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De Podemos a Pudimos, los banqueros comen con políticos

¿Deben comer los políticos con los banqueros? Las nuevas fuerzas políticas se han construido una imagen meramente simbólica. Un cierto infantilismo recorre su estrategia electoral

Foto: Ada Colau. (Reuters)
Ada Colau. (Reuters)

Ada Colau, la candidata a la alcaldía de Barcelona, ha publicado recientemente en la revista Mientras Tanto –una publicación muy digna de tener en cuenta dentro del mundo de la izquierda alternativa– un sugestivo artículo sobre las relaciones entre eso que se ha venido en denominar nueva forma de hacer política y los banqueros.

La tesis de Colau es que los nuevos jugadores que participan en la cosa pública tienen el derecho, y hasta la obligación, de reunirse con quien quieran. Incluso, con los banqueros, que son la mejor representación de la ‘casta’.

Colau, como Pablo Iglesias o, incluso, Albert Rivera, parece sorprendida en su escrito porque muchos hombres de negocios y banqueros de toda la vida -incluso los más rancios- antes le hacían ascos y ahora quieran comer con ella.

La respuesta que ofrece la antigua líder de la plataforma antidesahucios es que no hay problema, pero siempre que su cumplan dos condiciones: que cada comensal se pague el menú y que esos encuentros se hagan públicos. Con transparencia. De lo contrario, viene a decir la candidata de Barcelona En Comú, se estaría asistiendo a un ritual tradicional de la vieja política: los pactos inconfesables entre el poder económico y los políticos a mesa puesta. La política de la servilleta que ha sido tradición en España desde la Transición.

El asunto puede parecer baladí. Pero no lo es. De hecho, está en el fondo de la crisis que actualmente vive Podemos, donde conviven dos almas. La que quiere heredar el viejo romanticismo del 15-M (en favor de la democracia asamblearia y en contra la democracia representativa) y quienes optan por el posibilismo para alcanzar el poder mediante movimientos puramente tácticos. O expresado en palabras de Monedero: "O el Ritz o las asambleas".

El partido de Iglesias, de hecho, todavía discute de forma acalorada si debe aceptar la actual bandera de España en sus actos públicos, lo cual es impensable en cualquier otra organización de sus características en Europa. Es inimaginable ese debate en Grecia, Francia o, por supuesto, en Italia, que siempre ha tenido la debilidad de ganar las guerras que pierde. Cuando los políticos se tapan con las banderas es que algo quieren esconder.

Foto en Boadilla

No se trata, desde luego, de un problema nuevo. La tradicional desunión de la izquierda -la célebre enmienda republicana en el debate constitucional- tiene mucho que ver con los símbolos y hasta con las alegorías. Y sin duda que tendría un fuerte contenido político –al margen del morbo–una hipotética reunión de Iglesias o de Rivera con Ana Patricia Botín, por ejemplo, en la sede del Banco Santander, como hizo en su día Zapatero. Al fin y al cabo, el Santander es el primer banco del país, emplea a miles de trabajadores y paga impuestos en España, donde tiene su sede social.

Se desconoce si esos encuentros ya se han producido (sin fotos o con fotos que algún día saldrán a la luz), pero lo cierto es que el debate pone de manifiesto el infantilismo que rodea a la nueva política, demasiado preocupada por los signos externos –más por la forma que por el fondo–para no romper su virginidad, algo que tiene mucho que ver con lo que el filósofo Manuel Cruz ha denominado en este periódico con lucidez la enfermedad de la imagen. Es decir, cuando sólo importa la foto y nada más que la foto. Un hecho que no debe extrañar teniendo en cuenta que la mayoría de los nuevos dirigentes políticos ha construido su imagen a partir de tertulias en televisión.

A la política de toda la vida, la del bipartidismo, desgraciadamente, le ocurre lo contrario. Su descaro es tal que ya ni siquiera sorprende que algunos diputados hagan negocios privados al margen y sin conocimiento del hemiciclo. O que se hagan leyes ad hoc para salvaguardar haciendas particulares que no tienen nada que ver con el interés general. O que en las últimas legislaturas no se hayan atacado las causas últimas de que las crisis económicas sean especialmente salvajes en España, lo que sin duda está relacionado con su pobre arquitectura institucional, incapaz de detectar los excesos y la corrupción por ausencia de contrapoderes. ¿Cómo es posible que Pedro Sánchez pida desvelar la lista de los defraudadores fiscales cuando su partido nunca lo hizo?

Vísceras vs. razón

Ese infantilismo de nuestra joven democracia explica en parte el inestable futuro político que se dibuja en todos los informes que se hacen sobre España. Básicamente, porque ninguna fuerza política emergente quiere aparecer contaminada por la vieja política y ninguna está dispuesta a ser castigada por sus electores si toman decisiones difíciles. Siempre es mejor decir a los votantes lo que quieren escuchar en lugar de lo que deben oír. Siempre es mejor capitalizar políticamente lo que sale de las vísceras que lo que surge de la razón.

El asunto no sería especialmente relevante si no fuera, como ha puesto de manifiesto el Programa de Estabilidad del Gobierno, porque el desempleo estructural –el que no tiene nada que ver con la coyuntura–se sitúa en el entorno del 15%. Por lo tanto, en niveles extremadamente elevados. Y parece evidente que un país con escasa cultura del pacto –la crisis hubiera sido mucho menos severa con políticas de Estado–tendrá más difícil salir adelante de manera solvente sin la negociación de los partidos políticos. O lo que es lo mismo, sin la capacidad de sacrificio de las élites –extractivas o no–aún a costa de perder apoyo electoral.

Es evidente, sin embargo, que cuando los nuevos líderes se instalen en la carrera de San Jerónimo -con todas sus prebendas- todo va a cambiar. Ocurrió en la Transición y ocurrirá ahora. La política de símbolos, tan hábilmente manejada hoy por algunos, tenderá a desaparecer y entonces se verá con nitidez quién tiene musculatura intelectual y quién es puro humo. Quién es sólo fachada y quién tiene un proyecto de país.

Ada Colau, la candidata a la alcaldía de Barcelona, ha publicado recientemente en la revista Mientras Tanto –una publicación muy digna de tener en cuenta dentro del mundo de la izquierda alternativa– un sugestivo artículo sobre las relaciones entre eso que se ha venido en denominar nueva forma de hacer política y los banqueros.

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