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Las malas compañías de Pedro Sánchez

Pedro Sánchez tiene que elegir. O Ciudadanos o Podemos. Y con sólo echar un vistazo a lo que le ocurrió a Craxi con su célebre 'pentapartito' puede llegar a comprender los riesgos que corre el PSOE

Foto: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en el Congreso de los Diputados este viernes. (EFE)
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en el Congreso de los Diputados este viernes. (EFE)

Merece la pena recordar un pedazo de la historia de Italia. Útil, probablemente, para entender “lo que nos pasa”, que diría Ortega.

A mediados de los años setenta, el Partido Comunista acarició el poder. Rozó el triunfo tras lograr un 34,4% de los votos en las legislativas de 1976. Aquel resultado hizo sonar las alarmas en Washington y en la vieja democracia cristiana, alimentada con paladas de poder desde los tiempos de De Gasperi. La revista 'TIME' llegó a publicar una portada bajo un expresivo titular: 'La amenaza roja', impreso sobre el rostro trágico del eurocomunista Berlinguer.

El 'establishment', en plena Guerra Fría, había pasado a la ofensiva, y eso explica que explorara la vía de buscar alianzas a la izquierda de la DC para frenar al PCI. Lo logró. Un socialista todavía joven para los usos de la época (42 años) se había encaramado al poder de su partido. No tenía especial carisma ni formación académica alguna (nunca acabó una carrera universitaria). Y, de hecho, los dirigentes del PSI lo consideraron un dirigente de transición que miraba más a Proudhon que a Marx. Al socialismo utópico que a la vieja izquierda.

Así es como Bettino Craxi, un prodigio del malabarismo y de la audacia política, fue capaz de articular una extraña alianza con el objetivo de situarse -él y su partido- en el centro del tablero político pese a sus raquíticos resultados electorales (el PSI nunca superó el 14,5% de los votos ni siquiera cuando gobernaba). La estrategia era clara: llevar la iniciativa en la política de pactos para alcanzar el poder, aunque fuera de la mano de la corrupta y decrépita, ya por entonces, democracia cristiana.

El proyecto era fascinante al tratar de situar a su partido entre la derecha de los viejos dinosaurios (Andreotti, Fanfani o De Mita) y el PCI, abierto a las nuevas clases sociales emergentes (profesionales liberales y pequeños empresarios del norte) después de haberse alejado de la órbita de Moscú. Algo parecido a lo que intenta ahora Pedro Sánchez: colocarse entre Podemos y Ciudadanos para aparecer ante la opinión pública como auténtico vertebrador del sistema político. Craxi, desde luego, lo consiguió.

Así es como nació el 'pentapartito', una amplia coalición que sacó del ostracismo al Partido Socialista, hasta ese momento irrelevante. Fruto de ese pacto, las siglas CAF (Craxi-Andreotti-Forlani) se convirtieron en el eje de la política italiana durante más de una década. Pero Craxi, como se sabe, acabó exiliado y tirado como una colilla en Hammamet (Túnez). Su coraje político había llegado demasiado lejos por la pérdida de identidad ideológica de su partido y por el derrumbe de la democracia cristiana, arrastrada por toneladas de corrupción. El propio PSI se vio involucrado en numerosos casos de financiación ilegal y todo acabó como el rosario de la aurora. Craxi fue un apestado hasta su muerte. El alguacil alguacilado, que diría el clásico.

No ha sido el único caso. Es lo que suele ocurrir cuando, a modo de hechicero de la tribu, un dirigente político intenta construir mayorías artificiales sólo para alcanzar o mantenerse en el poder. Craxi, al contrario que le sucedió al Fausto de Goethe, no encontró al final su salvación tras vender su alma a Mefistófeles.

Herzog o la dignidad de la política

Sánchez -que desde luego está jugando sus bazas mucho mejor que Rajoy- sabe mejor que nadie que se bate el duelo de su vida con una sola bala. O es capaz de formar Gobierno con cualquiera de las fórmulas posibles o acompañará a Andrés Herzog (un abogado que representa como nadie la dignidad de la política) a la oficina del paro. Este es, en realidad, el drama del secretario general del Partido Socialista, que todavía juega a situarse en el centro del tablero político intentando (al menos de cara a la opinión pública) acuerdos imposibles, como aquellos objetos disparatados de Carelman.

Es muy posible, sin embargo, que estemos ante un movimiento puramente táctico. Pura retórica. Se trataría de dar apariencia de que se quiere negociar con Podemos (de ahí que siempre se ponga la otra mejilla cada vez que el pequeño Robespierre agrede verbalmente a los socialistas de forma grosera), cuando en realidad lo que se pretende es un doble objetivo: forzar la abstención del PP una vez que se haya cerrado el pacto con Ciudadanos (y con el PNV) y, de paso, poner en evidencia que la formación de Iglesias es hoy un problema para la estabilidad política del país. En otras palabras, culpar a Podemos del fiasco, lo cual es más que obvio.

Esta estrategia -sin duda bien ejecutada por Pedro Sánchez- es algo más que evidente a la luz del equipo negociador que ha formado el secretario general socialista a su alrededor. Pensar que políticos como Jordi Sevilla o José Enrique Serrano pueden sentarse en un Consejo de Ministros junto a Iglesias o Errejón es, simplemente, un disparate. Y por eso, sorprende lo que está tardando Sánchez en renunciar a seguir negociando con algo tan profundamente reaccionario como es la dirección de Podemos (otra cosa son sus votantes), que vende progreso cuando en realidad estamos ante esa izquierda que le gusta tanto a la derecha por su inutilidad y arrogancia, lo que explica la enorme expectación -verdaderamente incomprensible- que siempre suscitan sus movimientos en los ámbitos más conservadores. Todo lo que huele a Podemos aparece casi siempre como el primer problema del país, lo cual capitaliza políticamente Iglesias presentándose como la única alternativa.

Dos ejemplos: Grecia y Portugal

Es cierto, sin embargo, que hoy por hoy no hay razones para pensar que un pacto PSOE-Ciudadanos pueda salir adelante, salvo que el Partido Popular dé marcha atrás en su absurda intención de votar ‘no’, independientemente de lo que salga del acuerdo, lo cual dice muy poco en favor de la posición de Rajoy. Pero parece evidente que esa es la única salida digna para Sánchez, que cometió un error estratégico morrocotudo cuando planteó las elecciones generales como un pulso con el PP (allí no estaba su caladero de votos) en lugar de disputarle los electores a Iglesias denunciando que hoy Podemos es un despropósito político construido sobre las ruinas del PP y su política mediática. Y el espectáculo surrealista en el Ayuntamiento de Madrid, que roza el esperpento, es un buen ejemplo de que hoy Podemos puede representar al PSOE lo mismo que la democracia cristiana para el PSI.

No hay razones para pensar que un pacto PSOE-Ciudadanos pueda salir adelante, salvo que el PP dé marcha atrás en su absurda intención de votar 'no'

Un auténtico disparate como el del gobierno griego, donde Tsipras, con quien un ufano Iglesias daba mítines hasta hace bien poco, ya ha tenido que aguantar tres huelgas generales por su política de ‘austericidio’. O Portugal, donde la Comisión Europea ha dado el visto bueno a los presupuestos de la coalición de izquierdas, lo que significa que nada indica que estemos ante una nueva política económica. ”Las autoridades se han comprometido a cumplir con las normas presupuestarias europeas”, dice literalmente el comunicado pactado hace unos días entre el BCE y la Comisión Europea. Se supone que eso es el cambio.

No quiere decir esto, sin embargo, que haya que intentar sacar a Podemos del tablero político a modo de cordón sanitario. Al contrario, si en algo ha errado el Partido Popular en la última legislatura ha sido en despreciar al adversario político, lo que explica que Rajoy no tenga ahora aliados. La formación de Pablo Iglesias está legitimada para formar parte del proceso político, integrándose en la política de pactos sobre aquellas cuestiones que sus dirigentes consideren aceptables. Y lo peor que puede hacer la democracia española es jugar al frentismo, lo cual daría alas a determinadas formaciones. Podemos forma ya parte de la ‘casta’ como cualquier otro partido.

La ciencia política ha demostrado en numerosas ocasiones que lo que genera realmente descrédito de la clase política es la incoherencia ideológica y los atajos para lograr el poder. Es decir, partidos que dicen una cosa, hacen otra y pactan con cualquiera, y por eso no parece razonable que los socialistas continúen engañando y haciendo perder el tiempo a todos -también a sus electores y a sus afiliados- poniendo una vela a Dios y otra al diablo. Cuanto menos tiempo transcurra en que Sánchez decida con quién quieren pactar, mucho mejor. Siempre será más provechoso que acabar los días en las playas de Hammamet por las malas compañías.

Merece la pena recordar un pedazo de la historia de Italia. Útil, probablemente, para entender “lo que nos pasa”, que diría Ortega.

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