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El injusto caso de Beatriz de Guindos
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Carlos Sánchez

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El injusto caso de Beatriz de Guindos

La Real Academia define el término ‘recuperación’ como la acción y efecto de recuperar o recuperarse. Obvio. Pero precisa en una segunda entrada que algo se recupera cuando vuelve a tomar o adquirir “lo que antes tenía”. Sería absurdo pensar que la recup

Foto: Beatriz de Guindos
Beatriz de Guindos

La Real Academia define el término ‘recuperación’ como la acción y efecto de recuperar o recuperarse. Obvio. Pero precisa en una segunda entrada que algo se recupera cuando vuelve a tomar o adquirir “lo que antes tenía”. Sería absurdo pensar que la recuperación de la economía española va a devolver al país a los niveles previos a la crisis.

En el mejor de los casos, España saneará su economía, ajustará sus grandes desequilibrios y volverá al crecimiento, incluso de una manera robusta. Hasta la devastada Europa de 1945 salió de la tragedia. Pero el país que salga de esta crisis será muy distinto. Muy parecido a lo que Ulrich Beck denominó -ya en 1986- la sociedad del riesgo. Y todavía el muro no había caído.

¿Y qué es la sociedad del riesgo? Pues aquella en la que lo relevante ya no es la distribución de la riqueza, sino la producción de bienes y servicios de forma suficiente para financiar un determinado nivel de vida. Algo que, en última instancia, dependerá de su capacidad de adaptación en una economía globalizada.

Lo que se han roto son las certezas y el mundo previsible. El mundo de la seguridad, del que hablaba Stefan Zweig. Hasta hace bien poco, se pensaba que los avances técnicos -y su corolario en términos de productividad- serían suficientes para lograr el progreso social. Hoy ya no es así.

España saneará su economía, ajustará sus grandes desequilibrios y volverá al crecimiento, incluso de una manera robusta. Hasta la devastada Europa de 1945 salió de la tragedia. Pero el país que salga de esta crisis será muy distinto

Mientras que en la sociedad industrial o de clases la cuestión social giraba en torno a cómo repartir la riqueza producida de forma colectiva (y la historia del siglo XX refleja hasta qué punto la lucha entre los diferentes agentes económicos fue encarnizada), en la nueva sociedad del riesgo se seguirá produciendo de una manera desigual, pero su volumen ya no estará garantizado. Y es aquí cuando surge lo que ha venido en definirse como los ‘nuevos pobres’. O la nueva pobreza, como se prefiera. Un fenómeno en el que se ven envueltos nuevos colectivos que antes se consideraban protegidos contra las inclemencias económicas: profesionales, empleados públicos, pensionistas, parados de larga duración o estudiantes con dificultades para su inserción laboral.

Algunos datos recientemente publicados por la Agencia Tributaria lo atestiguan. En la curva de Lorenz pueden observar que el 20% de los asalariados percibe la mitad de todo el botín salarial. Esto significa que ese 20% de gente con alto salario recibe en promedio cuatro veces más que el salario promedio del 80% restante. O dicho en términos más precisos, la media salarial se sitúa en 1.592,8 euros, algo más de doble del salario mínimo. Pero sólo el 37,5% de la población supera ese ingreso. Y no sólo eso, como ha comprobado el investigador colombiano Emilio Chaves para el caso español, únicamente el 60% de los asalariados ingresa por su trabajo más de 1.000 euros al mes, mientras que el 23% de asalariados percibe menos de 500 euros mensuales. El salario más frecuente equivale a 1.261 euros mensuales. Es decir, un 79% respecto de la media.

¿Y cuánto ganan los más 'ricos'? Pues, según las estadísticas oficiales, es posible estimar que el ingreso salarial mínimo del 1% con mayores ingresos es superior a 6.996 euros por mes; mientras que el 0,1% mejor pagado recibe 16.565 euros por mes. El uno por millón, por último, supera los 283.547 euros al mes, y estos pueden ser unos 20 o 25 individuos.

Falso igualitarismo

No es este, sin embargo, el problema. El único problema. Pensar que el bienestar general lo garantiza la confiscación de los grandes patrimonios sólo conduce a la melancolía y al falso igualitarismo. El nuevo paradigma del crecimiento pasará -guste o no- por la individualización de las relaciones económicas, que es lo mismo que despojar al ciudadano de su pertenencia a un grupo social. A una clase social. Y de ahí que cobre cada vez más importancia un viejo concepto cada vez más en desuso, como es la igualdad de oportunidades. Sin igualdad de oportunidades ante la ausencia de organizaciones sociales representativas por efectos de la globalización (se trata de producir más barato y en el menor tiempo posible) se paran los ascensores sociales que oxigenan las sociedades más avanzadas.

Es por eso que en un mundo en el que de forma paulatina irán desapareciendo los grandes movimientos sociales, es más importante que nunca el papel del Estado como garante del equilibrio general sin hacerlo incompatible con las libertades individuales. Sin igualdad de oportunidades el mundo no es sólo más injusto, sino que, además, es más ineficiente, porque margina a los mejores. Y en este sentido, el caso de Beatriz de Guindos, obligada a abandonar un puesto en la Comisión de Competencia que sin duda merecía por su experiencia, es significativo.

El problema no es su apellido, el problema es la sospecha general sobre el sistema de nombramientos en la cosa pública, como de forma magistral ha relatado en este periódico el catedrático Jesús Alfaro (Carta a Álvaro Nadal….). Una injusticia -la ausencia de igualdad de oportunidades por razones económicas o de pertenencia a determinadas élites- no se combate con otra injusticia. Y un país que ningunea a quien en buena lid se lo merece de forma objetiva no es más que un lugar inhabitable.

Una injusticia no se combate con otra injusticia. Y un país que ningunea a quien en buena lid se lo merece no es más que un lugar inhabitable. Juzgar por los apellidos -aunque se llame De Guindos- es tan injusto como marginar por ello

Juzgar por los apellidos -aunque se llame De Guindos- es tan injusto como marginar por ello. Y este país sabe mejor que ningún otro lo trágico que resulta evaluar los comportamientos en función de la pureza de sangre. En función de los apellidos. A la hora de contratar y a la hora de ‘descontratar’. Caer en ese error tiene mucho que ver con un revanchismo social inaceptable en términos democráticos. Los apellidos no se eligen. Y si alguien puede demostrar la valía profesional para ocupar determinado puesto en la función pública, no hay nada más que decir, que diría Fraga. Aunque quien la nombre no esté en las mismas condiciones o no tenga la misma legitimidad.

Lo que ha fallado no es su nombramiento, sino la ausencia de un modelo de función pública -sin duda porque el país ha aceptado un cierto determinismo social- destinado a lograr la igualdad de oportunidades. Ha fallado un Estado neutral ante los individuos que en ningún caso favorezca a determinadas elites económicas o sociales en detrimento de la mayoría. Pero qué decir cuando hasta el propio jefe del Estado reparte títulos nobiliarios como si España fuese todavía una sociedad estamental. Un vestigio del pasado más arcaico y vergonzante.

Es sintomático que a menudo se cuestione el volumen de Estado y el peso del sector público en el conjunto de la economía, pero no existe un debate real sobre si se están cumpliendo los principios de mérito y capacidad para la selección de personal que proclaman las leyes. Un asunto probablemente tan importante como el volumen de plantillas. El célebre enchufismo que degrada la igualdad de oportunidades y que no sólo se da de arriba abajo.

El fenómeno de la nueva pobreza tiene mucho que ver con ello. Cuando no hay carrera profesional -tanto en el sector privado como en el público- se interrumpe el dinamismo social, y eso, inevitablemente, provoca atrofias que conducen a la marginalidad y hasta la exclusión social. Y ni que decir tiene que el sistema educativo juega un papel fundamental en eso que algunos han llamado movilidad vertical.

Los nuevos pobres son quienes no tienen acceso a los mejores puestos. Son los condenados al ostracismo económico en las empresas y en la Administración. Y convertir el ‘mileurismo’ en un fenómeno estructural es la mejor manera de avanzar hacia el suicidio colectivo.

La Real Academia define el término ‘recuperación’ como la acción y efecto de recuperar o recuperarse. Obvio. Pero precisa en una segunda entrada que algo se recupera cuando vuelve a tomar o adquirir “lo que antes tenía”. Sería absurdo pensar que la recuperación de la economía española va a devolver al país a los niveles previos a la crisis.

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