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Wilders pierde: el populismo goza de buena salud

Wilders ha perdido. Pero, al mismo tiempo, su mensaje sigue calando en muchos países. Algo está cambiando en la vieja Europa espoleada por los neopopulismos

Foto: El candidato del ultraderechista Partido por la Libertad, Geert Wilders. (EFE)
El candidato del ultraderechista Partido por la Libertad, Geert Wilders. (EFE)

Los resultados electorales en Holanda dejan una cosa clara. Las sociedades más prósperas también son infelices. Desde luego, en términos políticos. Que en un país con el 5,3% de paro; un sólido sistema educativo; algo más de 48.000 dólares de renta per cápita; una más que envidiable calidad institucional y niveles muy reducidos de desigualdad (ocupa el puesto número cuatro en el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas), un porcentaje muy significativo de los electores vote a un partido xenófobo y, ciertamente, antisistema, es algo singular en Europa.

El resultado es todavía más sorprendente si se tiene en cuenta que no se puede hablar de una ‘Holanda profunda' que no quiere saber nada de la globalización, como puede explicarse el triunfo de Trump o el Brexit. O, incluso, el auge de la extrema derecha autárquica en otros países europeos. El partido de Wilders ha sido, de hecho, el más votado en la simbólica Maastricht, una de las capitales de la construcción europea.

Foto: La líder del partido ultraderechista francés Frente Nacional (FN), Marine Le Pen (d), y el candidato a las elecciones holandesas de la ultraderecha, Geert Wilders. (EFE) Opinión
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El sector exterior (suma de exportaciones e importaciones) representa un increíble 154% del PIB, lo que da idea del grado de apertura de la economía holandesa. Y es que los Países Bajos, en su edad de oro, fueron capaces de crear una inigualable aristocracia comercial en el siglo XVII tras el nacimiento de la Compañía de las Indias Orientales, y eso ha impregnado durante siglos su carácter multicultural. Pese a ello, Geert Wilders ha obtenido 20 escaños, algo más de 1,3 millones de votos y su partido es la segunda fuerza política. Proponiendo, entre otras cosas, sacar a su país del euro. O incluso de la UE: el 'Nexit'.

Wilders, desde luego, no tenía ninguna probabilidad de gobernar (el cordón sanitario ha funcionado y ningún partido ha querido nunca pactar con el PVV), pero sí que ha enviado una señal a toda Europa. Su derrota es una victoria parcial. El primer ministro Rutte ha ganado haciendo un guiño a muchos de los potenciales electores de Wilders, utilizando el conflicto con Erdogan como una catapulta política para demostrar a la opinión pública que también los liberales saben parar los pies a los ‘expansionistas’ otomanos.

Foto: Geert Wilders, líder del PVV, en una visita a un suburbio de Rotterdam, el 18 de febrero de 2017 (Reuters).

Lo preocupante de los resultados, aunque podía haber sido peor, es, precisamente, que los partidos que gobiernan Europa 'compren' la mercancía Wilders, es decir, hagan guiños a soluciones populistas para no perder votos, lo que provocaría tensiones entre culturas impensables hace pocos años. Y no parece descabellado pensar que la propuesta del núcleo duro de la UE de avanzar en una Europa a múltiples velocidades (es absurdo pensar que solo habrá dos) va en esa dirección.

No es, desde luego, el único caso, pero sí es significativo el ejemplo holandés, porque los Países Bajos, con su educación calvinista y sus elevados niveles de tolerancia, han constituido históricamente una de las sociedades más abiertas y liberales de Europa. Algo que ha manejado el propio Wilders en la campaña —frente al machista Trump— con su defensa de los derechos de los homosexuales y de las mujeres.

Un silogismo eficaz

De hecho, aquí está la paradoja, muchos han votado a Wilders, precisamente, porque ha sido capaz de construir un silogismo políticamente eficaz: inmigración e islamismo son sinónimo de fanatismo y terrorismo, y, por lo tanto, para evitarlos hay que votar al Partido por la Libertad (PVV por sus siglas en holandés). Es decir, la mejor defensa del holandés medio, según ese silogismo, es un buen ataque al extranjero. En particular, el islam.

Para construir su falacia, Wilders ha contado con unas circunstancias excepcionales. Holanda ha sido gobernada desde 2012 por una gran coalición entre los liberales y los socialdemócratas, 80 escaños de 150 en la Cámara de Representantes, lo que ha dejado un enorme espacio político a los numerosos partidos de la oposición. En particular, al populismo, que basa su estrategia, precisamente, en presentarse a la 'gente' como fuera del sistema político, y cuya fuerza real no la acaban de medir bien las encuestas. Wilders, de hecho, ha perdido frente a las expectativas de voto que le daban los sondeos, pero la realidad es que ha ganado apoyos pese a ser un apestado de la política holandesa.

Ese espacio que ha perdido la coalición gobernante hasta hoy (40 escaños), sin embargo, no lo han ocupado grandes partidos. Lo que ha sucedido en Holanda este miércoles refleja una tendencia a la fragmentación electoral que solo ha comenzado a recorrer Europa.

Foto: Una mujer musulmana vota en un colegio electoral instalado en una mezquita de Ámsterdam. (Reuters)

La sociedad holandesa no está polarizada (Wilders está muy lejos de haberlo conseguido), lo que ha emergido es un parlamento enormente fragmentado, principalmente a costa de la socialdemocracia, que ha obtenido sus peores resultados históricos, socavada por los ecologistas.

Sin duda, porque se ha roto el viejo mundo bipolar —izquierda-derecha— que ha funcionado en Europa desde 1945. Y aunque Holanda ha sido tradicionalmente un país gobernado por coaliciones, lo que se ha roto es el eje de voto tradicional que dividía casi en dos la oferta electoral. Hoy los holandeses defienden sus derechos —como en el futuro sucederá en otros países— mediante partidos que son en realidad grupos de presión, como la formación que defiende a los mayores de 50 años. O los ecologistas. O los antirracistas... Lo demuestra que en un Parlamento con 150 escaños acogerá 12 grupos políticos. El mundo, definitivamente, se ha hecho más pequeño.

Los resultados electorales en Holanda dejan una cosa clara. Las sociedades más prósperas también son infelices. Desde luego, en términos políticos. Que en un país con el 5,3% de paro; un sólido sistema educativo; algo más de 48.000 dólares de renta per cápita; una más que envidiable calidad institucional y niveles muy reducidos de desigualdad (ocupa el puesto número cuatro en el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas), un porcentaje muy significativo de los electores vote a un partido xenófobo y, ciertamente, antisistema, es algo singular en Europa.

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