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Rajoy, entre Maura, Vicens Vives y la semana trágica
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Rajoy, entre Maura, Vicens Vives y la semana trágica

La independencia es desleal con la Constitución. Pero pone a prueba al resto de España. Solo la renovación del pacto constitucional solucionará el problema para dos generaciones

Foto: Manifestación a favor de la independencia de Cataluña. (Reuters)
Manifestación a favor de la independencia de Cataluña. (Reuters)

Contaba hace unos días un ministro en un almuerzo privado que durante el verano había estado leyendo el reconocido libro de Vicens Vives sobre la historia de Cataluña. Vicens, como se sabe, forma parte de ese exilio interior que sobrevivió a su época con una enorme dignidad, y que demostró que era posible avanzar con decencia con el viento soplando de cara. Como Julián Marías o Buero Vallejo, que se refugiaron en su obra para huir de la penuria moral que les tocó vivir en su tiempo.

Uno de sus discípulos, Josep Fontana. llegó a hablar de Vicens como un hombre de considerable 'higiene moral' en pleno franquismo. Y se cuenta que el propio Franco, según desveló otro de sus pupilos, Jordi Nadal, ordenó traducir al castellano el texto de 'Noticia de Catalunya' -el libro que leyó el ministro- para poder estudiarlo en el Pardo.

En 'Noticia de Catalunya', el catalanista Vicens Vives se aferra a la idea de que Cataluña no se entiende sin España, y descarta que la conflictividad forjada durante al menos tres siglos sea fruto de una especie de rebeldía nacional, sino más bien de un impulso emocional.

¿Que es una nación? Ni más ni menos, sostenía el erudito francés Renan, que la voluntad de pertenecer a una comunidad

La obra, como es sabido, concluye con una reflexión que se ha hecho famosa: “El primer resorte de la psicología catalana no es la razón, como en los franceses; la metafísica, como en los alemanes; el empirismo, como en los ingleses; la inteligencia, como en los italianos, ni la mística, como en los castellanos. En Cataluña el móvil primario es la voluntad de ser”, sostenía Vicens, haciendo suya la célebre definición de Renan al responder a la pregunta ¿Que es una nación? Ni más ni menos, sostenía el erudito francés, que la voluntad de pertenecer a una comunidad.

No es sencillo conocer hoy -sesenta y tres años después de la publicación de la primera edición del libro- si esa 'voluntad de ser' de la que hablaba Vicens está detrás del proceso político que vive Cataluña, pero hay razones para suponer que un hombre de su carácter nunca hubiera aceptado la ruptura de la legalidad democrática para lograr la independencia. Probablemente, porque Vicens huía de la historiografía romántica que representaba Rovira i Virgili, y que se manifestó en su obsesión por el rigor de las cifras, lo que explica que la economía, en particular el comercio y los procesos sociales, jugara un papel central en su obra.

placeholder Josep Tarradellas
Josep Tarradellas

Pero desde luego, porque fue precisamente el concepto de 'legalidad democrática' el que esgrimió Tarradellas para reclamar la recuperación del autogobierno aquel 23 de octubre de 1977 desde el balcón de la Generalitat, y que se plasmó en el reconocimiento de la legalidad republicana tras la larga noche del franquismo. El propio Vicens habla en su obra de que Cataluña debe construir “un edificio aceptable dentro del gran marco de la sociedad occidental”, donde parece obvio que rigen los principios constitucionales, como con lucidez han escrito en este periódico Ignacio Varela o el profesor Laporta.

Víctimas de la historia

Poner el foco exclusivamente sobre la detestable acción secesionista, sin embargo, sirve de poco. Incluso, de nada. Parece evidente que cualquier Estado democrático tiene legitimidad suficiente para utilizar todas las armas necesarias para poner fin al disparate. Pero esa estrategia solo conduce a la descripción de los hechos, a narrar lo que pasa, no a la solución de los problemas. Claro está, a no ser que se quiera seguir alimentando de forma negligente lo que decía Elliot sobre Cataluña, que siempre se había sentido “víctima de la historia”.

Y en verdad que se echa en falta una estrategia clara y definida de los partidos constitucionalistas sobre Cataluña y el conjunto de España, toda vez que España no se entiende sin Cataluña y Cataluña sin España.

placeholder Mariano Rajoy recibe a Pedro Sánchez en la Moncloa. (EFE)
Mariano Rajoy recibe a Pedro Sánchez en la Moncloa. (EFE)

Las últimas reuniones entre Rajoy, Sánchez y Rivera son, sin duda, necesarias, útiles para tranquilizar a una opinión pública preocupada, y aunque lo prioritario ahora sea apagar el fuego prendido por el 1-O, carece de sentido seguir hablando del problema territorial de España -que sin duda existe- sin poner ideas o documentos sobre la mesa. Sin que las fuerzas que respaldan la legalidad democrática sean capaces de articular un discurso a medio plazo capaz de crear otras cuatro décadas de prosperidad, como sucedió en 1978, cuando partidos herederos de fuerzas que combatieron a sangre y fuego en la guerra civil fueron capaces de levantar ese “edificio aceptable” al que se refería Vicens Vives. El riesgo de hacer lo contrario es, desgraciadamente, abrir una enorme fractura social en un territorio que representa la quinta parte del país, lo que da idea de lo que está en juego.

De lo que se trata es, simplemente, de actualizar el Título VIII de la Constitución para renovar la convivencia

Abrir un debate sereno sobre la estructura territorial del Estado no es, necesariamente, dar la razón a Cataluña ni claudicar ante el separatismo, que evidentemente ha sido desleal con el resto de España, toda vez que el autogobierno nace, precisamente, de la Constitución. De lo que se trata es, simplemente, de actualizar el Título VIII de la Constitución para renovar la convivencia. Un Título que hoy ni siquiera recoge el nombre de las 17 comunidades autónomas que existen en España, lo que pone de relieve hasta qué punto ha quedado obsoleto.

Las fotos en Moncloa, en este sentido, no son suficientes para desinflar años de propaganda nacionalista, y bien harían Rajoy, Sánchez y Rivera en consensuar un documento capaz de marcar una hoja de ruta a cumplir a partir del 2 de octubre, lo que no es incompatible con el hecho de que hasta el 1-O el Estado imponga la fuerza coercitiva de la ley. Y todos los demócratas -de derechas y de izquierdas- deben estar con el Gobierno de la nación. El 'suflè' nacionalista ha tenido mucha más sustancia de lo que muchos pensaban.

Un profundo error

Pensar que solo con actualizar el actual modelo de financiación autonómica se van a resolver las tiranteces territoriales -que existen más allá de Cataluña- es un profundo error que puede llevar a conflictos hoy larvados que tarde o temprano emergerán. Y aunque es verdad que en tiempo de tribulación lo mejor es no hacer mudanzas, no disponer de una estrategia clara solo significa el fracaso de la política. Y cuando fracasa la política no queda otra cosa que la barbarie.

placeholder Carles Puigdemont firma la convocatoria de referéndum. (EFE)
Carles Puigdemont firma la convocatoria de referéndum. (EFE)

Entre el ‘seny’ y la ‘rauxa’, entre la sensatez y el arrebato, hay a veces barreras demasiado frágiles que se derriban con facilidad. Y el ‘pactismo’, que es una de las características del sentimiento catalán, como decía Vicens, está ahí para aprovecharlo. Implicando en el proyecto a la vieja burguesía catalana -los antiguos menestrales- que hoy asiste inerte a un proceso dramático que los ha llevado por delante.

Se trata, en definitiva, de alcanzar otro gran pacto político -de esos que se firman cada 40 años- precisamente para demostrar que el imperio de la ley es la mejor manera de defender la democracia, como, por cierto -y con acierto- dijo en su última comparecencia el presidente Rajoy cuando afirmó que las leyes no son inamovibles. Un gran pacto entre las fuerzas constitucionales más allá de la foto.

Entre el ‘seny’ y la ‘rauxa’, entre la sensatez y el arrebato, hay a veces barreras demasiado frágiles que se derriban con facilidad

Todo discurso es hueco, pura retórica, si a continuación no se hacen propuestas. Y la iniciativa la debe llevar el Gobierno para encauzar el debate por medios civilizados, y no, como pretenden los independentistas, por medio de algaradas para convertir un problema político en un problema de orden público después de años de soflamas nacionalistas que han inventado una realidad virtual a través de una visión maniquea de la política y de lo que es España. Lo que está en juego no es el futuro de Cataluña, es, ni más ni menos, que el futuro de España, y de manera complementaria el futuro de Rajoy y de su propio Gobierno.

Y en este sentido, no estaría de más recordar lo que lo sucedió a Maura cuando no entendió el auge de las clases emergentes obreras en los primeros años del siglo XX, lo que dio lugar a la Semana Trágica. O al rey Alfonso XIII cuando legitimó la dictadura de Primo y pocos años después tuvo que salir del país.

Es singular, en este sentido, que se sigan analizando desde todos los puntos de vista las calamidades que caerán sobre Cataluña en caso de una independencia por las bravas -que no se producirá-, pero que siga prestando poca o nula atención a la crisis institucional que tendría el resto de España por el hecho de que una quinta parte de su territorio haya abandonado el barco después de más de cinco siglos de convivencia. ¿O alguien piensa que todo seguiría igual?

Contaba hace unos días un ministro en un almuerzo privado que durante el verano había estado leyendo el reconocido libro de Vicens Vives sobre la historia de Cataluña. Vicens, como se sabe, forma parte de ese exilio interior que sobrevivió a su época con una enorme dignidad, y que demostró que era posible avanzar con decencia con el viento soplando de cara. Como Julián Marías o Buero Vallejo, que se refugiaron en su obra para huir de la penuria moral que les tocó vivir en su tiempo.

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