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Cómo Montoro riega el independentismo

La estrategia de Montoro forma parte de la manera zafia y tosca de hacer política que se hace en España, donde cuando Bárcenas mete mano en

Foto: El ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro (EFE)
El ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro (EFE)

Lo dijo ayer el diputado Coscubiela con sensatez y con la legitimidad que le otorga el hecho de ser uno de los querellantes contra Jordi Pujol por la comisión de cinco delitos. “El derecho a decidir no puede servir nunca para tapar las vergüenzas de quienes han defraudado como lo ha hecho el señor Pujol desde altas responsabilidades, pero con la misma claridad le digo –refiriéndose a Montoro– que el caso Pujol tampoco puede servir como lo ha utilizado usted hoy [por ayer] para degradar determinadas opciones políticas y deteriorar el legítimo derecho a decidir.

Y en verdad, es ese el fondo de la cuestión. El asunto Pujol, que ahora se ve como una de las siete plagas de Egipto, pasará con el tiempo, pero el proceso soberanista –si nadie lo endereza con soluciones inteligentes capaces de aguantar varias generaciones– perdurará. Lo contrario es ignorar la historia de España.

Vídeo: Montoro carga duramente contra Pujol

Y por eso, la teatral intervención de ayer de Cristóbal Montoro es una oportunidad fallida para llenar de racionalidad un debate de sordos. No para salvar la cara al independentismo, lo cual en este contexto político no tiene ningún sentido, sino para poner orden sobre un proceso político claramente debilitado en el corto plazo pero que sigue alimentado por una formidable corriente de fondo tanto en términos políticos como sociales. Y sugerir, como ayer hizo Montoro en el Congreso, que el nacionalismo catalán se ha radicalizado al ritmo que marcaban las investigaciones policiales sobre el patrimonio del clan Pujol es, simplemente, coger el rábano por las hojas. O lo que es peor, confundir los bastardos intereses económicos de una familia -aunque se apellide Pujol Ferrusola- con una cuestión de mucho mayor calado que si nada lo remedia seguirá atormentando a las próximas generaciones de españoles.

Interés particular e interés general

La estrategia de Montoro, en todo caso, forma parte de la manera zafia y tosca de hacer política que se hace en España, según la cual, cuando Bárcenas mete mano en la caja, muchos piensan que todo el Partido Popular es un nido de corruptos. Olvidando que el arte de la política es identificar los problemas para resolverlos, no para meterlos en una especie de batidora en la que al final es imposible detectar el origen de la corrupción con el célebre "y tú más".

Y cuando Montoro dice que los ciudadanos se preguntan “cuántos dirigentes han estado defendiendo su interés personal cuando decían defender el interés general de cualquiera de ellos”, lo que hace, ni más ni menos, es extender la sombra de la sospecha sobre buena parte de la clase política sin aportar luz. ¿O es que, cuando muy recientemente el PP salvaba los Presupuestos de Artur Mas, el ajuar de los Pujol estaba limpio como la patena? ¿Hubiera actuado la UDEF con igual diligencia y transparencia si Pujol hubiera actuado de ariete contra el proceso soberanista? Con razón se está produciendo el auge de la antipolítica y de los movimientos populistas, pobres imitadores de Robespierre.

A corto plazo, sin duda, la estrategia de Montoro es acertada. Como la de Rajoy. La Diada 2014 está tocada de muerte porque la unidad de los partidos soberanistas ha saltado por los aires. Pero a largo plazo sólo conseguirá lo contrario de lo que pretende.

La actual generación de nacionalistas moderados será superada sin ninguna duda –desde luego por la propia irresponsabilidad de CiU– por una nueva hornada de independentistas más radical y ajena a la cultura de la negociación. Y por eso, cuando Montoro dice que los ciudadanos de Cataluña se preguntan ahora cómo han podido poner la gestión de su comunidad “en manos de personas que mientras gobernaban estaban vulnerando las normas tributarias que a todos nos obligan” lo que hace es, nuevamente, generalizar. ¿O es que habría que hablar de un PP íntegramente corrupto por cobijar asuntos como los de Bárcenas, Gürtel, Fabra o Matas?

Es evidente que todo el proceso soberanista es un disparate, pero no puede ser que antes se criticara a Pujol por presentarse como el símbolo y hasta la alegoría de Cataluña y ahora, paradójicamente, se sugiera que el indigno comportamiento del expresidente representa a toda la comunidad o al menos a los dos tercios de representación parlamentaria que apoyan esa entelequia intelectual que es el derecho a decidir.

Los herederos políticos

Montoro, incluso, fue ayer más allá. Y en una parte de su intervención dejó un corolario un tanto cínico en forma de pregunta sin respuesta. “Es lógico”, sostuvo el ministro de Hacienda, “que muchos catalanes se pregunten si esa forma de querer y entender Cataluña está avalada por otros dirigentes de su partido y si su herencia política y sus herederos políticos no estarán realmente contaminados por esa presunta herencia que el señor Pujol puso a buen recaudo en Andorra”. ¿Los sucesores de Matas en Baleares son igual de sospechosos? ¿Y los de Carlos Fabra en Castellón?

Evidentemente, no. Pero cuando se pone el ventilador hay que tener cuidado para no engancharse con las aspas. O cautela, como reclamó con buen criterio el diputado Macias. Es mejor eso que hacer juicios temerarios y soltar un mitin en el parlamento que sólo ayudará a avivar un fuego sin duda provocado por la repugnante clandestinidad fiscal -como felizmente lo denominó Montoro- llevada a cabo por el clan de los Pujol y por los propios nacionalistas, incapaces de entender el actual proceso histórico que vive Europa.

Y si Cataluña no es Pujol ni el PP Bárcenas, tampoco puede ser verdad –como sostiene Montoro de forma insolente– que todo lo que no ha desmentido Pujol sobre lo publicado estas semanas por los periódicos es verdad. Porque si eso fuera cierto, su departamento sería una máquina de desmentidos, y no lo es. Tan sólo una máquina de crear independentistas, como lo fue Aznar en la segunda legislatura y Zapatero y Maragall en su ridícula y temeraria gestión de aquello que un día se llamó la cuestión catalana. Pero como alguien dijo ayer en el Congreso, un defraudador es un defraudador, sea independentista o españolista.

Lo dijo ayer el diputado Coscubiela con sensatez y con la legitimidad que le otorga el hecho de ser uno de los querellantes contra Jordi Pujol por la comisión de cinco delitos. “El derecho a decidir no puede servir nunca para tapar las vergüenzas de quienes han defraudado como lo ha hecho el señor Pujol desde altas responsabilidades, pero con la misma claridad le digo –refiriéndose a Montoro– que el caso Pujol tampoco puede servir como lo ha utilizado usted hoy [por ayer] para degradar determinadas opciones políticas y deteriorar el legítimo derecho a decidir.

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