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El 'Post' y los pequeños héroes: la mala razón de Estado
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Carlos Sánchez

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El 'Post' y los pequeños héroes: la mala razón de Estado

La razón de Estado oculta a muchos granujas. Pero no la puede haber cuando el poder político —representación de la democracia— sucumbe ante una pretendida ley superior

Foto: Fotograma de 'Los archivos del pentágono'.
Fotograma de 'Los archivos del pentágono'.

El juez Gerry Gesell es hoy un completo desconocido. Es probable que ni siquiera la inmensa mayoría de los millones de espectadores que han visto en las últimas semanas 'Los Archivos del Pentágono' conozcan su identidad. Pero Gesell, como acreditó Katharine Graham en sus memorias, fue clave en aquel lamentable proceso contra la libertad de prensa. No solo los periodistas hicieron bien su trabajo.

Gesell fue el único juez que se opuso al secuestro del 'Post' tras la publicación de los papeles del Pentágono, y la propia editora del periódico recuerda su actuación, que no tuvo nada de heroica, sino que fue fruto del sentido de responsabilidad individual y de la defensa del servicio público.

Lo que le dijeron al juez no daba lugar a dudas: "Venimos a buscar los papeles"

El propio Gesell contó tiempo después que los abogados del departamento de Justicia le habían exigido que entregara la copia que él mismo tenía de los célebres papeles, y, de hecho, enviaron a su casa a "dos tipos muy uniformados, con grandes fajines blancos, armas, y todo lo demás".

Lo que le dijeron al juez no daba lugar a dudas: "Venimos a buscar los papeles".

La respuesta del juez tampoco dio lugar a equívocos:

"No tengo por qué darles los papeles, quiero leerlos".

"Usted no tiene ninguna medida de seguridad", le explicaron los militares, "no podemos dejárselos".

El juez Gesell les respondió de la manera más educada posible:

"Tengo la mejor medida de seguridad del mundo. Los he puesto debajo de mi almohadón y no los van a coger. Si quieren vigilarme pueden quedarse aquí toda la noche, pero me quedo con los papeles". Así que se fueron, relata en sus memorias la editora del 'Post'. Graham recuerda que el propio juez le confesó un tiempo después:

"Si alguien escribe algo en mi lápida, me gustaría que dijera que fui el único juez, de los veintinueve que tuvieron algo que ver con los papeles del Pentágono, que nunca ordenó detener las rotativas. El único".

La patria y los granujas

Conviene recordar en estos tiempos al juez Gesell porque desenmascara como nadie a los granujas que se esconden tras la palabra patria. Algunos de ellos en prisión y otros, como Lenin en Zúrich antes de 1917, esperando inútilmente su entrada triunfal por la estación de Sants.

El politólogo Rafael del Águila lo llamó la senda del mal, y ya advertía sobre la supremacía de los jueces sobre el poder político

Pero también a quienes conculcan principios democráticos haciendo justicia preventiva basada en el cálculo político. Al final y al cabo, la calidad de la democracia no se mide por acudir puntualmente a las urnas, sino porque todos los poderes del Estado cumplan con sus obligaciones, algo que no siempre ocurre cuando se sacrifican las leyes por supuestas razones de Estado. El politólogo Rafael del Águila lo llamó la senda del mal, y ya advertía sobre la supremacía de los jueces sobre el poder político.

No hay peor manera de defender al Estado que forzando normas que se aplican a unos, pero que mañana pueden caer a plomo sobre cualquier ciudadano. Y lo que hoy se celebra para liquidar al independentismo (la razón de estado), es probable que algún día suponga un baldón democrático en nuestra historia, como hace el instructor del Supremo cuando mete la ideología en el código penal.

No hay peor manera de defender al Estado que forzando normas que se aplican a unos, pero que mañana pueden caer sobre cualquier ciudadano

Precisamente, por ausencia de prudencia en la gestión de la razón de Estado, sin duda un bien a proteger, pero haciéndolo compatible con el control ciudadano y con la propia democracia que protege el sistema de libertades. Como han dicho ya algunos juristas, la doctrina que está creando el Tribunal Constitucional —convertido en un juzgado de instrucción— a cuenta de Cataluña es una losa que el país tardará años en superar. Poder y ética son la misma cosa, aunque a veces haya tensiones.

Un velo a la libertad

Era precisamente Montesquieu quien sostenía que la peor tiranía es la ejercida a la sombra de las leyes y con apariencia de justicia. Y aunque el jurista francés reconocía que a veces había que poner un "velo a libertad", como hacían los romanos cuando ocultaban las estatuas de los dioses para que no pudieran observa la transgresión de las leyes, también advertía contra la coacción del poder ejecutada a través de la no existencia de contrapesos. O dicho según palabras, el poder ha de frenar al poder, aunque sea el poder de las leyes.

El mayor enemigo del Estado suele ser, de hecho, la mala razón de Estado, como bien supo este país en los tiempos de la guerra sucia del GAL. O mucho años antes con ocasión del Expediente Picasso, que desveló las miserias del ejército español en el norte de África, y que a la postre significaría el fin de la Restauración. Aquel informe del general Juan Picasso fueron nuestros papeles del Pentágono, y una vez más se esgrimió la razón de Estado para que no se hiciera público.

Con razón, Tomás y Valiente recordó en alguno de sus escritos que el Estado podía subsistir sin que nadie invocara la razón de Estado

Es conocido que la razón de Estado, una especie de verdad práctica que renuncia al carácter moral de la política, nace de la ausencia de legitimidad de determinadas decisiones, lo que obliga a quien la esgrime a acudir a argumentos supra legales en defensa de un difuso orden constitucional. Una especie de superioridad de los jueces frente a la política y al control ciudadano. El célebre: el fin justifica los medios, y que tanto daño ha hecho a los sistemas democráticos y al mundo de la judicatura, muchas veces escondida tras la celosía del poder político.

Con razón, Tomás y Valiente recordó en alguno de sus escritos que el Estado podía subsistir sin que nadie invocara la razón de Estado. Entre otras cosas, porque es mucho más fuerte de lo que algunos presuponían, como les ha sucedido a los independentistas. Pero una cosa es defender al Estado y otra muy diferente mancillarlo en nombre de no sabe qué Estado.

Y hoy existe un riesgo cierto de que las leyes se acomodan al Estado y no al revés, lo cual no deja de ser una degeneración del carácter democrático de las normas que conecta directamente con aquello que decía Maquiavelo acerca de la patria: "Cuando hay que resolver acerca de su salvación, no cabe detenerse por consideraciones de justicia o de injusticia, de humanidad o de crueldad, de gloria o de ignominia". El problema es que el sabio florentino se refería a la Roma de Tito Livio y no a un pais del siglo XXI.

El juez Gerry Gesell es hoy un completo desconocido. Es probable que ni siquiera la inmensa mayoría de los millones de espectadores que han visto en las últimas semanas 'Los Archivos del Pentágono' conozcan su identidad. Pero Gesell, como acreditó Katharine Graham en sus memorias, fue clave en aquel lamentable proceso contra la libertad de prensa. No solo los periodistas hicieron bien su trabajo.

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