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¡Cuidado, Santiago, quieren matar a tu cerdo!
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Carlos Sánchez

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¡Cuidado, Santiago, quieren matar a tu cerdo!

Sucedió al principio de la Transición política, al poco tiempo de morir Franco. Alguien realizó una vistosa pintada en una de las calles del barrio de

Sucedió al principio de la Transición política, al poco tiempo de morir Franco. Alguien realizó una vistosa pintada en una de las calles del barrio de Argüelles, muy cerca de la Universidad Complutense. La pintada decía en letras de buen tamaño: ‘¡Muerte al cerdo de Carrillo!’ Algún transeúnte, con fina ironía, tiró del spray que llevaba encima y puso arriba del exabrupto entre corchetes: ¡Cuidado, Santiago, quieren matar a tu cerdo!

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Ambas pintadas reflejan mejor que ninguna otra cosa los odios africanos que ha generado desde siempre Carrillo, un personaje poliédrico donde los haya; y que, pese a ocupar un papel poco relevante en la Guerra Civil, ha pasado a la historia para muchos como el representante del diablo en la tierra. Exactamente como le pintaba Peridis en sus viñetas, saliendo de las alcantarillas del averno con un peterstuyvesant en la comisura de los labios.

Pero confundir la vida de Carrillo con lo que sucedió en Paracuellos es un colosal ejercicio de jibarización política. Y hasta una enorme deformación de la realidad. Existen, al menos, cuatro santiagos carrilllos, cada uno con sus luces y sus sombras, pero todos ellos son fiel reflejo de la España que les tocó vivir.

Los cuatro carrillos son la memoria de un siglo. Habría que decir de los excesos y de los abusos de un siglo que le llevó a Santiago Carrillo, incluso, a repudiar a su propio padre en una célebre carta que él mismo hizo pública. Para que todo el mundo la conociera para oprobio general. ¿Su delito?  Negociar una paz pactada con Franco al final de la Guerra Civil, cuando la derrota republicana era inapelable. Ese era el dirigente comunista intransigente y estalinista que dirigía la principal organización juvenil de masas de la época.

El primer Carrillo murió políticamente a mediados de los años 40, cuando el PCE ordenó a sus maquis salir de las madrigueras desde las que luchaban esperando el triunfo de los aliados. Llegó la victoria, pero el Régimen siguió en pie y eso obligó al PCE a ceñirse a la nueva realidad.

Obreros y estudiantes

El segundo Carrillo –junto a Dolores Ibárruri- fue el dirigente político que desde París y Bucarest  impulso la política de reconciliación nacional a partir de 1956, al calor de la mayoría de edad de las nuevas generaciones que no habían vivido la guerra. Frente a la represión, el PCE hablaba de reconciliación y de nuevas mayorías sociales a partir de pactos históricos entre obreros y estudiantes, y eso prendió como la yesca en las universidades y centros de trabajo,  lo que explica, entre otras cosas, el nacimiento de CCOO.

Ese Carrillo abierto a las nuevas realidades sociales se había marcado, sin embargo, sus propios límites. Sus propias restricciones como demócrata. La criatura surgida de la política de reconciliación nacional -la alianza entre obreros y estudiantes-  empezó a andar sola y los dirigentes del exterior percibieron que en el interior emergía una nueva oleada de dirigentes comunistas  con otra visión. Más abierta y, sobre todo, sin los resentimientos del pasado.

Hay una anécdota deliciosa que cuenta un veterano comunista. Durante una reunión del comité central del PCE, en septiembre de 1960, un joven dirigente subió a la tribuna de oradores. Habló con criterio y hasta con cierta retórica parlamentaria. Y fue en ese momento cuando Carrillo dio un codazo a su compañero más cercano de mesa y le espetó: “¿quién es ese, que se cree un diputado?”. El joven era Jordi Solé Tura, uno de los padres de la Constitución. 

Mientras tanto, España salía a duras penas de la autarquía y tenía por delante cambios sociales de indudable transcendencia. La expulsión de Claudín y Semprún y el papel que jugaron los dirigentes del exilio en el fusilamiento de Julián Grimau, marcan el fin de una estrategia de apertura que prácticamente no sufre cambios hasta algunos años antes de la muerte de Franco.

La patria de los trabajadores

El aplastamiento de la primavera de Praga por parte de los tanques soviéticos es el origen del tercer Santiago Carrillo. A partir del 1968 el PCE -como muchos años antes hiciera Fernando de los Ríos durante su célebre viaje a la Unión Soviética- comienza a observar que la patria de los trabajadores es, en realidad, un gigantesco fiasco. Una gran estafa. En palabras de Santiago Carrillo, “Stalin llevó al paroxismo a la URSS para asentar su poder personal en el partido y el Estado”.

Leídas hoy estas palabras, parecen una obviedad y hasta una sandez dada la calidad humana y política del personaje, pero el alejamiento de la URSS es el origen político e histórico de una nueva estrategia que tiene como objetivo prioritario volver España desde el exilio a cualquier precio. Y que se plasma en un libro Eurocomunismo y Estado, escrito al calor de la explosión del PCI en Italia de la mano de Enrico Berlinguer, y que en realidad es el origen de la posición que mantiene Santiago Carrillo en la Transición.

El PCE, por primera vez, habla abiertamente de que la vía democrática al socialismo “supone la existencia de formas públicas y privadas de propiedad”. Mientras el PSOE habla en sus primeros carteles tras la legalización de Socialismo es Libertad, el PCE habla de Socialismo en Libertad. Una sustancial -y benéfica- diferencia.

El abandono del leninismo, la aceptación de la bandera de España y hasta la aprobación de la Monarquía como forma de Estado forman parte del momento de mayor capacidad de influencia de Carrillo en la vida política española. Sin duda que es un planteamiento chocante habida cuenta de que, por entonces, Carrillo era el único dirigente eurocomunista que procedía directamente del estalinismo. Pero no le hace ascos a ser presentado por Fraga en el Club Siglo XXI. Todo en aras de la reconciliación nacional, sin duda su gran aportación al país. Además de la transformación de un partido que quería asaltar el palacio de invierno en una organización reformista que aceptaba las reglas de juego de la democracia.

El cuarto Carrillo nace tras la debacle electoral de 1982. Quiso convertirse en un personaje sin pasado, sin memoria. Pero nunca lo logró. Dijo alguna vez que su trayectoria política -más de medio siglo militando en el PCE- le impedía pedir el carné del PSOE, pero en realidad eso era lo de menos para él. Había perdido la chispa y hasta el sentido de la realidad política. Probablemente porque son demasiadas vidas políticas para un solo cuerpo humano.

Vázquez Montalbán, en su faceta de Sixto Cámara, recordaba en uno de sus columnas en Triunfo que en una ocasión vio a Carrillo en el aeropuerto de Orly, en París. Acababan de legalizar al PCE, y una señora se le acercó al escritor catalán y le dijo: “Pobre hombre. Mira que si después de lo que le ha costado que le legalizaran ahora se estrella con el avión”. Era imposible. Los camaleones políticos, como los gatos, tienen siete vidas.

Sucedió al principio de la Transición política, al poco tiempo de morir Franco. Alguien realizó una vistosa pintada en una de las calles del barrio de Argüelles, muy cerca de la Universidad Complutense. La pintada decía en letras de buen tamaño: ‘¡Muerte al cerdo de Carrillo!’ Algún transeúnte, con fina ironía, tiró del spray que llevaba encima y puso arriba del exabrupto entre corchetes: ¡Cuidado, Santiago, quieren matar a tu cerdo!