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Los 'florentinos' tiemblan, Rajoy llega sin hipotecas
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Carlos Sánchez

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Los 'florentinos' tiemblan, Rajoy llega sin hipotecas

Lo decía hace unos días en privado un perro viejo de la política. Los ‘florentinos’ están temblando. Rajoy llega a la Moncloa sin hipotecas y sin haber

Lo decía hace unos días en privado un perro viejo de la política. Los ‘florentinos’ están temblando. Rajoy llega a la Moncloa sin hipotecas y sin haber reclamado favores ni deber nada a nadie para ser presidente del Gobierno, y eso les pone de los nervios. ‘No saben qué hacer para influir’, comentaba con cierta sorna el informante. Ni siquiera están seguros de cómo llegar al  equipo económico más cercano del presidente del PP: los Montoro, Báñez, Nadal y compañía, que se han comido el ‘marrón’ en los últimos años sin que los ‘florentinos’ se percataran de que algún día podían llegar a Moncloa.  Sin duda, entretenidos, y hasta ensimismados, mientras hacían la ola a Zapatero.

Los ‘florentinos’ son esa nueva aristocracia económica surgida en la década de los años 90 al calor  del ‘boom inmobiliario’. Son los mismos a quienes se entregaron algunos sectores estratégicos del país -autopistas, energía, telecomunicaciones, televisiones o toda suerte de concesiones administrativas dentro del sector público- con la intención de constituir una nueva clase económica cercana al poder político. Tanto a nivel central como autonómico. El objetivo se logró. Y para constatarlo sólo había que verlos radiantes y ufanos cada vez que un ministro económico de Zapatero tomaba posesión del cargo. El concurrido besamanos era interminable y sin duda rentable. Todo en aras de mantener hilo directo con el titular del ramo, como se decía durante el franquismo. Eran los auténticos ministros ‘sin cartera’.

Los ‘florentinos’ están temblando. Rajoy llega a la Moncloa sin haber reclamado favores ni deber nada a nadie para ser presidente del Gobierno, y eso les pone de los nervios. ‘No saben qué hacer para influir’. Ni siquiera están seguros de cómo llegar al equipo económico más cercano del presidente del PP: los Montoro, Báñez, Nadal y compañía, que se han comido el ‘marrón’ en los últimos años mientras ellos hacían la 'ola' a Zapatero

Ahora todo ha cambiado. Como sostiene nuestro interlocutor, a Montoro -que le gusta más la política que a un tonto un lápiz- no le impresiona sentarse a hablar con Botín et alters, y eso, sin duda, es un cambio de extraordinaria importancia. Si algo ha quedado claro es que el PSOE cuando ha llegado al Gobierno siempre ha tenido una actitud dócil y complaciente con los poderosos, probablemente por un cierto complejo de clase o de inferioridad que le obliga a aparentar que forma parte del statu quo dominante. No vaya a ser que alguien lo confunda con un partido zarrapastroso y antisistema. A algunos ilustres periodistas con recio apellido castellano les ocurre lo mismo y anhelan rodearse de ‘influentials’, que se dice ahora en la jerga académica de los expertos en opinión pública.

Lo que más preocupa a los ‘florentinos’, sin embargo, no es sólo que los puentes estén rotos -algo impensable en tiempos de Rodrigo Rato-, sino que el previsible Rajoy tire para su Gobierno de algunos miembros de la Comisión de Subsecretarios que él presidió cuando fue vicepresidente con Aznar, algo que les dejaría sin interlocutores fiables. O, al menos, proclives a sus intereses. Como sostiene el budismo, el origen del sufrimiento está en el deseo, y sin deseo no hay tentaciones malditas. No hay forma doblegar voluntades o ganar acólitos. Ni siquiera invitando al palco del Bernabéu.

Los nuevos budistas son esos políticos conservadores que ya han probado el coche oficial y los restaurante de cinco tenedores, con edades comprendidas entre 40 y 50 años, y que conocen bien la administración por dentro, algo capital para Rajoy, convencido como pocos de que hay que reformar el sector público, pero ni mucho menos acabar con él, como propone Juan Rosell, que va camino de hacer bueno a Díaz Ferrán.

El presidente de CEOE, como dice alguien que lo conoce bien, tiene la rara habilidad de poder decir una cosa y la contraria en la misma frase, lo cual lo convierte en un personaje fascinante y dual. Y eso puede explicar su alejamiento de los círculos de poder popular. Ni pincha ni corta. Y por eso presiona para que sea Piqué  -más dúctil- ministro de Economía en lugar de Montoro.

Los lobbys de toda la vida

Pero lo peor para su organización es que Rosell ni siquiera influye, como de hecho les va a suceder a muchas patronales que forman parte de la CEOE, que en vez de rodearse de buenos profesionales, contrataron en su día a antiguos cargos socialistas para tener hilo directo con el poder. Ahora todo ha cambiado y algunos se llevan las manos a la cabeza. ¡Pero qué hemos hecho! Por cierto, que puestos a recortar gasto público y avanzar en esa desamortización que propone Rosell, bien se podría vender la sede de CEOE, instalada en lo mejor del barrio Salamanca, que como se sabe forma parte del patrimonio del Estado.

La fuerza de Rajoy es única. Por primera vez llega a la Moncloa un dirigente político sin piedras en el maletín de primer ministro y sin favores que devolver a sus padrinos. El último que lo hizo fue Adolfo Suárez y no hace falta recordar cómo acabó su mandato, cercado por los unos y por los otros. En particular por la banca, que junto a las eléctricas mantiene el lobby con más solera, la AEB, siempre inasequible al desaliento político. O Unesa, la patronal eléctrica, que en plena Dictadura, y con las organizaciones patronales y sindicales proscritas, ya influía en la decisiones del Ministerio de Industria a la hora de revisar la tarifa de la luz.

El presidente de CEOE, como dice alguien que lo conoce bien, tiene la rara habilidad de poder decir una cosa y la contraria en la misma frase, lo cual lo convierte en un personaje fascinante y dual. Y eso puede explicar su alejamiento del los círculos de poder popular. Ni pincha ni corta. Y por eso presiona para que sea Piqué -más dúctil- ministro de Economía en lugar de Montoro

Se trata de una circunstancia, por lo tanto, novedosa, lo que desde luego no asegura que vaya a salir bien. Dependerá de la capacidad del nuevo Gobierno para aislarse del cabildeo y de los grupos de presión, acostumbrados a ser un auténtico Ejecutivo en la sombra por mor de un sistema político escasamente transparente y con pocos instrumentos eficaces para la fiscalización de los actos administrativos. Y el hecho de que no haya un registro oficial de lobbys, como el que existe en Bruselas, sólo empobrece un poco más la deteriorada calidad de la democracia.

Enrique Fuentes Quintana, vicepresidente durante el primer Gobierno de Adolfo Suárez, recordaba con cierta amargura que una de las cosas que más le impresionaron durante el poco tiempo que estuvo en el cargo era ver al ministro de Industria, Alberto Oliart, defendiendo la revisión de las tarifas eléctricas. Lo que le chocaba no era que reclamara una actualización de los precios, cosa lógica en unos momentos en los que la inflación estaba por encima del 20%, lo que le escandalizaba era ver cómo el responsable de la energía llegaba al Consejo de Ministros con cuartillas encabezadas con el membrete de Unesa, la patronal eléctrica.

Al contrario de lo que hizo Zapatero, Rajoy no prepara un Gobierno de diseño destinado a desfilar en la pasarela de la moda política, sino de oscuros funcionarios acostumbrados a ser sherpas y no juanitosoiarzábal, lo que por el momento ha evitado su contaminación. El futuro dirá si siguen en el empeño.

Mariano Rajoy