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Entre susto y muerte, los griegos votan contra la corrupción
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Carlos Sánchez

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Entre susto y muerte, los griegos votan contra la corrupción

Tsipras, con todas sus contradicciones, ha ganado. Los griegos han querido que los ajustes los gestione un partido 'limpio' de corrupción antes que las viejas formaciones que les llevaron a la ruina

Foto: Un simpatizante de Syriza celebra la victoria en las calles de Atenas. (EFE)
Un simpatizante de Syriza celebra la victoria en las calles de Atenas. (EFE)

Algo parece evidente tras la clara victoria de Tsipras en Grecia. El pueblo acepta sacrificios, por muy duros que sean y aunque los imponga la Troika, pero la mayoría no está dispuesta (aunque la abstención haya podido rondar el 45%) a asumir la vuelta de los viejos partidos oligopolistas.

Ni Nueva Democracia ni el Pasok han podido capitalizar el fraude ideológico que ha supuesto Syriza. Básicamente por una razón: las viejas formaciones representaban, en realidad, una vuelta al pasado, mientras que Tsipras, con todas sus contradicciones y sus incumplimientos electorales, supone aire fresco en el truculento escenario político heleno. Siempre es mejor, han debido pensar los griegos, que el tercer rescate (86.000 millones de euros) lo gestione un partido limpio en términos de corrupción y clientelismo político que Nueva Democracia, quien pese al cambio de líder es heredero de los Karamanlis y de los Samarás, los causantes (aunque no los únicos) de tanta ruina. Pasok no es más que una vieja cariátide agujereada por las inclemencias del tiempo político que se mantiene en pie por pura inercia.

La primera lección, por lo tanto, es que el pueblo está dispuesto a aceptar ajustes y todo tipo de sacrificios económicos. Al fin y al cabo, Grecia ha sido históricamente un país pobre acostumbrado a sufrir. Cualquier ciudadano sabe por experiencia que el país ha vivido muy por encima de su capacidad de generar riqueza, y por eso los recortes aparecen como inevitables, sobre todo cuando se adeuda casi dos veces el PIB. Como dijo una electora antes de depositar su voto: “Voy a votar a Syriza, pero tapándome la nariz. ¿Qué otra cosa podemos hacer?”.

Tsipras, tras descubrir la realpolitik, tenía dos opciones. O enfrentarse a Berlín (lo cual hubiera significado la salida de Grecia del euro) o aceptar las cosas como son. Y eso es lo que ha hecho. Pero incorporando, y en esto le diferencia respecto de otros políticos españoles, toneladas de humildad (algo que desconoce su amigo Pablo Iglesias). Y lo ha hecho con honestidad y asumiendo errores durante estos meses, como, por ejemplo, la convocatoria de un referéndum que inicialmente parecía absurdo, pero que, a la postre, le ha servido para que el ala más a la izquierda de su partido se haya autoexpulsado.

Tsipras, el mejor aliado de Merkel

Con las manos libres, Tsipras sólo tenía que presentarse ante los griegos como el mejor líder posible para gestionar el tercer rescate. Y los griegos han debido tener claro que es mejor que quien negocia con la Troika sea alguien que no está de acuerdo con las políticas de austeridad (al menos programáticamente) que partidos como Nueva Democracia, que se comportaría como un simple ejecutor de órdenes.

Esto no es óbice, sin embargo, para no olvidar que quien ha ganado estas elecciones (en un país en el que el voto es obligatorio) es la abstención. Fundamentalmente, procedente de las filas de la derecha, que tiene por delante un formidable problema de descomposición hasta que pague las culpas de anteriores gestiones. La Troika ya está en el Gobierno de Atenas y Tsipras es el mejor aliado de Merkel. Nueva Democracia ya no lo es.

El hecho de que vaya a volver a gobernar Tsipras no significa un giro a la izquierda. Más bien lo contrario. Supone la consolidación de políticas clásicas de ajuste

La lección que queda para España es sencilla. El elector vota a partidos auténticos, aunque no esté acuerdo con determinadas decisiones, como recortar el gasto público o subir impuestos, algo que, por razones obvias, perjudica más a quien menos tiene.

No es que los griegos se hayan vuelto comunistas (al menos el 35% de los votantes de Syriza); es que al menos sus líderes son honrados. Los ciudadanos helenos saben ya mejor que nadie lo que es un corralito, pero también que es mejor no morder la mano de quien te da de comer. Lo de la dignidad y la soberanía que propugnaba Tsipras (y el pobre Varufakis) no es más que un eslogan político (al menos dentro del euro).

El hecho de que vaya a volver a gobernar Tsipras, precisamente por eso, no significa un giro a la izquierda. Más bien lo contrario. Supone la consolidación de políticas clásicas de ajuste. Por decirlo de una manera directa, en Grecia (como hizo Felipe González en España) será la izquierda la que gestione políticas clásicas (el célebre consenso de Washington) que, en realidad, tal y como está diseñada la zona euro son las únicas posibles. Lógicamente, salvo que algún líder político se vea con la fuerza suficiente para sacar a su país de la moneda única, algo que Varufakis intentó y que al final acabó con su rutilante carrera.

No hay razones para pensar que el caso griego se pueda proyectar sobre la política española. Entre otras cosas porque lo que va a hacer Tsipras en Atenas es exactamente lo que ha hecho Rajoy desde 2011, y por eso, precisamente, el PP sigue siendo primero en todas las encuestas. El PSOE continúa purgando culpas.

Podemos, por el contrario, está haciendo el viraje a la derecha a marchas forzadas, y eso supone romper la virginidad con la que nació hace menos de dos años. En ese viaje no hay nada auténtico, sino mucho tacticismo, y eso es muy probable que le pase factura. Se supone que si ha acudido Pablo Iglesias a Atenas para respaldar a Tsipras es porque creía que las políticas de ajuste son las que le iban a dar el voto a Syriza. Pero en España, para llevar adelante esas políticas, está ya el Partido Popular. Paradojas de la vida. Los hombres de negro tienen nuevo Gobierno en Atenas.

Algo parece evidente tras la clara victoria de Tsipras en Grecia. El pueblo acepta sacrificios, por muy duros que sean y aunque los imponga la Troika, pero la mayoría no está dispuesta (aunque la abstención haya podido rondar el 45%) a asumir la vuelta de los viejos partidos oligopolistas.

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