Es noticia
'No hay nada más tonto que un obrero de derechas'
  1. España
  2. Mientras Tanto
Carlos Sánchez

Mientras Tanto

Por

'No hay nada más tonto que un obrero de derechas'

Los tiempos políticos no están para hacer ensayos neoliberales. La mejor forma de protegerse ante el populismo pasa por consolidar el Estado de bienestar

Foto: El exministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón atiende a los medios a su llegada a un acto organizado por la Fundación FAES. (EFE)
El exministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón atiende a los medios a su llegada a un acto organizado por la Fundación FAES. (EFE)

La socióloga Dominique Méda se preguntaba hace unas semanas en 'Le Monde' por qué los pobres y los obreros votan a millonarios como Trump. O por qué un tercio de los franceses parece estar dispuesto a apoyar a Marine Le Pen como presidenta de la República.

La respuesta que daba la propia Méda no ofrece dudas: “La izquierda, simplemente, ha renunciado a desarrollar una política de izquierdas”. En su opinión, Clinton, con sus desregulaciones financieras; Tony Blair, con su Tercera Vía; Schröder, con sus reformas económicas liberales, y Hollande, con su obsesión por la ortodoxia fiscal, han dado alas a la derecha radical, que, lejos de amilanarse, ha escarbado en el caladero tradicional de votos de la izquierda.

Es decir, entre los trabajadores no cualificados, los pobres, los inmigrantes o los desheredados de la globalización. Incluso Obama, con su pasión por la firma de tratados de libre comercio con Europa y Asia-Pacífico, no ha hecho más que dar munición a Trump con su discurso proteccionista.

Su conclusión es que es la izquierda es la culpable de que el populismo de derechas —que tiene en Trump a su sumo sacerdote— viva momentos de gloria, como muy probablemente se pondrá de manifiesto en las próximas elecciones a celebrar en Alemania, Francia u Holanda, mientras que la socialdemocracia hace su particular travesía del desierto. Un castizo diría que la izquierda se lo ha ganado a pulso.

Los partidos moderados de centro derecha, por su parte, han aguantado mejor el temporal. Básicamente, porque su electorado tradicional (pensionistas, trabajadores cualificados o clases medias asentadas) ha sufrido menos los rigores de la crisis y de la globalización, lo que ha provocado un escenario político impensable hace pocos años.

Hoy, en la vieja Europa, las miradas están puestas en François Fillon, el líder conservador francés, y en la canciller Angela Merkel. Si caen Berlín y París en las próximas elecciones, y con Trump como presidente de EEUU, la guerra contra el populismo está perdida. De ahí que votantes tradicionales de izquierda estén dispuestos a votar a candidatos conservadores para detener la marea del populismo. Merkel y Fillon son hoy la línea Maginot contra la demagogia.

Un viejo aserto que se utilizaba de forma frecuente durante la Transición sostenía que no hay nada más tonto que un obrero de derechas. Ni que decir tiene que en aquellos tiempos la fragmentación ideológica (aunque hubiera muchos partidos) era poco relevante y la política se dividía en derechas e izquierdas, en línea con el mundo bipolar surgido tras la II Guerra Mundial, y que, como se sabe, enfrentaba a EEUU y la Unión Soviética. Los partidos centristas o liberales eran la bisagra del sistema político. Pero básicamente la alternancia ha sido la norma electoral europea hasta la caída del Muro.

Movimientos políticos

Ese modelo es el que se ha roto con la aparición de nuevos partidos que en realidad son más un movimiento que una organización coherente, como ocurre en España con Podemos. Se ha roto, seguramente, como sostiene Méda, por la torpeza de la izquierda, pero también por un cambio estratégico en el discurso conservador de indudable valía.

Hoy, los partidos de derechas se han situado en el centro del tablero político. Y aunque parece obvio que ha habido duros recortes a consecuencia de la crisis financiera y se ha producido una evidente degradación de las condiciones laborales, lo cierto es que la esencia del Estado de bienestar —ese gran pacto entre derecha e izquierda nacido tras 1945— permanece en pie. Solo hay que recordar que el gasto en protección social en la UE se sitúa en el 28,7% del PIB, mientras que el conjunto del gasto público (incluyendo todas las partidas) alcanza el 47,4% del producto interior bruto, lo que da idea del grado de intervención del sector público en la economía.

La esencia del Estado de bienestar, el gran pacto entre derecha e izquierda, se mantiene. El gasto en protección social en la UE está en el 28,7% del PIB

Es curioso, sin embargo, que en España determinados sectores del centro derecha acusen al Partido Popular de haberse entregado al credo socialdemócrata, lo que se considera una herejía. Hay, incluso, quien habla de traición ideológica por elevar la presión fiscal de las empresas, subir el SMI un 8% o por no llevar adelante una política de privatizaciones y de progresiva retirada del sector público de la economía. Tanto Aznar como Alberto Ruiz-Gallardón han reclamado en los últimos días a Rajoy que el PP recupere sus señas de identidad, se entiende que en una dirección más liberal. El exministro, incluso, ha acusado al PP de “esconder su ideología” y hasta de “tener miedo a la definición ideológica” por razones electorales.

La derecha socialdemócrata

No es fácil saber qué ha querido decir Ruiz-Gallardón con esas afirmaciones, pero si lo que sugiere es un PP más escorado a la derecha y menos ‘socialdemócrata’ se equivoca. La mayor catástrofe que se puede producir hoy en Europa —donde la mayoría de los partidos conservadores están desideologizados— es desmontar el Estado de bienestar a partir de una nueva revolución liberal de corte thatcheriano. O anteponer la ideología al pragmatismo. O pensar que los tiempos están para nuevas desregulaciones. O para encarecer los servicios públicos con copagos que solo enfurecerán más a los asalariados, que son los que soportan el IRPF. Sería como entregar el centro político al populismo y a los neodemagogos que solo buscan crecer sobre las ruinas del sistema.

Aquella revolución liberal de Thatcher o Reagan —con un fuerte contenido ideológico— se produjo en un contexto político y económico muy diferente. En el caso del Reino Unido, en medio del colapso del sistema económico británico tras décadas de hegemonía de políticas laboristas diseñadas a partir del célebre Informe Beveridge. Pero no parece que esa sea la situación presente.

Los problemas actuales de las economías más avanzadas no tienen que ver con la eficiencia de su sistema productivo, sino con algo mucho más pedestre. Con la competencia (desleal) de países donde los costes de producción son más bajos porque la regulación laboral es muy deficiente, los salarios son muy reducidos, los impuestos marginales y las normas medioambientales se pisotean todos los días.

La mayor catástrofe que se puede producir hoy en Europa es desmontar el Estado de bienestar a partir de una nueva revolución liberal thatcheriana

Este contexto exterior sitúa el debate en un dilema que hace mucho tiempo resolvieron los países nórdicos, y que ha sido impulsado también por los partidos conservadores. O de centro derecha, como se prefiera.

Como el comercio mundial es algo más que necesario para el crecimiento económico (la cara buena de la globalización), hay que mantener sólidos Estados de bienestar, porque, de otra manera, surgirá el populismo y la erosión social. De ahí que parezca razonable que el PP, como están haciendo la mayoría de los partidos conservadores europeos, sean cada vez más socialdemócratas y no se dejen llevar por cantos de sirena. Lo contrario sería una catástrofe. Reformar no es sinónimo de recortar.

La socióloga Dominique Méda se preguntaba hace unas semanas en 'Le Monde' por qué los pobres y los obreros votan a millonarios como Trump. O por qué un tercio de los franceses parece estar dispuesto a apoyar a Marine Le Pen como presidenta de la República.

Globalización Tony Blair Socialdemocracia Reformas Marine Le Pen Alberto Ruiz-Gallardón Unión Soviética (URSS) PIB Reino Unido
El redactor recomienda