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Un impúdico acto de narcisismo
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Un impúdico acto de narcisismo

A Azaña se le atribuye una frase ingeniosa. 'No me importa que un político no sepa hablar', sostenía, 'lo que me preocupa es que no sepa de lo que habla'

Foto: Tomás Gómez y Pedro Sánchez en una foto en julio. (Efe)
Tomás Gómez y Pedro Sánchez en una foto en julio. (Efe)

A Azaña se le atribuye una frase ingeniosa. “No me importa que un político no sepa hablar”, sostenía, “lo que me preocupa es que no sepa de lo que habla”. Es probable que el sistema político español esté impregnado de esta idea.

Cuando se critica la escasa cualificación de diputados, senadores, concejales o de ciertos altos cargos que pululan por la Administración, se olvida que en la Transición quienes construyeron un nuevo Estado sobre las ruinas del franquismo no habían pasado precisamente por la Sorbona. Lo que les diferenciaba respecto de la situación actual es que antes se hablaba de política, mientras que ahora la cosa pública se ha convertido en un espectáculo televisivo. Los políticos -y no la política- son los protagonistas. El estar prevalece sobre el ser. La forma sobre el fondo. La política entendida como un sindicato de intereses individuales. Como un impúdico acto de narcisismo.

Eso explica que la discusión gire sobre asuntos banales. Hasta el extremo de que no existe un debate profundo en la sociedad española sobre la naturaleza y la sostenibilidad del actual patrón de crecimiento. O sobre el modelo de Estado más allá de la cuestión catalana. O, incluso, sobre la naturaleza misma de los partidos ni siquiera sobre política cultural o medioambiental. Ni mucho menos sobre el sistema educativo más allá de una discusión puntual cuando se presenta un cambio normativo.

Lo más sorprendente de la guerra civil que vive el socialismo madrileño -como sucede en otros partidos- no es el enfrentamiento en sí mismo (algo legítimo que en teoría demuestra la existencia de una democracia viva) sino la ausencia de referentes ideológicos que sirvan para entender de qué hablan los contendientes en el duelo fratricida, que diría Azaña. Aquí no hay ‘largocaballeristas’ frente a los seguidores de Indalecio Prieto o Besteiro. Ni siquiera ‘guerristas’ contra ‘renovadores’.

Aquí se está ante una gran obra trágica en la que los personajes, como en la obra de Pirandello, no tienen ni un autor ni un texto al que aferrarse. Ni siquiera una cultura política propia. Sólo hay una descarnada lucha por el poder pero sin que los electores o los propios militantes socialistas puedan conocer cuál es el mensaje que les quieren transmitir sus líderes.

No ocurre sólo en el PSOE ¿Alguien conoce la ideología de los candidatos del PP que con cuentagotas va sacando Génova más allá de su pertenencia al partido? ¿Tienen ideas propias o son simple réplicas electorales construidas a imagen y semejanza de la dirección?

La ausencia de ideología es una de la características de los sistema políticos actuales, y eso explica la eclosión de los partidos populares en Europa (algunos derivan en populismo). Partidos sin apellidos -meros contenedores de votos muchos de ellos contradictorios- para atraer al mayor número de electores posibles. Podemos -un enunciado tras el que caben todas las ideas- es un buen ejemplo.

Más renta, menos ideología

La dilución de las ideologías noes, en contra de lo que pueda parecer, una mala noticia. A medida que crece el nivel de renta -y los ciudadanos dependen menos del sector público- el papel de las ideologías es más residual.

El PSOE lo llegó a entender en su día (época de Almunia). E incluso se presentó a algunas elecciones con el apellido de Progresistas, concepto suficientemente ambiguo para recoger todo tipo de opciones y no sólo las de raíz socialista. Ya por entonces algunos de sus dirigentes hablaban de dar por superados los tradicionales ‘espacios políticos’. En una palabra, siglas desnudas de ideología a la manera de los partidos populares.

Ocurre, sin embargo, que estos grandes partidos -muchos más transversales que sus antecesores- están obligados a dar necesariamente cobijo a la existencia de corrientes internas más o menos organizadas que sirvan como referente ideológico ante la ausencia de una definición clara.

Utilizando las categorías convencionales, por eso suele suelen habitar en el seno de las grandes organizaciones (en particular en los sistemas bipartidistas de larga tradición) un sector más ‘izquierdista’ y otro más ‘derechista’. O más ‘liberal’ o más ‘conservador’, como se prefiera. Dicho de otro modo: la democracia política (articulada a través de los partidos) lógicamente tiende a reflejar perfiles ideológicos propios de sus protagonistas, lo que permite al elector identificarse con sus dirigentes ante la existencia de partidos sin aristas ideológicas. Pirandello decía que “cada fantasma, cada criatura del arte, para llegar a existir debe tener su propio drama”. De lo contrario es humo. Sólo vacío.

No ocurre así en España, donde los grandes partidos se han convertido en un páramo ideológico entre sus propias élites donde reina la mediocridad intelectual y la ausencia de perfiles propios. Sin duda, por una cuestión de supervivencia política e incluso económica de sus dirigentes.

La crítica política -organizada o no- tiende a ser expulsada del código de comportamiento colectivo, y al que cuestiona la estrategia de la mayoría se le considera un simple renegado. Incluso Podemos, un nuevo partido, lo primero que ha hecho es acabar con la disidencia interna prohibiendo la doble militancia o la existencia de grupos organizados para evitar que puedan cristalizar corrientes internas. Aunque la dirección se llevó este sábado algún revolcón, el núcleo de poder es de pedernal. No se admiten disidenciasLa ‘nueva’ política ejercida con herramientas de toda la vida.

‘Y Tú más’

La consecuencia es obvia. España afronta un largo periplo electoral mirando más hacia el pasado -castigando más a los partidos desunidos- que hacia el futuro, sin que haya realmente un debate de fondo sobre distintas alternativas dentro de las propias organizaciones políticas. Es decir, que las elecciones se convierten más en un referéndum sobre lo que han hecho los últimos partidos que han gobernado que sobre sus propuestas, lo cual explica el éxito de la absurda teoría del ‘y tú más’ que impera en el sistema político. ¿Alguien conoce las diferencias ideológicas entre Pedro Sánchez y Tomás Gómez? ¿Dónde está el debate en el seno del PP sobre política fiscal o sobre privatizaciones? ¿Qué perfiles propios distintos tienen los dirigentes de UPyD o Ciudadanos?

La existencia de partidos ideológicamente uniformes suele presentarse como un activo de las organizaciones. Y es evidente que asíha sido en los últimos años. Pero en la medida en que los partidos se vuelven más transversales esto significa un empobrecimiento de la confrontación ideológica si esa estrategia no va acompañada de instrumentos de debate.

Difícilmente, un elector puede depositar su voto en favor de un partido que es un gallinero.Pero entonces cabe preguntarse si es posible votar a candidatos que carecen de un perfil propio y que se mueven exclusivamente ayudados por sus brazos de madera en apoyo del líder.

A Azaña se le atribuye una frase ingeniosa. “No me importa que un político no sepa hablar”, sostenía, “lo que me preocupa es que no sepa de lo que habla”. Es probable que el sistema político español esté impregnado de esta idea.

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