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No haga caso: el bipartidismo goza de excelente salud
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Carlos Sánchez

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No haga caso: el bipartidismo goza de excelente salud

El concepto izquierda-derecha es una convención. Pero en la estrategia electoral algunos partidos lo han convertido en falsa frontera. PP y Podemos viven del apocalipsis mutuo

Foto: El bipartidismo está menos muerto de lo que parece. (EFE)
El bipartidismo está menos muerto de lo que parece. (EFE)

Se preguntaba hace algún tiempo Giovanni Sartori -una década después de la caída del Muro- sobre lo que quedaba del concepto de derecha e izquierda. Y su conclusión era provocadora. Hablar hoy de izquierda, sostenía, es lo mismo que hablar de derecha (o viceversa), porque se definen por oposición. Una no es nada sin la otra.

El pensador italiano lo explicaba en los siguientes términos. Si ser de izquierdas en asuntos políticos significa promover el cambio y oponerse al 'statu quo' conservador, ¿qué ocurre cuando la izquierda está el poder y es la derecha quien quiere el cambio y la izquierda se opone a las reformas en defensa del orden imperante? O al revés. De ahí que Sartori llegara a una conclusión. La izquierda y derecha no son más que una posición física heredada de la revolución francesa en función del lugar que ocupaba cada grupo en la Asamblea.

El hecho de que derecha e izquierda sea una convención no significa, sin embargo, que no existan políticas de derechas y políticas de izquierdas. Políticas que buscan el interés general, y políticas que buscan únicamente el beneficio particular o de determinados grupos de presión.

La distinción entre izquierda y derecha se ha desdibujado aunque todavía subsisten algunos rasgos

Casi todo el mundo reconocería una política de izquierdas en función de unos pocos parámetros: el nivel de intervención del Estado en la economía, la protección social o la lucha contra la desigualdad de rentas. En sentido contrario, por lo tanto, la derecha busca 'a priori' menos peso del sector público en la economía, un debilitamiento del sistema público de protección social en favor de seguros privados o pretende dejar que funcione la mano invisible de Adam Smith.

Este análisis ciertamente maniqueo es el que hoy vive la política española. Sin duda, forzado por los dos extremos del arco parlamentario. Tanto el PP como Podemos se necesitan. Uno no sería nada sin el otro. Y de ahí que tanto Rajoy como Iglesias hayan diseñado una misma campaña. El ‘otro’ es el ogro. El adversario es el leviatán que busca la destrucción y el caos. La ruina de España. Como se ve, la derecha necesita a la izquierda, y viceversa.

Estamos ante una nueva forma de bipartidismo mucho más sutil que el anterior, que estaba construido sobre la aritmética parlamentaria. Los dos grandes -PP y PSOE- llegaron a tener en 2008 (las elecciones que ganó Rodríguez Zapatero) el 92,3% de los escaños, pero ahora (últimas elecciones) ese porcentaje roza el 61%. Un retroceso significativo que, sin embargo, no se ha trasladado al discurso político.

Razón y teología

Probablemente, porque la política es también sentimiento, y construir un discurso sobre el binomio izquierda-derecha o derecha-izquierda es siempre más fácil y políticamente más eficaz. Apelar a las emociones y no a la razón (‘que vienen los comunistas’ o ‘votar a Rajoy es perpetuar un régimen corrupto’) siempre es más agradecido electoralmente que explicar de forma pedagógica la complejidad del mundo. Ya Hölderlin advirtió que “lo que siempre ha convertido al Estado en un infierno en la tierra, es, justamente, el intento del hombre de transformarlo en un paraíso”. Y los paraísos, ya se sabe, no son más que figuras retóricas que tienen más que ver con la teología que con la razón.

El origen de esa diferencia -izquierda-derecha- tiene que ver, sin embargo, con una posición de partida: las clases sociales. Y hoy, por un montón de circunstancias, esa frontera es cada vez más permeable. Los obreros votan a la derecha -como es cada vez más evidente en las democracias europeas más avanzadas- y las élites urbanas (con mayor nivel de renta) son quienes votan a las nuevas formaciones o los nuevos candidatos. Bernie Sanders, el candidato demócrata más izquierdista desde George McGovern, ha ganado a Clinton en los estados más ricos (Maine, Vermont o Washington). Y en España ocurre algo parecido.

Podemos obtiene sus mejores resultados en los grandes núcleos de población (Madrid o Barcelona) y peores en los núcleos rurales o pequeñas ciudades, donde tanto el PSOE como el PP logran sacar más escaños. Y ni que decir tiene que los mayores niveles de renta se encuentran en las grandes ciudades. El PP, no estará de más recordarlo, llegó a ganar en Madrid en los mismos barrios obreros donde hoy se vota a Podemos.

Esta complejidad social -y sus efectos políticos- ha sido resuelta en las democracias con mayor pedigrí mediante discursos transversales en los que lo importante no es el continente (izquierda-derecha) sino el contenido (el programa electoral). O expresado de otra forma. Lo relevante ante unas elecciones es lo que ofrezca cada candidato instrumentado formalmente a través de un programa creíble. De ahí que los pactos estén en el ADN de la cultura política en los países más ‘civilizados’.

Los mensajes políticos son cada vez más simples y negativos: Podemos es comunista y a sueldo de Venezuela, Rajoy ha metido mano a la caja...

No ocurre eso en España, donde triunfa la retórica política a través de la creación de estereotipos que únicamente buscan ridiculizar al adversario. Los de Podemos son unos zarrapastrosos que quieren convertir a España en Venezuela o lo que es peor, en una checa; mientras que, para muchos votantes de Pablo Iglesias, Mariano Rajoy es el jefe de una banda criminal que ha saqueado un país en el que crece la malnutrición infantil. Como decía Muñoz Molina muy recientemente: “Había razones para pensar que después de tantas alucinaciones pasadas, habíamos llegado a la edad de la razón”.

El hecho de que se planteen en estos términos las elecciones del 26-J es especialmente significativo en un país que ha sufrido como pocos, a veces de forma trágica, el zarpazo de la división tribal. Las célebres ‘dos Españas’ que se empeñan en rescatar algunos políticos. Algo que está totalmente superado en la calle.

Hoy, las 'dos Españas' se representan entre quienes están en el sistema económico y quienes han sido expulsados de los dividendos del Estado de bienestar

Hoy, las ‘dos Españas’ se representan entre quienes permanecen dentro del sistema económico y quienes han sido expulsados de los dividendos del Estado de bienestar. Incluidas las clases medias proletarizadas que han perdido su estatus social por la irrupción de la competencia desleal procedente de la globalización.

Con razón decía Wenceslao Fernández Flórez en sus imprescindibles crónicas parlamentarias que en la calle son útiles los hombres de acción, pero en el Congreso son provechosos tan solo los hombres cultos. O dicho de otra forma, es hora de que el sistema político haga suyo aquel viejo concepto que reivindicaba Weber, la ética de la responsabilidad. Y que en el fondo es lo que debe sustentar a la política. El resto es solo andamiaje. Pura palabrería.

Se preguntaba hace algún tiempo Giovanni Sartori -una década después de la caída del Muro- sobre lo que quedaba del concepto de derecha e izquierda. Y su conclusión era provocadora. Hablar hoy de izquierda, sostenía, es lo mismo que hablar de derecha (o viceversa), porque se definen por oposición. Una no es nada sin la otra.

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