Mientras Tanto
Por
Los insólitos (y endogámicos) nombramientos de Rajoy
Los nombramientos son la tabla de colores de un Gobierno. Y Rajoy, en lugar de dar potencia intelectual a la Oficina Económica, la convierte en un negociado sin autoridad
Cuenta Ben Bernanke en sus memorias que en una ocasión, cuando estaba explicando en la televisión lo que estaba haciendo el Gobierno para reconstruir Nueva Orleans tras el paso del huracán Katrina, recibió la mejor lección de economía. Un espectador llamó al programa en directo y le espetó: “A ustedes les preocupan tanto los números que se han olvidado de la gente”.
Bernanke, un economista académico, presidía entonces el Consejo de Asesores Económicos del presidente Bush, un organismo creado en 1946 por Harry Truman que funciona como una especie de consultoría interna de la Casa Blanca en materia económica. Por allí han pasado, además del propio Bernanke, la actual presidenta de la Reserva Federal, Yanet Yellen, Joseph Stiglitz, Martin Feldstein, Alan Greenspan o Arthur M. Okun, célebre por la ley que lleva su apellido, y que refleja la relación entre el desempleo y el avance del PIB.
El Consejo de Asesores lo forman, además del presidente, dos vocales y dos docenas de economistas, casi todos ellos con excedencia de las mejores universidades del país (Bernanke procedía de Princeton). Se trata, por lo tanto, de economistas ajenos a la política profesional, lo que confiere a sus trabajos gran autoridad. Al fin y al cabo, lo que se juegan es su prestigio, y de ahí que los informes que hacen llegar al presidente deban estar avalados por el rigor científico.
Cada año presentan un informe que no se limita a resumir lo sucedido, una especie de corta y pega sobre lo bien que lo ha hecho la Administración, sino que hace sus propias aportaciones sobre cuestiones clave –y políticamente delicadas– como la distribución de la renta, la igualdad de oportunidades o la política fiscal. En definitiva, un análisis exhaustivo desde el rigor realizado a partir de la investigación académica. El hecho de que el documento esté firmado por el presidente de EEUU confiere gran credibilidad al informe.
Zapatero nombró como jefe de la Oficina Económica a Miguel Sebastián, aunque muchos creen que en realidad solo pretendía anular a Pedro Solbes
El expresidente Aznar, como se sabe, intentó importar este modelo en su primera legislatura, cuando fichó a un economista independiente de prestigio, José Barea, como primer jefe de la Oficina Económica del presidente. Todo el mundo sabe que aquello acabó como el rosario de la aurora. El exvicepresidente Rato se encargó de poner todas las bombas que pudo a Barea, convertido en el pepito grillo del Gobierno, y eso explica que esta institución prácticamente se disolviera al poco de nacer. Moncloa no era lugar para críticas.
Cuando llegó Rodríguez Zapatero al poder, intentó recuperar esa figura nombrando como jefe de la Oficina Económica a Miguel Sebastián, aunque muchos creen que en realidad lo que pretendía era anular a Pedro Solbes. La Oficina –con muchos menos medios que el Consejo de Asesores– funcionó mal que bien durante la primera legislatura, pero tras el estallido de la crisis cayó en el olvido. Fue un gran error. La Oficina -por entonces ya había salido Sebastián- hubiera podido ahorrar muchos disgustos a los españoles si, cuando Zapatero negaba la crisis, sus miembros hubieran advertido a los ciudadanos –o de lo contrario hubieran dimitido– de que estábamos ante la mayor recesión desde 1959. Se cumplió una vez más la máxima que dice que un país vale lo que valen sus instituciones. Y a la luz de lo sucedido, parece obvio que la institución de la Oficina Económica no valía ni un comino.
Una Oficina clandestina
Rajoy pudo haber aprendido de los errores. Pero no lo hizo. Colocó como jefe de la Oficina Económica a un subalterno, el ahora ministro de Energía, Álvaro Nadal, quien en sus cuatro años largos al frente de la Oficina ha logrado que una institución que funciona con naturalidad en las democracias más avanzadas sea hoy casi clandestina. Hasta el punto de que ya ni siquiera se hacen públicos los informes ni realmente se conoce a qué se dedica pese a que su responsable tiene rango de secretario de Estado. Algo que refleja cómo una buena idea puede acabar siendo un despojo administrativo.
De hecho, la Oficina no es más que un mero ropaje burocrático de Rajoy, cuya única misión parece ser evitar los choques entre De Guindos y Montoro y dejar bien clara ‘hacia adentro’ la opinión del presidente. Una especie de ‘primus inter pares’.
En sus años al frente de la Oficina, Nadal logró que una institución que funciona con naturalidad en las democracias más avanzadas sea hoy casi clandestina
El hecho de que en el organigrama de funcionamiento de la Oficina se encuentre la secretaría técnica de la Comisión Delegada para Asuntos Económicos no es más que la constatación de un hecho. La Oficina no asesora al presidente desde la independencia de criterio o desde el rigor académico. Es, simplemente, un negociado interno de la propia Administración, lo que niega cualquier valor objetivo a sus análisis.
Rajoy, en su segunda legislatura, podría haber imitado a los mejores. A aquellos países que cuentan con instituciones creíbles para asesorar al presidente del Gobierno. No lo ha hecho. Probablemente, porque de esta manera neutraliza e impone la paz entre Economía y Hacienda. Pero, sobre todo, por la inercia de una Administración que habitualmente huye de la sociedad civil que tiene independencia de criterio y que no vive del presupuesto. Mientras en EEUU los miembros del Consejo de Asesores son profesionales con años de carrera en el sector privado, en España son funcionarios vinculados al partido del Gobierno.
La endogamia al poder
Este es el caso de Eva Valle, la nueva directora de la Oficina Económica del presidente, una funcionaria que ha hecho buena parte de su carrera al calor del poder. De su perfil se ha destacado el hecho de que sea esposa del nuevo secretario de Estado de Presupuestos, Alberto Nadal, y cuñada del ministro de Industria, Álvaro Nadal. Pero más allá de este parentesco, lo relevante es que pone de relieve el desprecio que hace el presidente del Gobierno por la opinión independiente, que en esencia es la justificación de la existencia de la Oficina Económica.
La Oficina no es más que un mero ropaje burocrático de Rajoy, cuya única misión parece ser evitar los choques entre De Guindos y Montoro
Si el presidente del Gobierno quiere tener asesores, no hay ninguna razón para oponerse a que contrate a quien considere oportuno. Pero no parece razonable hablar de que España tiene una Oficina Económica con independencia de criterio cuando sus directivos son simples subalternos del poder.
Máxime cuando la endogamia del actual Gobierno ha llegado hasta el extremo de que los Nadal –y sus allegados– ocupan puestos clave en la Administración. El economista Daniel Navia, por ejemplo, trabajaba de la mano de Nadal (Álvaro) en la Oficina de Moncloa, y ahora, sin ser una experto en la materia, el nuevo ministro se lo ha llevado como secretario de Estado de Energía.
Parece evidente que si se quiere acabar con el populismo –y la demagogia– lo primero que habrá que hacer es liquidar las políticas que explican su auge. Es un despropósito atender solo a las consecuencias de los nuevos populismos y no a sus causas. Y que en buena medida tienen que ver con una política de nombramientos endogámica que atiende sobre todo a relaciones personales y de amistad.
La endogamia del actual Gobierno ha llegado hasta el extremo de que los Nadal –y sus allegados– ocupen puestos clave en la Administración
El hecho de que personalidades deban ocupar ese puesto no tiene nada de presuntuoso. Cuando un experto con amplio historial académico –y una paga asegurada– acepta el puesto, sabe que compromete su prestigio, y de ahí que su incentivo no sea hacer méritos con el jefe para progresar en el partido, sino mantener su autoridad intelectual en los aledaños del poder. De ahí que los informes se hagan desde el rigor y no estén trufados de sectarismo ideológico. Por supuesto que nunca son neutrales, pero, al menos, tienen la virtud de apoyarse en la investigación económica y no en la palabrería.
John McCain, en su momento candidato a la presidencia de EEUU, dijo en una ocasión hablando de Greenspan, cuando el maestro era alabado por medio mundo como el mejor banquero central de la historia, que si el expresidente de la Reserva Federal fallecía habría que colocar su cadáver en una silla, ponerle unas gafas de sol y mantenerle en el cargo. No es, desde luego, el caso de la fantasmal Oficina Económica.
Cuenta Ben Bernanke en sus memorias que en una ocasión, cuando estaba explicando en la televisión lo que estaba haciendo el Gobierno para reconstruir Nueva Orleans tras el paso del huracán Katrina, recibió la mejor lección de economía. Un espectador llamó al programa en directo y le espetó: “A ustedes les preocupan tanto los números que se han olvidado de la gente”.