Mientras Tanto
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El día en que Pedro Sánchez se vistió de Kant
Querer no es siempre poder. Y, de hecho, la tensión entre el voluntarismo y la realidad marca la política. El presidente Sánchez comienza a bañarse en 'realpolitik'
El voluntarismo político tiene buena prensa. Probablemente, porque en la tensión entre la razón práctica —la voluntad— y la razón teórica —el entendimiento— prima el componente moral o ético, inherente a la condición humana. Mientras que la voluntad es capaz de negar la existencia de leyes objetivas, como la ley de la gravedad, la razón teórica se construye a través de la inteligencia. Siempre más fría y condicionada por criterios científicos basados, precisamente, en la razón teórica.
El voluntarismo es, de hecho, hijo de la razón práctica, toda vez que pretende cambiar la realidad sin tener en cuenta las leyes propias de su funcionamiento. Esto ocurre, por ejemplo, cuando un candidato a presidente del Gobierno promete algo que no puede cumplir. Es decir, tira de voluntarismo para ganar votos frente el entendimiento, que le sugiere que existen determinadas acciones que no se pueden llevar a cabo por la existencia, precisamente, de leyes objetivas. Por ejemplo, las que tienen que ver con la economía, que ningún político puede manejar de manera libérrima.
Ayer, Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno, reflejó esta tensión entre el querer y el poder de forma magistral. Cuando estaba en la oposición reclamó al ministro Montoro —y el portavoz del PP, Rafael Hernando, se lo recordó con todo lujo de detalles— que el Gobierno publicara la lista de los beneficiados de la amnistía fiscal. Pero ayer, respondiendo al líder de Ciudadanos, reconoció que aquello fue un acto de puro voluntarismo. “Lo que no voy a hacer, señor Rivera, es prevaricar”, dijo en al menos dos ocasiones.
Sánchez alegó el artículo 9.3 de la Constitución, que garantiza el principio de legalidad, la jerarquía normativa, la publicidad de las normas, la irretroactividad de las disposiciones sancionadoras no favorables o restrictivas de derechos individuales, la seguridad jurídica, la responsabilidad y la interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos. Es decir, una panoplia de garantías que Sánchez no podía desconocer hace poco tiempo habida cuenta de su alta responsabilidad, por lo que hay que pensar que tiró de voluntarismo. O lo que es lo mismo, de razón práctica cuando hizo la propuesta de que se conociera la identidad de los amnistiados.
También debió hacerlo cuando reclamaba —así ganó las segundas primarias en su partido— que España era una 'nación de naciones', el viejo discurso de Anselmo Carretero, con notable influencia sobre Rodríguez Zapatero. Sánchez, desde que ganó aquella elección, no ha vuelto a decir ni una palabra sobre ese concepto plurinacional, y tampoco ayer, pese a las reiteradas invitaciones de nacionalistas vascos y catalanes, que se quieren cobrar alguna pieza en términos territoriales. Los vascos andan actualizando el viejo Estatuto de Gernika (con el respaldo de Bildu) y los catalanes no saben muy bien por dónde tirar. Entre otras cosas, porque tampoco conocen lo que pretende Sánchez más allá de la política de apaciguamiento.
La piel de toro
Esto sugiere que, de nuevo, el voluntarismo político cocinado durante años en la oposición ha vuelto a imponerse a la razón teórica, dependiente de leyes intangibles, pero tan contundentes como la propia realidad. Como las dos toneladas que cobijan al dictador, que, por el momento, chocan contra la realidad legal, como las medallas del torturador Billy el Niño. Si bien, en el caso de Sánchez, existe una realidad muy visible: intentar hacer cambios significativos en la compleja piel de toro con solo 84 diputados, apenas el 24% del Congreso de los Diputados.
El hecho de que un partido se adapte a la realidad, sin embargo, no hay que verlo como catástrofe. La historia ha enseñado que el voluntarismo político ha conducido en múltiples ocasiones a fracasos sonoros y a procesos de enorme frustración social.
El voluntarismo tiene un fuerte componente mesiánico incapaz, la inmensa mayoría de las veces, de modificar la realidad
Sin duda, porque el voluntarismo tiene un fuerte componente mesiánico incapaz, la inmensa mayoría de las veces, de modificar la realidad. Algo que puede explicar la nueva 'realpolitik' del presidente Sánchez, que no solo ha dejado ya de hablar de nación de naciones o de desvelar la identidad de los amnistiados, sino que ha enterrado la derogación de la reforma laboral sin causar estupor en sus filas. Puro voluntarismo. Evidentemente, pegado a las leyes de la realidad, tan intangibles como contumaces.
Probablemente, como las leyes que afectan a los miles de millones de euros (nadie sabe la cantidad) que pretende recaudar Hacienda con la subida de impuestos, y que, según se dice (puro voluntarismo), no afectará ni a los autónomos, ni a las pymes ni a los trabajadores, lo que sugiere (si fuera verdad) que unos pocos se van a hartar de pagar impuestos.
Los que hoy sabemos de los voluntaristas anteriores —léase Montoro— es que nunca se cumplieron los objetivos. Probablemente, porque despreciar la razón teórica —el entendimiento— no es una buena cosa, aunque pegarse a la realidad no dé votos.
El voluntarismo político tiene buena prensa. Probablemente, porque en la tensión entre la razón práctica —la voluntad— y la razón teórica —el entendimiento— prima el componente moral o ético, inherente a la condición humana. Mientras que la voluntad es capaz de negar la existencia de leyes objetivas, como la ley de la gravedad, la razón teórica se construye a través de la inteligencia. Siempre más fría y condicionada por criterios científicos basados, precisamente, en la razón teórica.
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