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España, Grecia…, una cuestión moral
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Carlos Sánchez

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España, Grecia…, una cuestión moral

Hoy Grecia es un país humillado. Y, lo que es todavía peor, como España, busca soluciones milagrosas a un problema complejo

Foto: Andonis Samaras recibe a Mariano Rajoy en Atenas. (EFE)
Andonis Samaras recibe a Mariano Rajoy en Atenas. (EFE)

El libro es muy conocido. Y expresa, en última instancia, una rebelión moral. Cuando Keynes, en 1919, dimitió como alto representante del Gobierno británico en la Conferencia de Paz de Versalles, comenzó a fraguarse lo que a la postre sería el mejor alegato contra la humillación de un país.

En Las Consecuencias Económicas de la Paz, la obra que le dio a conocer al gran público, Keynes plantea una crítica radical a la estrategia de los vencedores de la Gran Guerra (Wilson, Clemenceau, Lloyd George…) respecto de Alemania. E incluso se atrevió a advertir de que las consecuencias serían funestas para todo el continente. Alemania, de hecho, no acabó de pagar las reparaciones de guerra hasta ¡2010!

Decía Keynes: “Si lo que nos proponemos es que, por lo menos durante una generación Alemania no pueda adquirir siquiera una mediana prosperidad; si creemos que todos nuestros recientes aliados son ángeles puros y todos nuestros recientes enemigos, alemanes, austriacos, húngaros y los demás son hijos del demonio; si deseamos que, año tras año, Alemania sea empobrecida y sus hijos se mueran de hambre y enfermen, y que esté rodeada de enemigos (...) Si tal modo de estimar a las naciones y las relaciones de unas con otras fuera adoptado por las democracias de la Europa occidental, entonces, ¡que el Cielo nos salve a todos! Si nosotros aspiramos deliberadamente al empobrecimiento de la Europa central, la venganza, no dudo en predecirlo, no tardará”.

Un país humillado

Hoy Grecia es un país humillado. Y, lo que es todavía peor, como España, busca soluciones milagrosas a un problema complejo. Es verdad que se trata del camino más directo para el suicidio político, pero entre dos soluciones que aparecen con crudeza ante la opinión pública como poco creíbles, la gente suele abrazar la que le ofrece, al menos, una ilusión de cambio.

Este es, en realidad, el problema de la política en algunos países del sur de Europa, donde los acreedores (como en Versalles) han despreciado el valor de la democracia para hacer política económica.

A menudo se interpreta la democracia como un mero sistema de organización social, pero detrás de ese concepto se esconde también lo que los griegos denominaban ethos, expresión que tiene que ver con la costumbre, pero también con un sistema de valores ajeno a la naturaleza humana. La democracia (que es donde se forjan los valores ciudadanos) y la ética (la costumbre) son inseparables, y el propio Aristóteles sostenía que en las ciudades los legisladores hacen buenos a los ciudadanos haciéndoles adquirir hábitos de comportamiento, y en esto se distingue, sostenía, el legislador bueno del malo. La democracia, por lo tanto, sólo puede alcanzarse en el marco de un sistema de virtudes, y éstas sólo pueden materializarse desde la prudencia.

Es evidente, sin embargo, que los ajustes en algunos países del sur de Europa han sido tan severos que el sistema de valores se ha quebrado. Sin duda, por una concepción utilitarista de la economía que ha despreciado el valor de la convivencia. El propio Keynes ya advertía de que el largo plazo es una guía errónea para los asuntos corrientes. E incluso advertía contra los economistas que suelen asignarse “una tarea demasiado fácil”, como es pensar que tras la tempestad el océano volverá a estar tranquilo (de ahí su célebre frase ‘a largo plazo, todos muertos’). No es de extrañar, desde la prudencia, que Keynes recomendara a los jóvenes economistas que conocieran a fondo la obra de Marshall y que leyesen el Times con cuidado todos los días.

Es probable que si la troika hubiera hecho caso al maestro de Cambridge leyendo lo que publican los periódicos helenos, hoy las elecciones en Grecia (apenas el 2% de la Eurozona) ocuparían apenas un suelto en cualquier diario de provincias. Pero la realidad es bien distinta. Syriza, como Podemos, es hija de la crisis. O, para ser más precisos, es producto de una determinada política económica que ha despreciado el valor de la democracia. Hasta el extremo de que muchos ciudadanos están dispuestos a cruzar el Cabo de Hornos en una chalupa.

Burbujas y economía real

Por el contrario, cuando se actúa sobre la base de crear burbujas financieras –que tarde o temprano estallarán– quienes realmente se benefician son los que obtienen buena parte de su renta de los mercados.

Esta dicotomía entre mercados y economía real es la que la UE no ha sabido superar. Ni siquiera explicar. Pero lo cierto es que una política fiscal muy restrictiva es la que está anulando el impacto de una política monetaria enormemente expansiva. Hasta el punto de hacerla ineficaz para los objetivos que pretende, que no son otros que estimular el crecimiento y evitar la deflación. Sobre todo cuando Europa carece de los instrumentos adecuados para garantizar que el canal de crédito (demasiado dependiente de los bancos) funcione. Y hoy la transmisión de la política monetaria sigue rota.

El caso griego es muy representativo. El país de Pericles, con un 25,7% de tasa de paro, tiene hoy superávit primario. Es decir, que si no tuviera que pagar el servicio de la deuda, el presupuesto público estaría saneado. ¿Es eso razonable? ¿Es lógico que en un país con la cuarta parte de su población activa en paro el sector público tenga superávit primario? ¿Es lógico el carácter procíclico de las políticas fiscales sin tener en cuenta el momento económico?

El gasto público –que es también inversión privada– cumple un papel esencial en los sistemas económicos. Precisamente, porque es un instrumento de cohesión social. Y la historia ha enseñado que sin cohesión social -que no es incompatible con el rigor presupuestario- las democracias tienden a cuartearse.

En Grecia, como en España, no se ha entendido esto. Menos gasto público –con recortes excesivamente concentrados en el tiempo– y una brutal subida de impuestos –en países con elevados niveles de economía sumergida que hace que muy pocos paguen mucho– es una combinación demasiado explosiva para que una sociedad no reviente. Por eso sorprende que todavía hoy descoloque a algunos la aparición de fenómenos populistas absolutamente descabellados. Pero que conectan con ese sistema de valores que es la democracia. Esa es hoy su fuerza.

El libro es muy conocido. Y expresa, en última instancia, una rebelión moral. Cuando Keynes, en 1919, dimitió como alto representante del Gobierno británico en la Conferencia de Paz de Versalles, comenzó a fraguarse lo que a la postre sería el mejor alegato contra la humillación de un país.

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