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El día en que Rajoy se hizo el haraquiri
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Carlos Sánchez

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El día en que Rajoy se hizo el haraquiri

Hace muchos años Felipe González -en plena borrachera de poder- reclamó la autonomía de su Gobierno frente al Partido Socialista. Lo consiguió, y eso le permitió

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (Reuters)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (Reuters)

Hace muchos años Felipe González -en plena borrachera de poder- reclamó la autonomía de su Gobierno frente al Partido Socialista. Lo consiguió, y eso le permitió gobernar los últimos años al margen de lo que pensaban los dirigentes de Ferraz, incluido Alfonso Guerra, con quien había roto poco tiempo atrás. Fundamentalmente, a causa de cómo enfrentarse al éxito de la huelga general del 14-D. La reivindicación de González no era nueva. Adolfo Suárez también intentó gobernar al margen de UCD. Pero, como se sabe, murió políticamente en el intento.

En España, al contrario de lo que sucede en países con larga tradición democrática, la omnipresencia de los partidos en la vida política es tal que no se entiende la autonomía del Ejecutivo respecto del aparato de Génova o Ferraz. Sin duda porque el líder acumula todo el poder, y eso lleva a confundir partido y Gobierno. No ocurre así en países como EEUU, donde recientemente ha dimitido el secretario de Defensa de Obama, insigne representante del Partido Republicano.

Esa simbiosis entre partido y Gobierno es, sin duda, uno de los fallos de la democracia española, donde las organizaciones,al contrario de lo que sucedeen EEUU (allí los partidos son simples maquinarias electorales para elegir candidatos),vertebran el espacio político hasta convertirse en monopolios del poder. Ese fue el gran error de Rajoy, salvo algunas excepciones, a la hora de confeccionar su Gobierno: dejarse arrastrar por dirigentes del partido como Ana Mato contaminados por las miserias de las principales fuerzas políticas, cuyas cañerías están cegadas de tanta corrupción (el propio González se vio acosado por el escándalo Filesa).

Esto no quiere decir, evidentemente, que Rajoy o González hayan sido víctimas de sus respectivos partidos. Al contrario. Son ellos los responsables de un sistema de financiación absurdo y nada transparente que aboca necesariamente a la corrupción. Entre otras cosas porque los partidos se han convertido en maquinarias administrativas que tienen que dar de comer a mucha gente, y eso les obliga a tener presupuestos faraónicos. La red Gürtel, como pone negro sobre blanco el auto del juez Ruz, no era más que un sistema de captación de recursos para el Partido Popular (PP) al margen de la ley.

La consecuencia, como no puede ser de otra manera, es que cuando alguno de los dirigentes del PP o del PSOE llegan a la Moncloa, la corrupción les salpica.Lógicamente, al seren última instancia losresponsables políticos de tanta fechoría. A Rajoy ya casi nadie le va a juzgar por su política económica o por decisiones de su Gobierno, sino por los repugnantes métodos de financiación de su partido en todo lo relacionado con Gurtel.

La corrupción, como es obvio, ocupa todo el espacio político, y cualquier discusión inteligente y razonada sobre el sistema sanitario, la educación o los desahucios ha pasado a un segundo plano. Lo cual es todavía más sobrecogedor en un país con la quinta parte de su población activa en paro.

Ni que decir tiene que quien ‘paga el pato’ son los ciudadanos, a quien para nada beneficia un Ejecutivo acosado por la corrupción del partido que lo respalda en el parlamento.Es decir, se le juzga no por actos ilícitos cometidos por alguno de sus miembros, lo cual sería lógico.

El caso más evidente es, sin duda, el de Ana Mato, a quien nadie juzgará nunca por tres años de gestión sanitaria -salvo el lamentable episodio del ébola-, sino por su papel en la Gurtel. Rajoy podía haber relevado antes a Ana Mato cuando se destaparon las primeras noticias sobre la red que le inculpaban a ella, pero no lo hizo y eso sólo ha agrandado el problema. Un gesto de ‘camaradería’ inaceptable para un jefe de Gobierno. No por lo humano, sino por lo que supone para el país.

Paso a la clandestinidad

La contaminación ha sido de tal envergadura que incluso en algunos momentos España llegó a tener una ministra de Sanidad que había pasado literalmente a la clandestinidad para huir de la prensa. Un comportamiento ridículo en cualquier democracia avanzada. Sobre todo si se tiene en cuenta que Mato, con buen criterio, se rodeó de expertos en salud pública de reconocido prestigio cuya gestión es algo más que razonable. Eso, sin embargo, es lo de menos. El partido ha acabado por arrastrar al Gobierno.

El absurdo es todavía mayor si se tiene en cuenta que el nombramiento de Mato sorprendió a todos debido a que se trataba de una dirigente completamente ajena a la política sanitaria. Su nombramiento se hubiera entendido si al menos la ya exministra hubiera sido una experta, pero no lo era, lo cual hace más desconcertante su elección. Sobre todo cuando el PP tenía tantos cadáveres en el armario, como se ha visto con posterioridad y que debía conocer el propio Rajoy. ¿O es que el presidente se ha enterado de todo por el juez Ruz?

El resultado es evidente. Un nuevo desgarro en el abrasado Gobierno de Rajoy, que salvo sorpresa en las elecciones municipales y autonómicas de dentro de medio año, está descontando ya los minutos de la basura. El problema es que queda un año para las generales, y eso es mucho en un país que pide venganza.

Probablemente, la tentación que tenga Rajoy es seguir nutriendo de técnicos el Consejo de Ministros (como ya sucedió en el caso del titular de Justicia que reveló a Gallardón), lo cual hubiera sido razonable al principio de la legislatura, cuando había que poner orden ante tanto desmán. El problema es que ahora se necesitan políticos para hacer frente al populismo y el independentismo catalán, y eso sería lo mismo que cuestionar al propio Rajoy, acostumbrado a dirigir el Gobierno como un despacho de registradores en el que la jefa de negociado -utilizando la jerga administrativista- es la vicepresidenta.

Hace muchos años Felipe González -en plena borrachera de poder- reclamó la autonomía de su Gobierno frente al Partido Socialista. Lo consiguió, y eso le permitió gobernar los últimos años al margen de lo que pensaban los dirigentes de Ferraz, incluido Alfonso Guerra, con quien había roto poco tiempo atrás. Fundamentalmente, a causa de cómo enfrentarse al éxito de la huelga general del 14-D. La reivindicación de González no era nueva. Adolfo Suárez también intentó gobernar al margen de UCD. Pero, como se sabe, murió políticamente en el intento.

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