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Gana Casado, gana Sánchez: pierden Iglesias y Rivera

La política española entra en una nueva fase. Compiten cuatro líderes a los que separan nueve años. Los más 'viejos' son Rivera e Iglesias, lo que refleja una aceleración histórica

Foto: Pablo casado, nuevo presidente del PP. (EFE)
Pablo casado, nuevo presidente del PP. (EFE)

Desde que, en 1945, Clement Attlee demostró que era posible que un dirigente político pudiera ganar la guerra y perder de forma inmediata unas elecciones —eso mismo es lo que le sucedió a Churchill—, está algo más que demostrado que los electores —antes que al pasado— miran el futuro. O las expectativas, como se prefiera.

Esto es lo que puede explica la derrota sin paliativos de Sáenz de Santamaría, que se ha dado de bruces contra una realidad incontestable: los delegados del PP en el Congreso extraordinario han pensado que Casado es mejor candidato que la exvicepresidenta para recuperar un poder perdido de una forma un tanto abrupta.

O, dicho de otra forma, han llegado a la conclusión de que la gestión de lo público es una condición necesaria, pero no suficiente, para volver a la Moncloa con garantías. Lo que explica que la mayoría del PP haya vuelto de nuevo la mirada hacia la ideología para enfrentarse a Sánchez, quien, precisamente, ha convertido la ideología en el 'leit motiv' de su Gobierno. Un terreno que el propio Sánchez conoce bien porque fue, casualmente, lo que le permitió ganar las últimas primarias de su partido con un único mensaje: recuperar las señas de identidad del socialismo más clásico.

Han llegado a la conclusión de que la gestión de lo público es una condición necesaria, pero no suficiente, para volver a la Moncloa con garantías

No es un fenómeno nuevo ni mucho menos español. Tanto Corbyn, en el Reino Unido, como Bernie Sanders, en EEUU, y hasta Benoît Hamon, en Francia, todos representantes del ala izquierda de sus respectivos partidos, obtuvieron grandes resultados en las primarias con argumentos muy ideológicos, lo que parece indicar que por ahí van los tiros de la nueva política.

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Entre otras cosas, porque a medida que los partidos son cada vez socialmente menos representativos —la caída en el número de militantes es un problema general en todas las democracias— la ideología, y no la gestión, ocupa un papel más determinante en el momento de las primarias, lo que no necesariamente conduce a un éxito electoral. El propio Trump venció al aparato republicano con un discurso muy ideológico basado, precisamente, en la recuperación de valores tradicionales supuestamente perdidos con su célebre 'América primero'.

La jefa de los burócratas

Y Casado, parece evidente, ha sabido conectar con unos afiliados y compromisarios a quienes preocupa bastante menos un par de décimas de déficit público que el hecho de que el PP se hubiera convertido durante la época de Rajoy en una enorme gestoría, lo que sin duda ha castigado a la jefa de los burócratas y de los abogados del Estado: Sáenz de Santamaría. No es que se desprecie lo hecho, sino que existe el convencimiento de que un PP asexuado en lo ideológico (que sube los impuestos con el mismo convencimiento que los baja) se deja comer el terreno por otros actores políticos.

Casado, por lo tanto, representa una vuelta a los tiempos de Aznar tras 14 años de 'marianismo'. Pero con una diferencia sustancial. Mientras que el expresidente Aznar gobernó en pleno apogeo del bipartidismo mezclando ideología y gestión (la primera no se sustenta durante mucho tiempo sin la segunda), Casado se batirá el cobre con líderes de su generación recién llegados a la política. Sánchez, el mayor, tiene 46 años, y Casado, el menor, 37 años. Es decir, una distancia de apenas nueve años.

Casado, por lo tanto, representa una vuelta a los tiempos de Aznar tras 14 años de 'marianismo'

Es paradójico, en este sentido, que tanto Pablo Iglesias como Albert Rivera, que llegaron para rejuvenecer la política y enterrar sin duelo a la 'casta', serán en las próximas elecciones generales los dos candidatos más veteranos como líderes de sus respectivas formaciones, lo que da idea de la aceleración histórica que ha sufrido el sistema político español en los últimos años.

No es un asunto baladí. El hecho de que tanto el PP como el PSOE hayan roto formalmente las cadenas con el pasado —al menos han cambiado de líderes— introduce un nuevo escenario muy distinto (ni Casado es el responsable de la corrupción de su partido ni Sánchez está detrás de los ERE o de otros casos de corrupción socialista).

Foto: Pablo Casado, proclamado ganador del XIX Congreso del PP, este 21 de julio en el hotel Marriott Auditórium de Madrid. (EFE)

Es en este contexto en el que el mensaje de la renovación generacional para liquidar el régimen del 78 tendrá más dificultades para conectar con los electores, lo cual, a su vez, puede habilitar el regreso del llamado 'voto útil', desde siempre, la gran amenaza para los terceros y cuartos partidos.

Polarización electoral

Está demostrado que en los momentos de máxima polarización electoral —con dos candidatos muy enfrentados y que llevan a la confrontación al terreno ideológico— el elector tiende a favorecer a los candidatos con mayores probabilidades de ganar y así evitar que su voto no valga para nada. En este caso, PSOE y Partido Popular, que tras cambiar de líderes tenderán a subir en las encuestas. El PSOE ya lo ha hecho el PP lo hará pronto.

Es prematuro saber si eso puede suponer un fortalecimiento del viejo bipartidismo, pero parece seguro que el tándem Sánchez/Casado, desde posiciones ideológicas muy distintas, tenderá a ocupar espacios políticos más anchos, lo que necesariamente achica el campo de juego de Iglesias y Rivera, siempre amenazados por el voto útil en favor de los dos grandes partidos.

Y ayer, en el caso del centro derecha, lo dejó bien claro Casado cuando habló de que su partido "volverá a conectar con la España de las banderas y de los balcones". Mensaje, obviamente, enviado a Albert Rivera, escorado hacia posiciones más a la derecha porque pensaba que en ese terreno tendría mucho que ganar y poco que perder. Ahora, sin embargo, le ha vuelto a salir un competidor.

Rajoy no podía ocupar ese espacio porque probablemente, desde su posición de presidente del Gobierno, hubiera podido provocar un conflicto institucional y social de imprevisibles consecuencias, pero ahora, desde la oposición, el PP tiene el camino libre para hablar de manera más contundente sobre Cataluña. Cuyo desenlace, en todo caso, seguirá marcando la agenda política.

El regreso al bipartidismo, mucho más imperfecto que el anterior, abre la puerta, en todo caso, a un nuevo escenario político inédito en España

Un giro elocuente, que es todavía más relevante en la medida en que uno de los objetivos estratégicos de Casado pasa por reconstruir el centro derecha, como le ha reclamado Aznar, y que el nuevo líder del PP —bien conectado con el expresidente— intentará sacar adelante. Lo dijo ayer el nuevo presidente claramente en la clausura del Congreso: el espacio electoral que pretende ocupar el nuevo PP se sitúa en "todo lo que esté a la derecha del Partido Socialista", incluido Vox.

La estrategia de Pedro Sánchez no será muy distinta. Sus primeros movimientos políticos van en la dirección de estrechar el terreno de juego en el que se mueve Podemos, incluso utilizando de forma taimada la política de nombramientos. Y en la medida que Sánchez se consolide, los problemas de Pablo Iglesias, cuyo futuro depende de las elecciones municipales en las grandes ciudades, serán mayores.

El regreso al bipartidismo, desde luego mucho más imperfecto que el anterior, abre la puerta, en todo caso, a un nuevo escenario político inédito en España, el de los gobiernos de coalición sobre la base del viejo esquema izquierda/derecha, aunque no hay que descartar un cambio brusco en la dirección estratégica de Ciudadanos hacia posiciones más centradas. Probablemente, con ocasión del Congreso de los liberales europeos que se celebrará en Madrid a la vuelta del verano. No moverse sería un suicidio.

Desde que, en 1945, Clement Attlee demostró que era posible que un dirigente político pudiera ganar la guerra y perder de forma inmediata unas elecciones —eso mismo es lo que le sucedió a Churchill—, está algo más que demostrado que los electores —antes que al pasado— miran el futuro. O las expectativas, como se prefiera.

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