Mientras Tanto
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Si los dinosaurios se extinguieron, ¿por qué no el PSOE?
La socialdemocracia europea vive sus peores años desde el fin de la guerra. El ecosistema en que ha crecido se ha acabado y hoy la izquierda se ha alejado de los centros de trabajo
El exministro Borrell ha asegurado en varias entrevistas que si el PSOE no cuenta con sus militantes “acabará extinguiéndose, como los dinosaurios”. Nada que objetar. Solo hay una diferencia. Mientras que los dinosaurios desaparecieron hace 65 millones de años de forma abrupta —ya sea por la llegada de un asteroide o por una enorme actividad volcánica–, la socialdemocracia europea –y en particular el PSOE– se enfrentan a una muerte lenta. Elección tras elección, los socialistas van perdiendo influencia política.
Paradójicamente, se trata de un proceso que es fruto de su propio éxito. Hoy, las sociedades europeas –incluso aquellas que se declaran más liberales– han aceptado las tesis esenciales de la socialdemocracia. También en España. Solo hay que echar un vistazo al Informe Beveridge, aquel extraordinario documento que en 1942 puso las bases de lo que hoy se conoce como Estado de bienestar, para entender cómo aquellos principios (derecho a cobrar el desempleo, seguro de asistencia sanitaria, sistema público de protección social de carácter universal o subsidios de viudedad u orfandad) se han incorporado a las legislaciones nacionales. En definitiva, como dijo el propio Beveridge, se trataba de proteger a todos los ciudadanos y no solo a quienes pudieran pagarse una pensión o un médico por tener un trabajo remunerado. Y eso es –con los matices que se quiera– lo que se ha hecho.
Es en este contexto en el que los partidos socialdemócratas han ido acumulando derrotas
Es obvio que en periodos de crisis económica se han producido recortes y retrocesos en derechos sociales y en prestaciones públicas, pero es evidente que los niveles de bienestar alcanzados en Europa –con un nivel de gasto público equivalente a casi la mitad del PIB– es un caso de éxito, digno de estudiarse en las escuelas de negocios.
Es en este contexto en el que los partidos socialdemócratas han ido acumulando derrotas. Probablemente, porque el campo de juego en el que la socialdemocracia ha desarrollado su programa en las últimas siete décadas se ha ido estrechando, lo que explica que amplias capas sociales que antes necesitaban al Estado protector para sobrevivir, cuestionan hoy, por el contrario, el tamaño del Estado de bienestar, cuya financiación obliga a pagar elevados impuestos y a asumir altos endeudamientos privados que incentivan el conservadurismo.
Expresado de otra forma, si antes la política redistributiva a través de los impuestos se basaba en que los ‘ricos’ pagaban más para financiar el 'welfare state', hoy el sistema fiscal –pensado para un modelo de clases medias que hoy se resquebraja por los bajos salarios y la precariedad laboral– está diseñado para que las rentas medias financien a los ‘pobres’.
Capital y trabajo
Entre otras cosas, porque la ingeniería fiscal ha expulsado del sistema impositivo a las rentas más altas debido a que con la libertad de movimiento de capitales los gobiernos se han visto obligados a primar a las rentas del capital frente a las del trabajo, lo que unido al creciente peso del IVA –cuya estructura no es progresiva– ha creado un mapa fiscal contra el que se revuelven muchos asalariados hartos de pagar impuestos, incluso en España, donde la presión fiscal es de las más bajas de Europa. Las políticas keynesianas, en algunos aspectos, están cerca del límite debido a que los niveles de gasto público son verdaderamente elevados. Y si hoy la redistribución tiene que hacerse a través del gasto público y no de los ingresos, parece evidente que el margen de maniobra es reducido.
La socialdemocracia no ha encontrado nuevos caladeros de voto (incluso ha perdido la cuna de eso que se llamó el capitalismo renano)
La socialdemocracia, además, debe enfrentarse a una cuestión ideológica de primer orden. Mientras que la derecha nacionalista y xenófoba ha crecido en Europa, paradójicamente, a costa de la erosión de los partidos de izquierda, como ha sucedido en Francia, Holanda o, incluso, Reino Unido (debido a que ha sabido capitalizar el voto de los perdedores de la globalización), la socialdemocracia no ha encontrado nuevos caladeros de voto (incluso ha perdido la cuna de eso que se llamó el capitalismo renano). Su perfil se ha difuminado hasta parecerse cada vez más a la derecha. Y ya sabe que el pueblo –como sucede en Cataluña– siempre prefiere el original a la copia.
En España, además, el 15M inauguró un nuevo tiempo político que rompió la tradicional hegemonía del Partido Socialista en la izquierda. Pero el PSOE, en lugar de afrontarlo como un cambio histórico vinculado a la aparición de un nuevo equilibrio social: pérdida de peso de las clases medias en favor de la polarización social o irrupción de los 'millennials' –quienes nacieron entre la segunda mitad de los años 80 y la primera de los 90 llegaron a la edad adulta en medio de una formidable crisis económica–, lo observó como un fenómeno temporal, lo que explica su escasa capacidad de adaptación. Básicamente, porque leyó de manera equivocada la agenda social. La prioridad de las preocupaciones de las clases medias no es ahora la desigualdad o el tamaño del Estado de bienestar, sin duda asuntos muy relevantes que hay que atender, sino algo más pragmático como el empleo.
Los centros de trabajo vuelven a ser hoy el escenario de la lucha de clases en el siglo XXI, en todo caso, muy distinta a la que interpretó Marx en el XIX y a la que emergió tras las dos primeras revoluciones industriales. Pero si por entonces la izquierda patrocinó la creación de sindicatos obreros para tener presencia en las fábricas –el PSOE se creó nueve años antes que la UGT y lo mismo sucedió en casi toda Europa–, hoy la izquierda se ha alejado de los tajos. Hasta el punto de que su presencia es irrelevante.
'Uberización' de la economía
La irrupción de las nuevas tecnologías en los centros de trabajo, lo que se ha llamado la 'uberización' de los sistemas productivos, ha hecho el resto. Y con ello, el desvanecimiento del sentimiento de pertenencia a una clase social –capitalistas vs proletarios–, un factor sin el que no se puede entender la hegemonía de la izquierda durante los años dulces de la socialdemocracia. A lo que hay que añadir el debilitamiento del Estado-nación en favor de las grandes corporaciones empresariales, fenómeno que ha debilitado la acción redistributiva del sector público, lo que tiene que ver con la globalización. Un fenómeno al que la izquierda no ha sabido cómo enfrentarse más allá de un discurso ciertamente maniqueo sobre las barreras comerciales. No basta con oponerse a los tratados comerciales o aceptarlos como un mal menor, sino que hay una ausencia clamorosa de un discurso alternativo.
El PSOE, en el caso de España, tampoco ha sido capaz de transmitir a las nuevas generaciones los profundos cambios sociales que ha vivido este país desde las primeras elecciones democráticas, lo que ha derivado en una instrumentalización obscena de la historia en manos de Podemos. El PSOE, en lugar de capitalizar el salto histórico que ha sufrido este país en 40 años, ha dejado que otros escriban la historia.
Parece evidente que el PSOE nunca volverá a gobernar si no es capaz de asegurarse la hegemonía de la izquierda
El Partido Socialista, incluso, se equivocó al pensar que su único adversario político estaba en el PP, cuando quien le ha sacado del terreno de juego es el partido de Pablo Iglesias. Y parece evidente que el PSOE nunca volverá a gobernar si no es capaz de asegurarse la hegemonía de la izquierda, como el propio Felipe González entendió durante los primeros años de la Transición vampirizando al resto de formaciones. Y eso incluye a las diferentes izquierdas nacionalistas que han emergido en los últimos años y que han fragmentado el mapa de la izquierda hasta hacerlo incomprensible en términos ideológicos.
Algo que necesariamente hay que vincular a la escasa influencia de la 'inteligentzia' socialista, desaparecida tras optar por un discurso ramplón y sectario que en demasiadas ocasiones ha desembocado en una pretendida superioridad moral. Lo cual sería cierto si no fuera porque las transformaciones sociales, económicas y culturales también han afectado al centro derecha sociológico, ajeno a procesos históricos que hoy vuelven a ponerse de moda, como el franquismo.
Y por eso, el PSOE, al margen de las primarias, tiene por delante un camino incierto si no comienza por entender los cambios sociales. El problema no son los votos, son los votantes.
El exministro Borrell ha asegurado en varias entrevistas que si el PSOE no cuenta con sus militantes “acabará extinguiéndose, como los dinosaurios”. Nada que objetar. Solo hay una diferencia. Mientras que los dinosaurios desaparecieron hace 65 millones de años de forma abrupta —ya sea por la llegada de un asteroide o por una enorme actividad volcánica–, la socialdemocracia europea –y en particular el PSOE– se enfrentan a una muerte lenta. Elección tras elección, los socialistas van perdiendo influencia política.
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