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La historia inconfesable de Abengoa
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Carlos Sánchez

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La historia inconfesable de Abengoa

Lo que se ha llevado por delante Abengoa es un patrón de crecimiento de algunas empresas basado en el endeudamiento. Tuvo su máxima expresión con la circulación de bonos de alto rendimiento

Foto: Felipe Benjumea (c) en el mercado Nasdaq en Nueva York. (EFE)
Felipe Benjumea (c) en el mercado Nasdaq en Nueva York. (EFE)

Hay que reconocer a los Benjumea un hecho extraordinario. Se trata de una estirpe de ingenieros, lo cual es insólito para un país acostumbrado a los abogados. Es harto conocido que hasta al mismísimo conde de Romanones le sorprendía la frecuencia de letrados en el Consejo de Ministros. En una ocasión exclamó: “En España, para triunfar en política, basta con ser alto, abogado y tener buena voz”.

Se desconocen las cualidades de voz de Rafael Benjumea y Burín, primer conde de Guadalhorce, pero no hay duda de su pasión por la obra pública mucho antes de que este país perdiera el juicio construyendo infraestructuras inútiles. En la época del primer Benjumea, sin embargo, estaba todo por hacer. Suya es la construcción de una central eléctrica sobre el río Guadalhorce (Málaga) y del pantano del Chorro, espléndidas obras de ingeniería.

Muy cercano a Alfonso XIII, era, lo que se dice, un hombre de derechas de toda la vida. Fue jefe del Somatén en Málaga -un cuerpo parapolicial destinado a proteger los patrimonios privados alimentado por la dictadura de Primo- y fundador de Unión Patriótica. Al estar muy vinculado a los industriales de Madrid y del País Vasco, el dictador le hizo ministro de Obras Públicas. En su biografía aparecen la creación de la primera red de ferrocarriles estatal y la puesta en marcha de lo que hoy sería el primer plan de carreteras. La constitución de las confederaciones hidrográficas es también obra suya, en línea con la política de intervención pública de Mussolini y del Estado corporativo.

El perfil de los Benjumea es la peripecia de un país donde las puertas giratorias entre poder político y oligarquías financieras han sido el pan de cada día

Muchos de esos proyectos beneficiaron de forma descarada a la Federación de Industrias Nacionales (la CEOE de ahora). La escritora Carmen Martín Gaite escribió en su día un sugerente ensayo sobre el patriarca de los Benjumea y su tiempo, y en él recuerda que muchos industriales, ya por entonces, se mostraron “contra un desarrollo desproporcionado” de la obra pública. Por lo tanto, nada nuevo bajo el sol. Se exilió en la Argentina tras la caída de Alfonso XIII y conspiró contra la República. A su vuelta a España en 1947, Franco lo nombró presidente de Renfe.

Su hermano Joaquín, igualmente, fue ingeniero (de minas). Franquista convencido -un hijo suyo falangista fue el primer muerto del 18 de julio sevillano-, fue alcalde de la capital hispalense y jefe del Servicio Nacional de Regiones Devastadas, además de dirigir el Instituto de Crédito para la Reconstrucción Nacional. Fue ministro en diversos gobiernos de Franco y hasta gobernador del Banco de España. Los billetes de los años cincuenta llevan su firma.

Vasos comunicantes

El perfil de los hermanos Benjumea refleja como pocos la peripecia de un país como España, donde los vasos comunicantes -las célebres puertas giratorias- entre poder político y oligarquías financieras han sido el pan nuestro de cada día. Ahora que se habla mucho de ‘capitalismo de amiguetes’, merecería la pena recordar que el atraso histórico de España tiene mucho que ver con esas relaciones obscenas de camaradería entre la política y las oligarquías económicas, que lejos de enriquecer al país lo empobrecieron para beneficiar a unas pocas familias.

Sería injusto, sin embargo, y sobre todo escasamente riguroso, pensar que la caída de la actual Abengoa -el ocaso de los Benjumea- tiene que ver con el hecho de que en su consejo de administración se hayan sentado antiguos altos cargos de los dos partidos que han gobernado este país desde 1982. Es, sin duda, un bonito titular de prensa o un buen reclamo electoral al que nos tienen acostumbrados tanto Ciudadanos como Podemos, cuyo rigor analítico es inversamente proporcional a su capacidad para salir en televisión.

Lo que se ha llevado por delante Abengoa es, ni más ni menos, que un determinado patrón de crecimiento de algunas empresas basado en el endeudamiento. O en el apalancamiento, como se prefiera, y que tuvo su máxima expresión, en el caso de Abengoa, cuando en verano se pusieron en circulación bonos de alto rendimiento que no eran otra cosa que una fuga hacia adelante buscando financiación a cualquier precio. Nadie quiso hacer el aseguramiento de aquella operación por mucho ex alto cargo que estuviera sentado en su consejo de administración.

Como asegura alguien que conoce bien el balance de la compañía, “a Abengoa le ha pasado lo mismo que a la economía española”, que después de un extraordinario crecimiento durante casi una docena de años, cayó por la pendiente abrumada por tantas deudas y se dio de bruces con la realidad.

Campeones nacionales

Era de esperar, habida cuenta de que el proceso de internacionalización se hizo fundamentalmente con recursos ajenos para gloria del Gobierno de turno sacando pecho de los ‘campeones nacionales’, lo que explica que en los últimos años algunas de las grandes empresas del Ibex hayan tenido que vender deprisa y corriendo muchas de sus compras.

“A Abengoa le ha pasado lo mismo que a la economía”: después de un extraordinario crecimiento cayó por la pendiente abrumada de tantas deudas

Un proceso de desinversiones único en el mundo por su tamaño y velocidad, que pone a cada empresa en su lugar cuando no se puede crecer vía endeudamiento subvencionado parcialmente por el Estado a través de deducciones fiscales.

Entre otras cosas, porque la vía elegida por Abengoa para crecer -la financiación no bancaria- es extraordinariamente exigente, y pensar que se podía ganar la partida era simplemente estúpido. O arrogante, una de las características de los grandes ejecutivos españoles cuando negocian en el extranjero. Los continuos cambios regulatorios, sin duda fruto de gobiernos irresponsables que han tirado con pólvora del rey, han hecho el resto.

Abengoa es, en este sentido, la metáfora de la economía española, que también estuvo en preconcurso de acreedores, pero lejos de importar el patrón de crecimiento, lo relevante es presentar al final de la legislatura unos resultados aparentes que sirvan para ganar elecciones, aunque los problemas de fondo sigan ahí.

Pero Abengoa es, igualmente, víctima de un mal Gobierno corporativo, como España. Hasta hace pocos años, carecía de consejero delegado y todo el poder recaía en la familia Benjumea, lo cual deja entrever un problema de profesionalización evidente en una compañía con presencia en casi 80 países.

Exactamente igual que le ha sucedido a España, donde el amiguismo político o la ausencia de políticas de Estado acabaron por llevarse por delante la energía del país. Y la entrada de independientes en su consejo de administración no era más que el reconocimiento de un fracaso desde el punto de vista institucional, habida cuenta de que los tiempos en economía son mucho más rápidos que los episodios biológicos. El primer Benjumea lo hubiera entendido mucho mejor que sus sucesores.

Hay que reconocer a los Benjumea un hecho extraordinario. Se trata de una estirpe de ingenieros, lo cual es insólito para un país acostumbrado a los abogados. Es harto conocido que hasta al mismísimo conde de Romanones le sorprendía la frecuencia de letrados en el Consejo de Ministros. En una ocasión exclamó: “En España, para triunfar en política, basta con ser alto, abogado y tener buena voz”.

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