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El dilema de Rajoy: Arriola o el caos
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El dilema de Rajoy: Arriola o el caos

Muchos lo piden. Hay que bajar impuestos ya, sin esperar a 2015, para activar la economía. Pero Rajoy sigue enganchado al 'arriolismo': dejar que todo pase

Foto: Pedro Arriola.
Pedro Arriola.

Algo se está moviendo en los países centrales del euro. Y España, como casi siempre ha ocurrido en su tormentosa historia, corre el riesgo de quedarse al margen de los vientos alisios que soplan en la economía.

En Alemania, la presencia socialdemócrata en el Gobierno de la canciller Merkel está provocando un innegable giro en su política económica: salario mínimo a 8,50 euros la hora, jubilación a los 63 años para trabajadores con larga carrera laboral o una ley para acabar con los alquileres abusivos; mientras que en Francia, el nuevo Ejecutivo de Hollande cuenta como ministro de Economía con un intervencionista convencido que defiende desde hace años desandar parte del camino emprendido en el proceso de globalización. Arnaud Montebourg ha reclamado en panfletos muy populares un nuevo proteccionismo ‘verde’, pero con un indudable toque carmesí.

El ciclón Matteo Renzi, por su parte, está decidido a darle un susto al caduco sistema político italiano, pero sin olvidar la puesta en marcha de un plan integral contra la pobreza. Y Bruselas, como se sabe, ha decidido hacer el ‘caldo gordo’ a los países con altos déficits (como España).

El impulso renovador, al contrario, de lo que pueda parecer, no se puede vincular a una súbita conversión a la izquierda de los gobiernos de los países centrales del euro. Ni mucho menos con un cambio de orientación ideológica basada en expectativas electorales (aunque también). Tiene que ver con un sólido análisis de la realidad económica.

Europa corre el riesgo de convivir con bajos crecimientos durante un largo periodo de tiempo. Y la mejor forma de demostrar este peligro es que los mercados descartan por completo repuntes inflacionistas, algo que explica la caída de la rentabilidad de los bonos hasta mínimos históricos. Cuando alguien adquiere una obligación a diez años por el 2-3% anual es que está convencido de que la inflación apenas subirá durante una década impulsada por la demanda interna. El recurrente mal de Japón, donde el IPC no crece (pero tampoco la economía), es un buen ejemplo de lo que significan las bajas expectativas de inflación.

Políticas expansivas

Es esto lo que justifica que los países centrales del euro hayan decidido hacer una política económica más expansiva imitando a EEUU y Reino Unido, donde la contribución de la demanda nacional al crecimiento de la actividad económica es claramente positiva, al contrario que en la Eurozona. Mientras que en los países anglosajones la demanda nacional aporta en torno a dos puntos de PIB, en la Europa continental continúa detrayendo crecimiento (-0,6 puntos en el caso de España).

El IPC en la Eurozona es apenas medio punto más elevado que el español (un 0,5%), pero se ha llegado a esa tasa sin tener que haber realizado un sacrificio tan intenso en salarios y empleo. Algo que demuestra que hubiera sido más inteligente poner el énfasis en cómo mejorar la productividad de la economía española en lugar de centrarse casi exclusivamente en la competitividad

La consecuencia de ello es que gracias  a la mayor inflación generada por el impulso de la demanda interna, EEUU ha logrado que su proceso de desendeudamiento haya sido mucho más rápido que en Europa. EEUU, de hecho, ha acumulado mayor inflación que España desde 2005 pese al desplome de los precios de la energía, lo cual es un síntoma claro de la existencia de políticas económicas divergentes. Pero es que, además, a veces se olvida que en un contexto de baja inflación internacional las devaluaciones salariales (como la española) son más dolorosas, toda vez que las ganancias de competitividad son mínimas.

Un dato lo revela. El IPC en la Eurozona es apenas medio punto más elevado que el español (un 0,5%), pero se ha llegado a esa tasa sin tener que haber realizado un sacrificio tan intenso en salarios y empleo. Algo que demuestra que hubiera sido más inteligente poner el énfasis en cómo mejorar la productividad de la economía española en lugar de centrarse casi exclusivamente en la competitividad.

Las ventajas de tener una economía menos endeudada son evidentes. Los agentes económicos tenderán a adquirir nuevos bienes y servicios porque no deben cargar con el pesado lastre de la deuda. Algo que no sucede en España. Los datos más recientes muestran que la deuda exterior neta (diferencia entre lo que España presta al exterior a través de sus inversiones y lo que le prestan) ha superado por primera vez en la historia el billón de euros, una cifra verdaderamente aterradora que pone a la economía española en el corredor de la muerte durante muchos años porque necesita ingentes cantidades del exterior (aunque en 2013 haya podido tener capacidad de financiación).

Lo paradójico del caso es que a menudo los gobiernos se lavan las manos y consideran que la tarea de luchar contra la deflación o la baja inflación -como se prefiera- es responsabilidad exclusiva del BCE, pero se subestima la importancia que tienen las políticas fiscales en la lucha contra la caída generalizada de los precios y la atonía de la demanda interna.  

Bajar impuestos, ya

Parece evidente que el margen para aumentar el gasto público es nulo en el caso de España, que arrastra un tremendo déficit que ha obligado al Estado a endeudarse en casi 77.000 millones de euros el año pasado. Y es aquí cuando emerge un incipiente debate que ronda la cabeza de muchos economistas y, probablemente, de algunos miembros del equipo económico de Rajoy. Y que no es otro que la posibilidad de rebajar ya el IRPF sin esperar a que llegue el 1 de enero de 2015, que es lo previsto por Montoro.

El venerable economista Jaime Requeijo, bien conectado con los círculos más cercanos al ministro de Hacienda, lo ha reclamado recientemente durante la presentación del último número de la revista Economistas, y no le falta razón.

Requeijo ha ido más allá e incluso se ha mostrado convencido de que el Gobierno no esperará al año que viene para bajar la presión fiscal directa (fundamentalmente IRPF). Veremos lo que sucede, pero lo cierto es que dentro del PP cada vez son más las voces que piden a Montoro que adelante los calendarios.

¿Y qué es el ‘arriolismo’?, pues una forma de hacer (o no hacer) política consistente en “dejar pasar las cosas, esperar a que los demás se equivoquen”. En la oposición, se trata de denunciar los errores ajenos y en el Gobierno, “vender tecnocracia y un cierto mantenimiento de los valores de la derecha que son un capital consolidado como la exaltación de las Fuerzas Armadas, la Guardia Civil, la bandera, la familia, la religión católica....”

O dicho de otro modo, se trata de que el Gobierno descarte esa forma de actuar que el exdirigente del PP, Guillermo Gortázar, ha denominado en un magistral artículo el ‘arriolismo’.

¿Y qué es el ‘arriolismo’?, pues una forma de hacer (o no hacer) política consistente en “dejar pasar las cosas, esperar a que los demás se equivoquen”. En la oposición, se trata de denunciar los errores ajenos y en el Gobierno, “vender tecnocracia y un cierto mantenimiento de los valores de la derecha que son un capital consolidado como la exaltación de las Fuerzas Armadas, la Guardia Civil, la bandera, la familia, la religión católica....”.

Muy poco para ganar las elecciones, y eso explica que una previsible derrota electoral en las elecciones al parlamento europeo (donde el PP tiene mucho que perder y poco que ganar) puede provocar la rebelión de algunos barones autonómicos, que necesitan un motivo para no ser descabalgados y engrosar las listas de paro.

Es decir, hacer justo lo contrario a lo que Krugman denomina ‘trampa de la timidez’, que se produce cuando  los responsables políticos temen poner en práctica buenas medidas por temor a fracasar, y eso  les hace tomar decisiones de poco alcance que en la práctica sirven para muy poco. Desoyendo la voz de Yeats, que decía: “Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están llenos de vehemencia apasionada”.

Más allá de consideraciones políticas, lo cierto es que sería una medida más que razonable. Entre otras cosas, porque bajar impuestos ahora estimularía la demanda interna y descargaría la presión sobre las cuentas públicas, que en estos momentos (vía endeudamiento para pagar todo tipo de fondos) es quien está animando la actividad económica.

De lo contrario, es probable que se siga mareando la perdiz intentado saber si el país está o no en deflación. Algo que recuerda mucho a esas discusiones bizantinas que se dieron en Constantinopla, donde los filósofos, los teólogos y los hombres de ciencia discutían sobre el sexo de los ángeles, mientras se olvidaban defender la ciudad del ataque enemigo. Como se sabe, Constantinopla cayó y con ella el último bastión de la civilización occidental.

Algo se está moviendo en los países centrales del euro. Y España, como casi siempre ha ocurrido en su tormentosa historia, corre el riesgo de quedarse al margen de los vientos alisios que soplan en la economía.

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