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El sapo catalán que nadie quiere tragarse
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Carlos Sánchez

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El sapo catalán que nadie quiere tragarse

Cataluña se ha convertido en un sapo que nadie quiere tragarse. Como el que contaba Chaves Nogales en su conocida fábula. Las victorias pírricas son una pérdida mutua

Foto: Un hombre protesta en la plaza Sant Jaume de Barcelona. (Reuters)
Un hombre protesta en la plaza Sant Jaume de Barcelona. (Reuters)

Es muy conocida la fábula de Chaves Nogales en la que el periodista sevillano cuenta la historia de dos aldeanos que paseaban por el campo. Uno de ellos llevaba del ronzal una vaca, y al pararse junto una charca para dar de beber al animal, saltó un sapo, lo que fue saludado por el otro aldeano con un gesto de repugnancia.

El aldeano de la vaca, por llevar la contraria a su compañero, le recriminó que un sapo era un animal como otro cualquiera, ni más ni menos repugnante que los demás seres vivos que alimentan al hombre. “¿Tú serías capaz de comerte un sapo?”, arguyó. “Me lo comería si hubiera necesidad”, contestó su interlocutor. Ahí empezó la discusión entre ambos. Para zanjarla, el aldeano de la vaca le propuso. ”Te doy la vaca si eres capaz de comerte el sapo”.

Cuenta Chaves Nogales que la codicia y el amor propio forzaron al aldeano a comerse el sapo cerrando los ojos de asco y conteniendo las náuseas. El otro aldeano, el de la vaca, acongojado al ver a su compadre que era capaz de tragárselo, y ante el temor de quedarse sin la vaca que alegremente había apostado, le propuso: “¿Me devuelves la vaca si soy capaz de comerme el medio sapo que te queda?”. El comedor de sapos vio en la proposición un modo inmediato de librarse del tormento al que él mismo se había sometido, por lo que optó por alargar el pedazo de sapo que le quedaba a su compadre, quien cerró los ojos y se lo tragó para no perder la vaca. La fábula acaba con ambos aldeanos andando de forma silenciosa y dejando atrás la charca de sus suplicios. Hasta que al cabo de un rato se paran, se miran frente a frente, y se preguntan: “¿Y por qué nos habremos comido un sapo?”.

Foto: Imagen del poco ambiente que había en el Passeig Lluís Companys mientras se celebraba el pleno del Parlament. (M. L.)

Es probable que dentro de algunos años, cuando se analice lo que ha sucedido en los últimos tiempos en Cataluña —y en particular desde el último 11 de septiembre—, más de uno se pregunte: ¿por qué aquella generación de españoles tuvo que tragarse tantos sapos?

Máxime cuando es evidente que Cataluña nunca podrá ser independiente con tanto viento en contra: más de la mitad de la población quiere seguir formando parte de España; la comunidad internacional se opone de plano, y la independencia, en último término, supone un anacronismo histórico en plena globalización. Ningún país, ni siquiera EEUU o Alemania, es hoy realmente independiente. La independencia no existe. Pese a ello, sin embargo, y esto es lo absurdo, los soberanistas han llevado al Estado al límite, lo que sin duda generará una fractura social que tardará al menos una generación en diluirse.

El error de diagnóstico del Gobierno central sobre hasta dónde podría llegar la Generalitat con su proceso independentista (el suflé catalán evidentemente no se ha desinflado como preveía Rajoy) ha hecho el resto, y ahora toca llegar a un acuerdo político —todavía se está tiempo— que evite que tanto Puigdemont como Rajoy tengan que comerse su parte del sapo, y que pasa, en el primer caso, por volver a la racionalidad política convocando elecciones en Cataluña. La economía sufrirá, y mucho, si el conflicto se alarga o se vuelve cruento.

Presión ciudadana en favor de la independencia

Victorias pírricas

Un acuerdo no escrito no es, en ningún modo, renunciar a ningún principio. Entre otras cosas, como decía Kissinger, porque en una negociación nunca se ponen sobre la mesa los principios, que son, también por principio, innegociables. Simplemente se hace política para evitar males mayores. Y ya desde tiempos inmemoriales se sabe que las victorias pírricas no son un buen negocio para ninguna de las partes.

En este sentido, sería una calamidad que los independentistas fanfarronearan ante su público asegurando que están en condiciones de comerse un sapo declarando una independencia que nunca llegará, lo que llevaría a Cataluña de forma absurda (el Gobierno está obligado a aplicar la Constitución) al desastre social e institucional con pérdida de su autonomía real. Pero también sería un fracaso histórico de Rajoy —aunque él no haya provocado el accidente, ni mucho menos sea el culpable de la catástrofe catalana— profundizar en la herida aplicando un 155 extremadamente duro sobre el que existen muchas dudas constitucionales. Hay todavía margen para hablar.

La delirante y esperpéntica jornada de ayer, en este sentido, y en contra de lo que pueda parecer en un principio, da un margen de maniobra que el tiempo dirá si se aprovecha. Y que pasa, irremediablemente, por no escuchar las posiciones más radicales, que ignoran que las medidas más contundentes no son las más llamativas, sino, por el contrario, las que son más eficaces, precisamente porque ayudan a resolver los problemas. En última instancia, el fin de la política.

Foto: El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, durante la comparecencia en el Palau. (EFE)

Es conocido en cualquier negociación que las medidas aparentemente más drásticas suelen, en realidad, esconder una cierta debilidad política. Algo que explica que Puigdemont —en esta partida interminable de ajedrez— esté intentando dar señales de que los sectores más radicales del independentismo pueden acabar gestionando lo que queda de 'procés' si finalmente se declara la DUI. Y en esa línea debe interpretarse la decisión de convocar para este viernes a los alcaldes independentistas con el objetivo de lanzar una especie de Estados Generales. Una operación que, de alguna manera, se quiere hacer parecer a la asamblea de representantes que en 1789 lanzó la Revolución francesa, y que forma parte de la simbología nacionalista.

Lo cierto es que Puigdemont y el bloque independentista, y eso no hay que olvidarlo, podrían haber declarado la DUI en numerosas ocasiones desde el 1-O, y no lo han hecho. Precisamente, porque saben que la declaración es papel mojado y solo conduce a la melancolía y a la cárcel. Y es que, en el fondo, esa estrategia no es más que un órdago sin sentido con el que solo se pretende encontrar un resquicio en el callejón sin salida en el que se han metido los soberanistas. Y que Rajoy está en condiciones de capitalizar políticamente —no para el PP, sino para España— para que vuelva la racionalidad y nadie tenga que tragarse un sapo, cuya fábula, precisamente, aparece en unos textos que Chaves Nogales tituló ¿Qué pasa en Cataluña?

Es muy conocida la fábula de Chaves Nogales en la que el periodista sevillano cuenta la historia de dos aldeanos que paseaban por el campo. Uno de ellos llevaba del ronzal una vaca, y al pararse junto una charca para dar de beber al animal, saltó un sapo, lo que fue saludado por el otro aldeano con un gesto de repugnancia.

Catalán Carles Puigdemont Mariano Rajoy
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