Mientras Tanto
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Lo que sucede cuando se desprecia el pensamiento
A Ronald Coase se le atribuye una frase singular: ‘Los economistas desprecian el pensamiento y la historia económica, y eso es una catástrofe”
A Ronald Coase -Nobel de Economía en 1991- se le atribuye una frase singular: ‘Los economistas desprecian el pensamiento y la historia económica, y eso es una catástrofe”.
Coase, que falleció hace unas semanas a los 102 años, es autor de un célebre teorema que lleva su nombre que estudia los efectos perjudiciales que tiene para la sociedad la acción de los agentes económicos, ya sean empresas o particulares. El ejemplo más típico es el del tabaco, que perjudica a los fumadores pasivos; o el de la fábrica de coches, que contamina; mientras que cualquier ciudadano puede hacer insoportable la vida de su vecino si saca la basura a destiempo.
Coase, como ha puesto de relieve el economista Gerard Llobet, no basó sus estudios en complejas fórmulas matemáticas, sino que se dejó llevar por la intuición y por el desarrollo lógico del pensamiento. Y entre sus conclusiones se encuentra una obviedad que a menudo se olvida. El Estado es una superempresa con posibilidad real de influir sobre la vida de todos mediante decisiones administrativas. Si lo desea puede anular la actuación del mercado, cosa que la empresa jamás podría hacer. Incluso, su capacidad de persuasión es enorme cuando la maquinaria del Estado se pone en marcha a través de sus satélites para convencer a los agentes económicos sobre una determinada idea.
Tanto poder, sin embargo, no está exento de despropósitos. Y ciertos Gobiernos, como sostenía Coase, en realidad son como los malos economistas: desprecian el pensamiento y la historia, lo que les empuja a cometer errores garrafales. Aunque no sólo ellos.
Krugman, que ha errado como pocos en sus previsiones (ha asesinado al euro varias veces), tiene, sin embargo, una legión de seguidores (más de un millón en Twitter), y por eso Ferguson proponía que se le aplicaran las leyes antimonopolio. Precisamente, para que funcionara realmente el mercado de las ideas. Y en tono jocoso recomendaba al Times, periódico en el que escribe su célebre blog, que por cada palabra que publica Krugman, el Nobel se comprometiera a leer al menos cien palabras de otros autores. Y concluía Ferguson: "No puedo garantizar que leer más le enseñe honestidad, humildad y cortesía. Pero al menos reducirá su injustificada desmedida participación en el mercado de las ideas económicas”. Optimismo desmesurado Este monopolio de la verdad es lo que puede explicar el raro consenso que se ha instalado en determinados sectores sobre la salida de la crisis. Hasta el punto de que una ola de optimismo desmesurado recorre España. Como si los problemas estructurales de una economía escasamente productiva y poco competitiva (asuntos que vienen de lejos) se esfumaran de un plumazo porque la Bolsa suba con fuerza o el Tesoro coloque sus emisiones con holgura pagando menor rentabilidad. La causa de este comportamiento tan superfluo probablemente tenga que ver con la idea de que la economía es ‘un estado de ánimo’, que diría Jorge Valdano. Cuando en realidad estamos ante problemas de fondo de los que no será fácil salir. Incluso en el mejor de los casos, con una economía que crezca en los próximos años por encima del 2%, las cuestiones de mayor calado están ahí. Y hasta el propio Gobierno lo reconoce en su última comunicación a Bruselas cuando admite que el potencial de crecimiento de la economía española se situará en 2014 en un increíble -0,4% (exactamente igual que en 2013). ¿Qué quiere decir esto? Pues ni más ni menos que crecimientos superiores a esa tasa generan de manera automática desequilibrios macroeconómicos (inflación o déficit de balanza de pagos). O dicho en otros términos, el nivel de producción compatible con una inflación moderada (la clave de cualquier política económica para crear empleo) se sitúa próximo a cero. La causa de tan raquítico crecimiento tiene que ver con la destrucción de empleo, que ha sido tan intensa que ha acabado por hundir el potencial, cuya evolución depende de factores como el tamaño de la fuerza laboral, las infraestructuras o el capital humano. Y, por supuesto, de la eficacia de las reformas económicas. Y pensar que porque suba la Bolsa -sin duda una bendición desde el punto de vista de la renta disponible de las familias y de las empresas-, se solucionarán los problemas, es tan iluso como cuando en medio de la peor crisis desde 1929, Zapatero decía los dirigentes socialistas. ¡Y ahora, a consumir! Como si la economía fuera una cuestión de voluntarismo político. El propio Ejecutivo admite que el PIB potencial disminuirá en 2013 y 2014 debido, en mayor medida, a la elevada “detracción del factor trabajo por la elevada tasa de paro estructural y la reducción de la población en edad de trabajar por los flujos migratorios”. Como consecuencia de ello, el output gap (la brecha de producción) seguirá siendo negativo. Es decir, que existe un exceso de oferta o capacidad productiva no utilizada debido a una falta de demanda. Y si la demanda no tira -porque el ajuste en salarios y consumo público se prolongará al menos hasta 2015-2016- no es fácil que se cierre esa brecha de producción. O lo que es lo mismo, la distancia entre lo que España podría crecer y lo que finalmente lo hará. Estos fundamentos económicos -el empleo en Contabilidad Nacional se sitúa en niveles del año 2000- son los que explican que la recuperación vaya a ser lenta (aunque recuperación al fin y al cabo). Y es mejor contar con este escenario que hacerse falsas ilusiones que llevan a la frustración. Sobre todo cuando España tendrá que hacer política económica atada de pies y manos y con la vista puesta en los altísimos niveles de endeudamiento público y privado. O dicho en otros términos, hacer política sin estímulos públicos, como ya se pone de relieve en el proyecto de ley de Presupuestos 2014. Un fenómeno inédito en la reciente historia económica. Al menos, y esto es de extraordinaria importancia, vuelve a tener capacidad de financiación, esencial en un contexto como el actual. Este informe publicado por el Servicio de Estudios del BBVA estima que de los 18 puntos que ha aumentado el desempleo desde el comienzo de la crisis, alrededor de una tercera parte tiene carácter estructural, Mientras que para la Comisión Europea ese porcentaje es, incluso, superior. No se trata de una cuestión nueva. Al contrario: según ese estudio, en 2006 (cuando la economía crecía de forma intensa), el paro estructural alcanzaba el 14%, es decir, prácticamente el doble de la tasa en términos nominales (sin contabilizar los factores coyunturales). ¿Qué quiere decir esto? Pues ni más ni menos que los problemas de la economía española no tienen que ver sólo con la crisis. Al contrario. Tanto el déficit público como la tasa de paro serían muy elevados si se eliminan los factores cíclicos. Los economistas Rafael Domenech y Javier Andrés, autores del estudio del BBVA, recuerdan una conclusión dramática de Bruselas: “La mayor parte de la caída en la actividad económica en España durante los últimos años ha supuesto en realidad una caída del PIB potencial o, lo que es lo mismo, que prácticamente todo el desempleo observado en la actualidad es de carácter estructural”. La alta tasa de paro no es, por lo tanto, meramente coyuntural vinculada a un ciclo económico adverso. Robert Schiller, que acaba de ser galardonado con el Nobel de Economía, recordaba en un reciente artículo las enormes ineficiencias que tiene el sistema económico. Y ponía como ejemplo el caso de un señor feudal que instala una cadena a lo ancho de un río que pasa por su tierra. Posteriormente, contrata a un siervo para que les cobre a las embarcaciones que pasan por allí un arancel a cambio de bajar la cadena. No hay nada productivo en la operación. El señor feudal no ha hecho ninguna mejora al río y no ayuda a nadie, ni directa ni indirectamente, excepto a sí mismo. Y lo único que hace es encontrar una manera de ganar dinero a partir de algo que era gratis. Algo parecido le sucede a la economía, pensamos que hay recuperación porque hay más actividad en los mercados gracias a los manguerazos de liquidez, de los bancos centrales, pero las cadenas que atan el crecimiento siguen ahí.
A Ronald Coase -Nobel de Economía en 1991- se le atribuye una frase singular: ‘Los economistas desprecian el pensamiento y la historia económica, y eso es una catástrofe”.