Mientras Tanto
Por
La ineludible fusión entre UGT y CCOO: el ocaso del poder sindical
El anquilosamiento y el alejamiento de las dos centrales sindicales que nacieron para servir a los intereses de dos partidos de izquierda exige una adecuación a la realidad
No se trata de un asunto nuevo. Y es probable que no se aborde a corto plazo con la atención que requiere. Pero el debate sobre la necesidad de una sola central sindical que agrupe a CCOO y UGT -también a USO- se abre camino. Sin duda, por una cuestión de supervivencia. Si nada cambia, hay razones para pensar que el Primero de Mayo que hoy se celebra acabe siendo una reliquia destinada a ser estudiada en los libros de historia.
Es paradójico que las importantes transformaciones que ha sufrido este país en los últimos 40 años hayan pasado de largo en la estructura del poder sindical. El resultado, como no puede ser de otra manera, es una progresiva pérdida de influencia en las relaciones laborales. Hasta el punto de que hoy los sindicatos -fundamentales en la recuperación de la democracia y de la modernización de las relaciones laborales- corren el peligro de morir por inanición de nuevos afiliados. Precisamente, y aquí está la paradoja, cuando la precariedad, los bajos salarios o el desigual reparto de los beneficios en los tajos y en los centros de producción han resquebrajado el sistema económico.
Cuando la precariedad, los bajos salarios o el reparto desigual de los beneficios resquebrajan el sistema económico, los sindicatos pierden credibilidad
Pese a ello, y a la degradación general del mundo del trabajo (como pone de relieve de frecuentemente la OIT), los sindicatos se baten en retirada. Hoy, muchos trabajadores -en teoría sus potenciales aliados- desconfían de su funcionamiento y hasta de su razón de ser. O, en otros casos, solo acuden a ellos cuando son despedidos, lo cual pone de relieve un grave problema de representatividad. El hecho de que muchos trabajadores acudan al comité solo cuando se ven amenazados por un expediente de regulación de empleo pone de relieve que los sindicatos, en el mejor de los casos, han acabado siendo un instrumento de último recurso.
No se trata, desde luego, de un fenómeno típicamente nacional. En muchos países avanzados la afiliación ha caído en picado, y nada indica que se vaya a invertir la tendencia en un plazo razonable. Pero en unos países, como es lógico, esa tendencia es más preocupante que en otros. Sobre todo en aquellos con menos tradición colaborativa en las fábricas o centros de trabajo.
El convenio colectivo, introducido en España en 1958, en plena dictadura, se está hoy desnaturalizando en favor de una individualización de las relaciones laborales (el resurgir de los autónomos) que ha fracturado el contrato social, y de ahí que la capacidad de presión de los sindicatos y comités de empresa sea cada vez más limitada. Al mismo tiempo, los avances técnicos han creado unas nuevas condiciones laborales que convierten el factor trabajo en una mercancía que rápidamente se hace obsoleta cuando está exenta de cualificación. El capital no tiene fronteras y el trabajo se sustituye sin dilación alguna debido a la existencia de una legión de trabajadores sin empleo.
Sindicatos a la defensiva
La consecuencia práctica es que hoy el sindicalismo ha dejado de estar a la vanguardia de las reformas. Por el contrario, en muchos casos, actúa con movimientos defensivos destinados a mantener el 'statu quo', lo que hace a los sindicatos ser, a veces, profundamente conservadores.
Esta pérdida de credibilidad, en el caso español, no tiene que ver solo con la aparición de algunos escándalos en cuanto a la financiación sindical, sino que existe un mar de fondo mucho más complejo que hoy sigue sin abordarse.
Tanto UGT como CCOO se han enfrentado a la pérdida de afiliación por la vía más traumática. Reduciendo a la fuerza sus estructuras burocráticas: fusionando sus federaciones y despidiendo plantillas, pero no han sido capaces de plantear un hoja de ruta que pase por modernizar sus propios aparatos confederales, convertidos hoy en una especie de cementerio de elefantes con escaso vínculo con la nueva realidad social y política del país. Lo cual es especialmente significativo en un momento en que la integración europea requiere cada vez más de sindicatos fuertes capaces de enfrentarse a los nuevos retos de la globalización. Mientras que las grandes corporaciones son multinacionales, los sindicatos siguen siendo locales. Hoy no hay ninguna razón para que los dos grandes sindicatos caminen por separado, como sucedió antaño.
Como ha expresado de forma certera el exsindicalista López Bulla, “la idea es avanzar hacia la constitución de un sindicato de clase y global, unitario que herede la fecunda tradición de Comisiones Obreras, UGT y USO. Es decir, la puesta en marcha de un proceso constituyente, de masas, liderado por los tres sindicatos, justamente lo contrario de una fusión administrativa, meramente cupular”.
Cambios en el ecosistema sindical
Es evidente que el ecosistema en el que tradicionalmente se ha desenvuelto con soltura el mundo sindical ha cambiado. Y mucho. Y esta evidencia es más que palpable en España donde, además, el modelo de sindicalismo confederal que surgió de la Transición (dos sindicatos vertebrados ideológicamente a la medida de los dos grandes partidos de la izquierda) no ha sufrido mutaciones significativas.
Y aunque hoy tanto UGT como CCOO se han alejado radicalmente de sus progenitores, lo cierto es que siguen funcionando como en el pasado. Probablemente, influidos por una inercia coherente con el hecho de que el sistema de representación interna en las empresas ha sido ineficaz a la hora de encontrar nuevos líderes más identificados con la nueva realidad. No se ha producido ese recambio generacional que sí se ha dado en el proceso productivo.
Como consecuencia de ello, los sindicatos tienen hoy un problema de legitimidad que los hace innecesarios a los ojos de muchos trabajadores. El hecho de que todos y cada uno de los empleados se beneficien de un convenio colectivo sin necesidad de estar afiliados -o incluso sin pagar una parte de su salario-, los hace inútiles a los ojos de muchos trabajadores, que logran los mismos beneficios sin coste alguno.
El fuerte componente ideológico de UGT y CCOO ha contribuido a alejar a ambos de la masa trabajadora, que ha visto cómo participaban en escándalos
Sin duda, porque el sistema diseñado desde la Transición no ha procurado ningún incentivo para que un trabajador se afilie a un sindicato, y eso se ha traducido en una continuada pérdida de influencia. Sobre todo, cuando tanto UGT como CCOO han tenido un fuerte componente ideológico que los ha alejado de muchos trabajadores. Algo que explica los fuertes ataques -muchos injustos- que a menudo han recibido desde posiciones conservadoras, capaces de incendiar las relaciones laborales para obtener réditos políticos.
En otros países esto se resolvió después de 1945 con la creación de sindicatos menos ideologizados, capaces de ofrecer servicios a sus afiliados en forma de becas, cursos de formación, vivienda o, simplemente, ocio. Algo que ha configurado unas organizaciones sindicales que han asumido métodos de organización eficientes y competitivos muy útiles para entender la complejidad de las relaciones laborales.
No ha ocurrido así en España. Sin duda, porque las estructuras confederales han absorbido el debate sindical despreciando el día a día en los centros de trabajo. Y en este sentido, las actuales legislaciones sobre representatividad sindical son un obstáculo para aumentar la afiliación a través de la creación de pequeños sindicatos de rama muy pegados a la realidad de las empresas (modelo finlandés) capaces de integrarse en una estructura confederal diseñada a modo de 'holding'. Pero sin esa estructura jerárquica más propia de las viejas correas de transmisión.
UGT y CCOO están todavía a tiempo de frenar su sangría. No hacen falta experimentos ni soluciones mágicas. Solo hay que imitar a los modelos sindicales del centro y del norte de Europa, donde permanece viva la vieja cultura sindical mediante una doble actuación: la negociación colectiva y la oferta de servicios a los afiliados.
No es un camino fácil. Los personalismos, que son las señas de identidad de la actual política española, son barreras difíciles de superar. Pero no hay muchas más oportunidades para hacerlo.
No se trata de un asunto nuevo. Y es probable que no se aborde a corto plazo con la atención que requiere. Pero el debate sobre la necesidad de una sola central sindical que agrupe a CCOO y UGT -también a USO- se abre camino. Sin duda, por una cuestión de supervivencia. Si nada cambia, hay razones para pensar que el Primero de Mayo que hoy se celebra acabe siendo una reliquia destinada a ser estudiada en los libros de historia.