistema productivo capaz de aguantar un modelo de relaciones laborales como el alemán, cuyo éxito está basado no sólo en la moderación salarial (sin duda indispensable), sino también en el hecho de que la lucha contra inflación  es un objetivo de país.

Resulta por eso curioso que a menudo se esgriman -con razón- los mayores incrementos de los costes laborales unitarios en España respecto de Alemania, pero al tiempo se oculta que en el país de la canciller Merkel los precios han subido también bastante menos, lo que resta presión a los salarios. Con base 100 en el año 2005, el IPC ha subido en Alemania hasta los 109,6 puntos, pero en el caso español se ha disparado hasta los 114,9 puntos (un 55% de inflación más en sólo seis años).

¿Son los salarios los únicos culpables de este incremento de los precios? No parece que vayan por ahí los tiros, como demuestran tanto el deflactor del producto interior bruto como el hecho de que el peso de los asalariados en el reparto del pib está bajo mínimos. ¿O es que las subidas de impuestos o la evolución de las rentas empresariales no tienen nada que ver con la pérdida de competitividad?   

Lo que tiene realmente que ver con la capacidad de competir en los mercados internacionales (salvo que se elija la vía vietnamita -ya ni siquiera la coreana-, no es otra cosa que la productividad, y ésta depende más de la innovación tecnológica y del modelo productivo que de los salarios. Y por eso no estará de más recordar -como hacen estas tablas- que mientras la productividad por ocupado en euros constantes del año 2000 se sitúa en Alemania (año 2009) en 41.456 euros, en España apenas alcanza los 30.859 euros.  Es decir, un 34% más. ¿Es eso lo que tienen que bajar los salarios para ser tan competitivos como Alemania? Tampoco parece que por aquí vayan los tiros.   

Es evidente, sin embargo, que hay que cambiar las reglas de juego de la negociación colectiva. Y aprender, sin duda, mucho de Alemania, donde por cierto los sindicatos están pegados a lo que ocurre en las fábricas y no son perejil de todas las salsas, como les ocurre a Méndez y Toxo, quienes en las últimas semanas han estado más horas en Moncloa que Bernardino León, el secretario general de la presidencia.

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Decía Gómez de la Serna que en Madrid a las siete de la tarde si nos das una conferencia, te la dan. Y da la impresión de que eso mismo sucede con las polémicas y tormentas en un vaso de agua que a menudo riegan el quehacer diario de la clase política y mediática. Es imposible zafarse de ellas. Unas veces se pone de moda hablar del ‘modelo austriaco’, otras de la flexiseguridad en el mercado de trabajo, y, de forma periódica (cada vez que hay una reforma laboral), del despido. Ni que decir tiene que la logorrea dura lo mismo que un par de tertulias. 

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